viernes, julio 20, 2012

El principio de incompletud (Maurice Blanchot)

Repito, en lugar de Bataille, la interrogación: ¿por qué «comunidad»? La respuesta está dada bastante claramente: En la base de cada ser, existe un principio de insuficiencia... (principio de incompletud). Es un principio, observémoslo bien, lo que manda y ordena la posibilidad de un ser. De ahí resulta que la carencia por principio no va a la par de una necesidad de completud. El ser, insuficiente, no busca asociarse a otro para formar una sustancia de integridad. La conciencia de la insuficiencia viene de su propio cuestionamiento, el cual tiene necesidad del otro o de algo distinto para ser efectuado. Solo, el ser se cierra, se duerme y se tranquiliza. O bien está solo o no se sabe solo más que si no lo está. «La sustancia de cada ser está impugnada por cada otro sin descanso. Incluso la mirada que expresa el amor o la admiración se liga a mi como una duda que afecta a toda la realidad.» «Lo que pienso no lo he pensado solo.» Hay aquí un intrincado de motivos disímiles que justificaría un análisis, pero que tiene su fuer/a en una mezcolanza de diferencias asociadas. Es como si se apiñaran en la portilla pensamientos que sólo pueden ser pensados juntos, mientras que su multitud les impide pasar. El ser busca, no ser reconocido, sino ser impugnado: va, para existir, hacia lo otro que lo impugna y a veces lo niega, con el fin de que no comience a ser sino en esa privación que lo hace consciente (ése es el origen de su conciencia) de la imposibilidad de ser él mismo, de insistir como ipse o, si se quiere, como individuo separado: así tal vez existirá, experimentándose como exterioridad siempre previa, o como existencia vista en perspectiva lineal, sólo componiéndose como si se descompusiera constante, violenta y silenciosamente.
De este modo, la existencia de cada ser reclama lo otro o una pluralidad de otros (porque es como una deflagración en cadena que tiene necesidad de cierto número de elementos para producirse, pero que correría el riesgo, si ese numero no fuera determinado, de perderse en el infinito, a la manera del universo, el cual sólo se compone ilimitándose en una infinidad de universos). Reclama, por eso, una comunidad: comunidad finita, porque ella tiene, a su vez, su principio en la finitud de los seres que la componen y que no soportarían que ésta (la comunidad) olvide llevar a un grado de tensión más alto Infinitud que los constituye.
Aquí nos encontramos enfrentados a dificultades poco dominables. La comunidad, sea o no numerosa (pero, teórica e históricamente, no hay comunidad sino de un pequeño número —comunidad de frailes, comunidad hassídica (y los kibbutzim), comunidad de eruditos, comunidad con vistas a la «comunidad», o bien comunidad de los amantes), parece ofrecerse como tendencia a una comunión, incluso a una fusión, es decir, a una efervescencia que no reuniría los elementos sino para dar lugar a una unidad (una sobreindividualidad) que se expondría a las mismas objeciones que la simple consideración de un solo individuo, cerrado en su inmanencia.
Blanchot, Maurice (1983): La comunidad inconfesable, Madrid, Editoral Nacional de Madrid.

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