miércoles, septiembre 28, 2011

The song remains the same (sobre Bellas artes de Luis Sagasti)


¿Dónde comienza una historia? ¿Comienza con la primera palabra o con la boca abierta que permite que esa primera palabra salga? La tapa de Bellas artes (Eterna Cadencia, 2011) nos muestra un entramado de hilos de diferentes colores, un entramado sin principio ni fin. Y es que la idea del libro de Luis Sagasti se plantea el interrogante con el que inicio esta reseña: ¿por dónde empezar a contar? Lo mejor será, como se propone en la primera estación “Luciérnagas”, cortar alguno de esos hilos y comenzar a seguir su dirección, sus nudos con otros, sus idas y vueltas. Así, Bellas artes es un texto-trama y cada capítulo o parte es un recorrido errático y azaroso que se va formando con la aparición de algunos nombres, algunas vidas, algunas experiencias. Por poner un ejemplo, “Corderos”, la tercera parte del entramado, pasará de la historia del sacerdote volador Adelir Carli al cerdo volador de Pink Floyd, pasando por la caída por la escalera de Primo Levi y las performances de Marina Abramovic, entre otros y otras. ¿Cuál es el hilo que une estas historias, estos sucesos? Es el vacío y su fuerza, el vértigo hacia arriba y hacia abajo.
Cada parte de Bellas artes recorre un cúmulo de historias, experiencias y obras que van y vuelven, que se tocan y se alejan, como recordándonos que la realidad que nos atraviesa es una realidad de hipervínculos: todos se conecta con todo (el narrador de las historias lo señala una y otra vez: Internet es la red de redes, la historia de historias). Pero detrás de esas conexiones (de la liebre muerta y los tártaros de Beuys a Wittgenstein escribiendo el Tractatus detrás de las trincheras, de Jorge Barón Biza suicidándose a las fotografías imposibles de Richard Drew, etc.), lo que nos muestra un narrador reflexivo y afilado es el fondo de las historias, el fondo de las palabras. Detrás del entramado de texto del libro de Sagasti, los interrogantes se encienden y se apagan como luciérnagas: cómo comunicar lo incomunicable (y ahí está Vonnegut intentando escribir sobre el bombardeo en Dresde), cómo caminar por el borde del arte y del lenguaje (y ahí están las trincheras de las guerras mundiales y Ungaretti y Wittgenstein), para qué sirve la poesía (y ahí está el haiku, abriendo la grieta en el lenguaje), cómo hacer música y filosofía en el fin de la historia (y ahí está Sun Ra y su música intergaláctica y Zhang Yun y su filosofía espacial), etcétera, etcétera, etcétera. La noche, los animales y la experiencia límite son tres elementos que, en Bellas artes, son condición de posibilidad para empezar a narrar o para continuar la narración.
Bellas artes no es ni una novela ni un ensayo, ni una colección de narraciones ni un libro de filosofía: es una trama, un tejido en el que los hilos se entrelazan y se separan, van y vienen. Y detrás está un simple mortal, un simple tejedor, Luis Sagasti, que recorre la historia, el arte e Internet para contar algo. ¿Contar qué? Contar anécdotas, sucesos, vidas, obras, escenas, experiencias (la brevedad y la síntesis como valores últimos). Bellas artes se instala en el borde de la narración, los nudos que se atraviesan son incontables pero la boca siempre vuelve a abrirse, tragándose lo incomunicable y comenzando, de nuevo, la misma historia.

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