sábado, enero 28, 2006

Sopa de letras

Era viernes a la mañana y mientras realizábamos nuestro gran aporte a la organización y reordenamiento del patrimonio simbólico de nuestro país (léase pasantía de data entry en la Biblioteca Nacional) conversábamos con Julieta sobre el origen de algunas palabras. Ella me contó sobre el queso roquefort (parece que es el nombre de una cueva en donde un alpinista olvidó queso y al volver estaba podrido) y del queso (leche que se sacudía en los camellos árabes bajo un incesante sol) y yo le conté un rumor sobre el origen del dulce de leche. En el medio de la charla, ambos recordamos un libro (que al menos para mi) marcó para siempre la inquietud que tuve hacia el misterio de las palabras. Ese libro es Palabrelío (Colihue, 1989) de Gloria Pampillo. Les dejo aquí dos relatos y espero que nos cuenten las historias que sepan (o inventen) sobre el tema.

Cantimplora

El agua habla, canta y llora. Eso lo dicen todos los poetas que se paran a escucharla cuando se cansan de estar parados al lado del arroyo o del río o de la acequia o de la alcantarilla o del tejado de donde cae la lluvia.
Algunas veces a los poetas les parece que el agua habla y entonces dicen:

“Ya viene la primavera
lo ha dicho el agua”
O si no:
“Cuando se calla la tarde
levanta su voz el río”
Otras veces les parece que el agua canta y dicen:
“Ya la guitarra
del aguacero
le canta a Pedro
bajo el sombrero”
O si no:
“Siempre soñando hacia el mar
como una canción de plata
va cantando sus cristales
desde la noche hasta el alba”
Otras veces les parece que el agua llora y dicen:
“Sueñan los árboles verdes el ir lloroso del agua”
O si no:
“Cuando la gota es una
es una lágrima la luna”
Y también:
“¡Oh qué dolor el del río
sin pececillo de plata!
Su sollozo lo recogen
dos sauces de verdes ramas.”

Pero no son los poetas los únicos que saben oír el agua. Los viajeros, los andinistas, los caminantes también saben oírla. Ellos aseguran que cuando el agua sale a borbotones de ese frasco forrado de lana que llevan colgado de la cintura, al mismo tiempo canta y llora. Y es por eso que llaman a ese frasco la cantayllora o, si ustedes prefieren, la cantimplora.

Luciérnaga

Antes, muchos años antes, mucho tiempo antes, cuando llegaba la noche, llegaba de veras la noche. La noche era más noche. Desde debajo de los árboles, la sombra crecía, se desenroscaba y tapaba todo. Todo quedaba oscuro.
La gente no podía alumbrar tanta oscuridad. Alumbraba un poquito, lo que podía: una vela aquí, una fogata allá, o una lámpara. En esas épocas que les digo, las lámparas se llamaban lucernas.
Costaba prender esas luces y también costaba mantenerlas encendidas. Una puerta que alguien abría de repente, una ráfaga de viento y ¡zas! se quedaba sin luz.
Por eso sorprendían mucho a la gente unas lucecitas que se prendían en la noche en verano sin que nadie se tomara el trabajo de encenderlas. Andaban por los pastos altos y un momento estaban aquí, otro más allá y siempre parecían flores de luz.
A veces una flor de luz daba vueltas alrededor de otra flor de luz que se quedaba quieta. Se prendía y se apagaba, una vez aquí y otra vez allá, pero cada vez más cerca y más cerca de la luz que estaba quieta hasta que las dos luces se juntaban.
A los enamorados les gustaba mucho mirar ese baile de flores de luz.
Los enamorados también salían de noche a visitar a sus enamoradas. La enamorada prendía una lámpara en su casa – una lucerna – para guiar a su novio. Y el novio se acercaba con su lámpara en mano – otra lucerna -. El novio prendía y apagaba a veces la lucerna para esquivar a los perros y también al padre de la novia, que si lo veía acercarse lo sacaba a los chumbos. Al final, el enamorado llegaba a la ventana donde brillaba la lucerna de la novia.
La gente desde las casas cuando miraba la noche de verano no sabía desde lejos qué luces eran de los enamorados y qué luces eran de las flores de luz.
Y como los enamorados con sus lucernas se parecían tanto a las flores de luz, la gente empezó a llamar a las flores de luz lucernas. Después las llamó luziernegas y al final las acabó llamando luciérnagas.
Ustedes, a lo mejor, las llaman bichos de luz. Pero eso es porque no están enamorados. Cuando se enamoren, ya van a ver como las llaman luciérnagas.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Una de mis palabras favoritas, "Cadáver" viene de una inscripción que ponían los romanos en las criptas improvisadas: CAra DAta VERmibus, lo cual significa, en castellano, "carne dada a gusanos".

paula p dijo...

Juli debería tener un blog o ser actriz (p esto ultimo es tarde y no le da la moral estetica)

Anónimo dijo...

El origen de la palabra cantimplora es muy interesante por todo lo que de poesía se conserva dentro de un recipiente cerrado, que aprisiona el agua. Me ha gustado mucho descubrir tu espacio...


Saludos.....

 

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