domingo, noviembre 21, 2010

De nimbos y aureolas


[...] La función del arte asociado al apogeo del nimbo era la de crear un universo, si no sobrehumano, por lo menos liberado de ciertas marcas humanas. “La figura de Cristo realzada con oro”, apunta André Malraux refiriéndose a Duccio, “mantenía la trascendencia bizantina: arrancaba a Jesús, y su cuadro al mismo tiempo, de lo humano”. [...]
[...] La contradicción que la aureola planteaba en términos naturalistas logró zanjarse, en primer término, mediante su emancipación del cuerpo. Luego, aunque en forma aislada, al adquirir carácter subliminal, es decir, al convivir, sin traicionarse del todo, con el artificio pictórico impuesto por los artistas del Renacimiento. Entonces se escamotea en el paisaje y más tarde, rotos los lazos de semejanza, tiende a desaparecer.[...]

Gargiulo, Salvador: "Itinerario y derrota del nimbo medieval".


[...] La aureola es, por tanto, el individualizarse de una bienaventuranza, el llegar a ser singular de lo que es perfecto. Como en Scoto, este individualizarse no implica el añadido de una nueva esencia o un cambio de naturaleza, sino más bien una postreridad singular; al contrario que en Scoto, sin embargo, la singularidad no es aquí una extrema determinación del ser, sino un desflecarse o un indeterminarse de sus límites: un paradójico individuarse por indeterminación.
En este sentido, se puede pensar la aureola como una zona en la que posibilidad y realidad, potencia y acto llegan a ser indistinguibles. El ser que ha llegado a su fin, que ha consumado todas sus posibilidades, recibe así en dote una posibilidad suplementaria. Ésta es aquella potencia mezclada con acto (potentia permixta actui) o aquel acto mezclado con potencia (actus permixtus potentiae) que el genio de un filósofo del siglo XIII llama acto de confusión (actus confusionis), por cuanto en él la forma o naturaleza específica no se conserva, sino que se confunde y se disuelve sin residuos en un nuevo nacimiento. Este imperceptible temblor de lo finito, que indetermina sus límites y lo hace capaz de confudirse, de hacerse cualsea, es el pequeño desplazamiento que toda cosa deberá cumplir en el mundo mesiánico. Su bienaventuranza es la de una potencia que viene sólo después del acto, de una materia que ya no permanece bajo la forma, sino que la circunda y la aureola.
Agamben, Giorgio: "XIII. Aureola" en La comunidad que viene.

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