domingo, septiembre 20, 2009

El ángel (J. R. Wilcock)

El estereoscopio de los solitarios de Juan Rodolfo Wilcock, escrita en italiano en 1972, es una colección inquietante de semblanzas de personajes, animales y objetos inclasificables. Con un exceso de imaginación que coquetea con lo morboso, lo enigmático y lo fantástico, Wilcock elabora un repertorio de textos como pequeños condensados de poesía, melancolía y humor corrosivo. Algunos de los cuentos breves: un hombre se hace una lobotomía para que la vida le sonría; una sirena se quiere suicidar tomando los barbitúricos que la gente arroja al mar; un ángel que como ya no tiene nada que hacer decide dedicarse a la prostitución; un armario con muñecas aburridas que se volvieron escritoras; una gallina que se encarga de seleccionar la novedades editoriales que valen la pena (las que no, se las come); un hombre que decide convertir su departamento en una isla desierta, inspirado en Robinson Crusoe; etc. Les dejo una muestra gratis de la maestría de Wilcock (autor que se suma a la lista de la literatura argentina que clama a gritos ser re-leída y analizada):

El ángel

El ángel Elzevar está desocupado, lo único que sabe hacer es llevar mensajes pero ya no hay más mensajes que llevar, y entonces el ángel da vueltas revisando en la basura del gran basurero municipal en busca de restos de comida y sobras de fruta: algo tiene que comer. De noche, hizo la prueba de recorrer la orilla del río en calidad de prostituto todo servicio, y de hecho sabe hacer muchas cosas y su condición angélica lo exime de cualquier escrúpulo moral; pero la mayoría de las veces el encuentro termina mal, por ejemplo cuando el cliente, antes o después, descubre que Elzevar no tiene sexo: por lo que parece, en ciertas ocupaciones el sexo es particularmente requerido, e incluso indispensable. Para aplacar al desilusionado cliente, Elzevar le muestra un poco como vuela, primero a la derecha, después a la izquierda, después le pasa sobre la cabeza y le desordena los cabellos como una brisa ligera; pero los clientes de la orilla del río exigen algo más concreto que una normal exhibición de levitación; uno le mordió el tobillo en pleno vuelo, otro calvo con peluca lo llamó sodomita y un tercero lo denunció a la policía, basándose en un artículo del Código Penal que prohíbe exaltar la seducción y otros dos artículos del Código de Navegación Aérea relativos al vuelo urbano sin documentos. Después de lo cual Elzevar tuvo que mudarse a otro recodo del río, peligrosamente frecuentado por familias y pescadores con cañas, incluso de noche.
Estos inconvenientes, natural consecuencia de su desocupación temporaria, no pueden realmente preocupar a un ángel. Para comenzar, los ángeles son inmortales, y son pocos los mortales que pueden decir lo mismo. En cuanto a la falta de mensajes, un día u otro tendrá que terminar. Nuevos emisores se están alistando, y los potenciales receptores por cierto no escasean. Ya en el pasado le sucedió estar sin trabajo por períodos más o menos largos, sin hacer nada. Basura de comer nunca le ha faltado; es verdad que la prostitución angélica ya no es lo que era, pero de cualquier forma, hasta que esté listo el nuevo mensaje, hay que seguir en contacto con los hombres. Mientras tanto Elzevar siempre puede encontrar trabajo en un circo, en tanto los circos son como la prostitución en decadencia: lamentablemente muchas cosas cambiaron desde que existe la televisión. Si el Gran Silencio durase mucho, otros caminos interesantes y poco recorridos se le abren: por ejemplo el cine underground, la aplicación de antiparasitarios, la manutención de computadoras, la limpieza de ascensores y los desfiles masculinos de moda.

Fuente: Wilcock, J. R. (1998 [1972]): El estereoscopio de los solitarios, Buenos Aires, Sudamericana, p. 53-54.

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