sábado, febrero 18, 2012

Desfachatez

En nuestra cultura, la relación cara/cuerpo está signada por una asimetría fundamental, que establece que la cara permanezca por lo general desnuda, mientras que el cuerpo normalmente se cubre. A esta asimetría le corresponde un primado de la cabeza, que se expresa en los modos más diversos, pero que es más o menos constante en todos los ámbitos, desde la política (donde al titular del poder se le llama la "cabeza") hasta la religión (la metáfora cefálica de Cristo en Pablo); desde el arte (donde puede representarse la cabeza sin el cuerpo -es el retrato-, pero no -como es evidente en el "desnudo"— el cuerpo sin la cabeza) hasta la vida cotidiana, donde el rostro es por excelencia el lugar de la expresión. Esto parece confirmarse por el hecho de que mientras las otras especies animales presentan con frecuencia precisamente en el cuerpo los signos expresivos más vivaces (las pintas del pelaje del leopardo, los flamantes colores de las partes sexuales del mandril, pero también las alas de la mariposa y el plumaje del pavo real), el cuerpo humano está singularmente privado de rasgos expresivos.
Esta supremacía expresiva del rostro tiene su confirmación y, a la vez, su punto débil en el rubor incontrolable donde se hace patente la vergüenza por la desnudez. Es tal vez por esa razón que la reivindicación de la desnudez parece poner en cuestión sobre todo el primado de la cara. Que la desnudez de un cuerpo bello puede eclipsar o hacer invisible el rostro se dice claramente en el Cármides, el diálogo que Platón consagra a la belleza. Cármides, el joven que da nombre al diálogo, tiene un bello rostro pero, dice uno de los interlocutores, su cuerpo es tan bello que "si él aceptara desnudarse, creeríais que no tiene rostro" (Car. 154d), que él está, literalmente, "sin rostro" (aprósopos). La idea de que el cuerpo desnudo puede impugnar el primado del rostro para ponerse él mismo como rostro está implícita en las respuestas de las mujeres en los procesos de brujería que, interrogadas sobre por qué en el aquelarre besaban el ano de Satanás, se defendían afirmando que también ahí había un rostro. De modo similar, mientras que en los inicios de la fotografía erótica las modelos debían ostentar en el rostro una expresión romántica y soñadora, como si el objetivo las hubiera sorprendido, no visto, en la intimidad de su boudoir, con el transcurso del tiempo este procedimiento se invierte, y la única tarea del rostro se vuelve la de expresar una impúdica conciencia de la exposición del cuerpo desnudo a la mirada. La desfachatez (la pérdida del rostro) es ahora la contraparte necesaria de la desnudez sin velos. El rostro, devenido cómplice de la desnudez, mirando al objetivo o haciendo un guiño al espectador, da a entender una ausencia de secreto, expresa sólo un darse a ver, una pura exposición.
Agamben, Giorgio (2011): "Desnudez" en Desnudez, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, pp. 128-130.

1 comentarios:

J la Rata dijo...

el asunto de la mirada de las modelos que posan desnudas ya estaba en "elogio de la profanación", en profanaciones. es un momento muy lúcido de agamben, donde se concentran el tema del gesto y el tema del cuerpo (¿benjamin y bataille?)

 

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