viernes, mayo 27, 2011

Cartografíar, cartografiar, cartografiar (sobre Buenos Aires. La ciudad como un plano)

Las antologías son una jugada compleja y traicionera para cualquier editorial y cualquier lector: o estamos ante una recolección mediocre de muestras textuales o estamos ante un brillante collage de textos disímiles y vibrantes. Es así. Una antología puede hacer que te arrepientas de por vida de haberla comprado y que inmediatamente quieras venderla, la típica antología que recae en lo obvio, en lo canónico; o puede hacer que agradezcas haber gastado en esa compilación por la novedad de sus textos, que nunca habían sido publicados, y por el eje que transitan, cada escritor a su manera.
Buenos Aires. La ciudad como un plano (La bestia equilátera, 2010) entraría dentro del segundo tipo de antologías (recuperando lo mejor de las viejas antologías de la editorial Jorge Álvarez). La propuesta es simple (pero no el resultado): escritores y cronistas escriben sobre la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Se trata, es claro, de trazar recorridos por las calles urbanas, los centros cosmopolitas o las reservas casi ecológicas para, como querían nuestros amados Deleuze y Guattari, cartografiar, cartografiar, cartografiar. Ahora bien, lo interesante de esta antología es la diversidad y la lucidez que presentan sus textos. Hacía tiempo que no leía una antología pareja, es difícil encontrarlas, suelen tener sus puntos altísimos y sus puntos bajísimos. En Buenos Aires. La ciudad como un plano, por el contrario, la convivencia de tonos diversos, de registros diversos, de géneros diversos hace que el traqueteo por la ciudad se vuelva múltiple, inasible y vibrante. En ese entramado de percepciones y textualidades es posible trazar ciertas líneas que vinculen los textos de la antología para armar una red de sentidos y desplazamientos.
Así, el relato de Sergio Chejfec, “El testigo”, uno de los grandes relatos del libro (un tipo obsesionado con una carta de Cortázar que vuelve a Buenos Aires, después de vivir años fuera del país, para encontrar el lugar donde vivía el autor de Rayuela a fines de los 40) y “Miserereplatz” de Edgardo Cozarinsky, un texto inclasificable, cuando no, sobre la Plaza Miserere y sus alrededores, son dos modos alternativos de volver una mirada de “arrebatado sentimiento de extinción” y un “ataque fulminante de nostalgia” en relación con la ciudad, una convivencia de temporalidades en las fachadas, en las calles y en los sujetos urbanos. Del otro lado, la crónica “Diario del 22 de noviembre de 2000” de María Carman (sobre el tren blanco en Belgrano R y los carros revolvedores, que trenza la propia voz de la cronista con la de los protagonistas de su crónica, y un coletazo final de gran nivel poético) y el “Informe sobre ceros” de Dalfia Oken, seudónimo de un binomio de autores, que acompaña a los vagabundos y mendigos de las calles porteñas recuperan, a su modo, los desplazamientos marginales que caracterizan a Buenos Aires, recuperando las vidas que han sido abandonadas por el Estado y los otros. Vemos en las anteriores, dos líneas posibles para trazar en el concierto de voces que se aúnan en Buenos Aires. La ciudad como un plano aunque podrían trazarse otras diversas: la vida comercial en “Paseás por Florida” de Sylvia Molloy (una nueva modulación de la nostalgia urbana) y en “Pasajes” de Graciela Speranza (texto sobre galerías, en el que vuelve a aparecer Cortázar); pequeñas anécdotas que narrativizan la vida urbana en “Una flor para Selma” de Arnaldo Calveyra (la llegada inmigrante a Buenos Aires y la nueva vida) y en “Caminata bárbara” de María Sonia Cristoff (típicas recorridas por la Reserva Ecológica en Costanera y el encuentro con un hombre que había desaparecido); la ciudad como cuerpo y el tono tragicómico en “Humo” de Daniel Guebel y “Filcar. Un recorrido” de Alan Pauls, dos cuentos que trabajan en torno de la enfermedad y la muerte; etc.
Buenos Aires. La ciudad como un plano es una cartografía textual y perceptiva de Buenos Aires y sus alrededores destacable por la variedad y la calidad de sus participantes y por los recorridos que propone: desde el Retiro detallista de Marcelo Cohen (en “Retiro. La estación”) hasta el dicotómico Belgrano R de María Carman, pasando por el extranjerizado Centro de Ann-Kazumi Stahl (en “Primero días porteños”). Las antologías, ya lo dije, son un tipo editorial traicionero y, sin embargo, en este caso da gusto recorrer las páginas y leer textos inéditos de escritores lúcidos que construyen su propio modo de vivir y de escribir los cien barrios porteños.

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