sábado, noviembre 27, 2010

Diversión de ilotas

Me resulta gratificante encontrar un libro precioso, Palacios plebeyos, de un artesano del lenguaje, Edgardo Cozarinsky, por un precio ínfimo en los paraísos del saldo de Avenida Corrientes. Me resulta fascinante hallar un pequeño libro sobre la historia de los antiguos cines como templos, como efímeros palacios en los que una persona entraba para huir de una vida sencilla, para encontrarse con los fantasmas que todavía pueden aparecerse en algún que otro recinto. Abajo va el comienzo del libro, una pequeña joya pulida con las ya reconocidas herramientas de Cozarinsky: la cita, la erudición, la anécdota, la nostalgia.


Templos profanos (fragmento) (Edgardo Cozarinsky)

"Las únicas salas de cine que cumplían una función (...)
eran las viejas, ¿las recuerdas?, esos teatros enormes que
cuando se apagaban las luces a uno se le encogía el
corazón. Esas salas estaban bien, eran los verdaderos
cines, lo más parecido a una iglesia, techos altísimos.
grandes cortinas rojo granate, columnas, pasillos con
viejas alfombras desgastadas, palcos, localidades de platea
o galería o gallinero..."

Roberto Bolaño: "La parte de Fate". 2666. 2004

"Divertissement d'îlotes" (diversión de ilotas) llamó al cinematógrafo el escritor francés Georges Duhamel (1884-1966). El diccionario precisa que la palabra "ilota" definía en la antigua Grecia al siervo espartano adscrito a la gleba, privado del derecho de ciudadanía pero apto para servir en el ejército.
Hacia 1900 ese ilota era el proletario europeo, el inmigrante en los Estados Unidos cuya única riqueza era la posibilidad, desconocida en la época clásica, de evadirse de su condición gracias a la movilidad social que aún permitían el capitalismo y la educación pública: la ilusión democrática.
En uno de sus característicos arrebatos retóricos, Henri Langlois sostenía que la vocación "democrática" del cinematógrafo se había manifestado muy temprano, durante la Exposition Universelle de mayo de 1897 en París, ocasión del célebre incendio del Bazar de la Charité, lamentado por Proust. Una demostración del nuevo entretenimiento culminó cuando el salto de una chispa prendió fuego a la carpa y terminó con la vida de dieciocho duquesas, algunas de ellas ultimadas a bastonazos por los señores que procuraban abrirse paso en medio de las llamas.

Fuente: Cozarinsky, Edgardo (2006): Palacios plebeyos, Buenos Aires, Sudamericana, pp. 9-10.

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