viernes, noviembre 26, 2010

Una geología del amor (sobre Precipitaciones aisladas de Sebastián Martínez Daniell)


Empieza con Napoleón Toole, solo, en su jardín, en su refugio botánico habitado por hormigas, cerca de su torreta. Precipitaciones aisladas de Sebastián Martínez Daniell (Entropía, 2101) comienza con el anuncio de una “exploración genealógica”, una lucha contra la desmemoria, que se irá transformando en una exploración geológica (ese comienzo establece el primero de los tres relatos que se entrelazarán a lo largo de la novela, el metarelato, dirigido a alguien, que sostiene a los otros dos). El movimiento pendular del relato va y viene de Napoleón Toole, su pasado y su relación con Vera al fascinante jardín, el frío de Limmermonk, el refugio de rinocerontes o la discusión en torno de anuncios meteorológicos oficiales (“el Gobierno dijo que el invierno va a ser corto porque los períodos anticiclónicos entraron en la fase de retracción…” (41); ¿cuánto saben los habitantes de Carasia de meteorología?). Carasia es el archipiélago en el que se desarrolla esta historia, un territorio imaginario en el que el clima (“¿quién pensó que este era un clima propicio para fundar una nación?” (35)) y la geografía enmarcan las derivas de un narrador que intenta comprender su relación, amorosa y conflictiva, con una mujer, Vera.
Si hay genealogía, hay exploración del pasado: en otro de los relatos que se cruzan en Precipitaciones aisladas, Toole reconstruye la noche que conoció a Vera, el durante y el después, pero también se remonta a su prehistoria, como un egiptólogo: “Quiero que imagines a los egiptólogos trabajando Nilo arriba. (…) Tomemos, entonces, su aporte epistemológico y corramos para atrás, más para atrás…” (51). La vuelta a las escenas primordiales pueden ser la solución de sentido para la relación Napoleón-Vera: el regreso a la pareja originaria, el regreso al padre y la madre, Hammer Toole y Dora, como mitología familiar y clave para iluminar los conflictos de la pareja principal de la novela. Por otro camino, Napoleón Toole, erudito, recurre a conocimientos enciclopédicos (la muerte de Séneca; la historia de Carasia) o triviales (cómo preparar arroz; una reflexión sobre los baños) para comprender su amor por Vera, esa mujer cautivante que conoció una noche de discusiones eólicas, para reconstruir una genealogía, una historia que va de la paz a la “guerra” y que culminará, de algún modo, con la frase que vuelve una y otra vez a lo largo de la novela: “—Señor Toole, su mujer lo espera.”. ¿Para qué lo espera? ¿Por qué lo espera?
En el otro relato de los que se cruzan en Precipitaciones aisladas, la espera es la actitud característica de Napoleón, es el desplazamiento de un tiempo histórico (los días con Vera) a un tiempo a-histórico (su estadía en Limmermonk). El viaje al pueblo pesquero revela dos o tres aspectos: por un lado, Toole conoce a otra pareja y su hija (“la Sagrada Familia de Limmermonk”), Ginebra y Ulises con Rhea, y encuentra en ellos un espejo refractario a su propia relación amorosa con Vera; por otro lado, Toole deja pasar sus días acobijado en la hospitalidad y el frío, intenta comenzar un libro, Ingravidez de Fuskio Kikiro, pero siempre queda en la misma frase significativa: “Nuestras casas son tumbas en los jardines de los muertos”; y finalmente, Toole vuelve a Limmermonk, vuelve al pueblo de su prehistoria, al lugar donde fue engendrado (de nuevo, la exploración prehistórica). Este pueblo pesquero, la rutina diaria y laboral que propone, sus condiciones climáticas, sus disposiciones geológicas enmarcan el tiempo de espera de Napoleón y el deseo de volver a ver a Vera, un tiempo que se romperá hacia el final de la novela.
Digo que la genealogía se vuelve geología y si hay geología, hay exploración por capas: las tres capas de relato (el metarelato, el pasado y la relación con Vera, la estadía en Limmermonk) que se alternan en Precipitaciones aisladas; las parejas en la prehistoria (Hammer-Dora), la historia (Napoleón-Vera) y el tiempo de la espera (Ulises-Ginebra); y las fascinantes capas de palabras referidas a la climatología, a la geografía y la biología que recubren el núcleo de acontecimientos, una exploración geológico-biológica del vocabulario: “Su lengua coralina se despega con un chasquido del paladar y gana la oquedad de mi boca. Crece la tempestad intracorpórea, naufragan los bacilos entre las encías, en el oleaje de nuestra saliva.”(24). Pero también si hay geología, hay fauna y hay flora para esos suelos: están las hormigas del jardín de Toole; la “empatía de las cornucopias” en el caracol regalado por Vera; los murciélagos que atraviesan el cielo de Limmerling, los rinocerontes del Refugio que luego se tranformará en “Rhinopia”; las tortugas de la infancia de Toole y sus destinos trágicos, etc. En este sentido, uno de los varios aciertos de Precipitaciones aisladas es el tono de la narración, un tono que se sostiene en una descripción y comprensión de la realidad lograda a través de los espéculos de las disciplinas antes mencionadas. Esa perspectiva desde la que Napoleón Toole realiza su exploración genealógica abre interrogantes en la relación del hombre con su entorno (el territorio, el clima, la flora) pero también con su propia naturaleza: cómo se organiza la especie, cómo prever, como en el servicio meteorológico, los acontecimientos que se avecinan, cuánto influyen los espacios en la historia de los hombres, dónde quedó nuestra animalidad.
En Precipitaciones aisladas, voy cerrando pero podrían agregarse muchos más elementos de tan fascinante novela, la genealogía geológica de Toole es también una modo de conjurar la muerte, el fin: “En cambio, yo te ofrezco la exhumación, el desenterramiento. Perforar los féretros para que venteen pronto los olores pútridos.” (58). Por eso, Napoléon Toole prefiere reabrir su historia e, incluso, su prehistoria a verlas clausuradas (es una decisión personal pero también existe esa otra persona ante la cual Toole decide comenzar su relato, esa otra persona que necesita ese relato mítico para comprender que después del fin hay más); prefiere, también, la espera, salirse del lugar y del tiempo, viajar a Limmermonk para no cerrar su relación con Vera. (aplazar el final, confiar en las probabilidades y en la contigencia). Por eso, también, Napoleón Bonaparte se pasea por los baños y las habitaciones de Toole para hablar con él, para aconsejarlo, para contarle sus propias guerras y para negar su propia muerte (y no es que Toole esté loco, ya lo dice él mismo: "Los locos no creen ser Napoléon. Los locos prefieren creer que son Jesucristo, con su corona de espinas y su pesada condición filial. (...) Mi amigo Napoleón está al margen de todo eso, me saluda de tanto en tanto, me trae sus preocupaciones de ultratumba..." (157)). Por eso, porque el relato de Napoleón Toole funciona como talismán contra la muerte, hacia el final de la novela, otra cita irrumpe: “Sólo donde hay sepulcros, hay resurrecciones.” (175).

0 comentarios:

 

Blog Template by YummyLolly.com - Header Image by Vector Jungle