domingo, abril 09, 2006

Esa historia tan bonita


Acaba de llegar a la Argentina la reedición de Moby Dick, de Herman Melville, una de esas tantas novelas profanadas por las malas traducciones y las ediciones infantiles, pero geniales (otras: Alicia en el País de las Maravillas, La Isla del Tesoro, unas cuantas de Dickens). La reeditó Debolsillo en España, en la traducción de Enrique Pezzoni, una versión que es prácticamente inconseguible, considerada la mejor hasta por la misma crítica española y que supuso para Pezzoni un año de relevo de cuanto tratado sobre ballenas consiguió. El libro cotiza, por supuesto, al dólar librero caro que maneja Buenos Aires, pero realmente vale la pena (aunque no se descarta, por supuesto, la posibilidad de que ediciones anteriores aparezcan en algún anaquel perdido en Corrientes).
He aquí una reseña que escribió Daniel Link hace algunos años a propósito de la reedición en España:


Civilización o Barbarie

Se cumplen ciento cincuenta años de la publicación de Moby Dick, la excesiva invención de Herman Melville en cuyas primeras páginas Ismael, el narrador, ironiza sobre su necesidad de darse a la mar. La actualidad de la novela, que –por su mismo grado de abstracción– bien puede leerse como un “ensayo de interpretación nacional”, no podría ser mayor. El viaje metafísico que Ismael emprende se ubicaría, según sus palabras, entre dos líneas de noticias (o dramas de la historia):

“Gran lucha electoral por la Presidencia de los Estados Unidos
Un individuo de nombre Ismael viaja en un ballenero
sangrienta batalla en Afganistán”

No haría falta más para entender hasta qué punto los Estados Unidos han quedado presos de la imaginación desaforada de Melville. Hoy, como ayer, la ficción es un episodio encapsulado entre los avatares de la política interior y la política exterior norteamericana.
Un poco por ese carácter emblemático que tiene Moby Dick, los españoles han decidido homenajearla reeditando la novela en la traducción que en 1970 realizó Enrique Pezzoni para la Colección Obras Maestras del Fondo Nacional de las Artes, uno de los grandes y prodigiosos monumentos de la traducción de todos los tiempos. No es la primera vez que España rinde tributo a la inteligencia y a la perspicacia de Pezzoni. La versión de Lolita que Anagrama publica desde siempre lleva el transparente seudónimo (Enrique Tejedor) de quien, entonces, prefirió dejar su obra en el anonimato antes que someterse a los vaivenes judiciales que el contenido del libro hacía suponer.
Un homenaje, pues, a Moby Dick, a ciento cincuenta años de su publicación, pero también a los treinta años de una traducción, dicen los cables de prensa, insuperable.
Este verano será una buena ocasión para revisitar una de las novelas fundamentales en la constitución de la identidad cultural norteamericana. La masiva oposición entre una inteligencia humana y una inteligencia no-humana, algo que comienza en Moby Dick pero que puede rastrearse hasta los últimos avatares de la serie cinematográfica Alien, más allá de los sentidos alegóricos que cada uno quiera encontrar en ella, debería entenderse como una de las claves para entender cómo los Estados Unidos procesan sus contradicciones y cómo imponen al mundo una cierta idea de humanidad en oposición a ese enemigo indeterminado, blanco, metafísico.


Fuente: Suplemento Radar, Pagina 12

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Se te pasó hablar de Peter Pan, otra novela para adultos...
Melville, siempre. La literatura como alegoría o símbolo. Es lo que da hondura a algunas obras, su polisemia. Feliz relectura!

Unknown dijo...

La verdad es que Moby Dick estaría muy bien si no se perdiera en esas insoportables descripciones minuciosas de la anatomía y costumbres de los cachalotes, que constituyen más de un tercio del interminable libro.

Lo mejor que ha escrito Melville es, creo, Bartleby.

Anónimo dijo...

Me aburrí, me aburrí, y me aburrí de aburrirme con Moby Dick. Pero, como era un idiota pertinez y consecuente, perseveré hasta terminarlo. Detesté a Borges por entonar alabanzas en su honor.
Años y amigos más tarde descubrí que el equivocado era yo.
Sigo prefiriendo a Bartleby.

 

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