lunes, diciembre 17, 2012

Para no soñar (sobre Le viste la cara a Dios de Gabriela Cabezón Cámara)


El retorno a los cuentos clásicos que se dio en estos últimos años (esos cuentos maravillosos de los Grimm o de Perrault, esos formadores de estereotipos, deseos y soluciones imaginarias) marca cierta necesidad. Tal vez se trate de buscar fantasmas en esos relatos primigenios que atraviesan clases, sociedades y naciones; tal vez sea otro manotazo de ahogado de un mercado cultural que muchas veces se choca contra sus propios límites y debe volver hacia el pasado para relanzarse. En todo caso, productos como la historieta Fables de Bill Willingham (publicada por Vértigo a partir de 2002 y que continúa publicándose a través del fabuloso formato del spin-off), la serie televisiva estadounidense Once upon a time (lanzada en 2011 y que este año tuvo su segunda temporada) o un libro destacadísimo como Las infantas de la escritora chilena Lina Meruane (publicado hace unos años por Eterna Cadencia) son sólo algunos ejemplos de este interesante y productivo revival de los cuentos del “Había una vez…”. Desde ya, la aproximación, la re-vuelta de cada uno de los productos mencionados es diversa y va desde la mirada melodramática a la mirada perversa, de la actualización a la tergiversación, de Andrea del Boca al Marqués de Sade.
Justamente, en 2011, en el marco de esta retromanía de los relatos, la editorial virtual española Sigueleyendo lanzó una serie de ebooks llamada "Bichos" en la que se les propone a diversos autores hispanoescribientes que reversionen cuentos clásicos. Me interesa acercarme en particular a Le viste la cara a Dios de Gabriela Cabezón Cámara, texto que se ha publicado también en papel a través de la editorial La isla de la luna. Los demás libros de la colección están en mi lista de pendientes pero ya llegará el momento de leerlos y comentarlos. Por lo demás, el relato de Cabezón Cámara no puede dejar de leerse y releerse, en estos días en el que los juicios por el caso Marita Verón captan la agenda de los medios, para pensar qué posibilidades existen en la literatura de narrar y exponer experiencias tan oscuras e intransferibles como la explotación sexual.
Me permito un rodeo: hay una propaganda impresa del Ministerio de Justicia que sale en estos días en publicaciones como la revista Barcelona o Fierro sobre la línea gratuita para la denuncia de trata de blancas en el marco del “Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el Delito de Trata”. En esta propaganda, se ve un colchón deslucido, pelado, con un par de zapatos femeninos con tacos en el centro y una cita textual en la parte superior que dice lo siguiente: “La señora dijo que iba a vivir como una reina. No imaginé esto… Llegué a hacer 20 “pases” por día. También duermo en esta habitación.” – Sandra. Víctima de delito de trata de personas. ¿Por qué traer a colación este aviso para leer Le viste la cara a Dios?
Cabezón Cámara elige acertadamente un cuento clásico para actualizarlo y, en ese reseteo, cruzarlo con la explotación sexual. Ese cuento es “La bella durmiente”. Así, la promesa de ser “como una reina” funciona perfecto como excusa para abrir la puerta del puticlub tortuoso de Lanús donde la “Beya durmiente”, una chica secuestrada y prostituida por el Rata Cuervo y sus secuaces, pasará sus días anestesiada por la droga y por la brutalidad sexual, "dormida" para escapar del cuerpo atravesado. El relato, sin embargo, no elige la sencillez de una primera persona que cuente su experiencia (porque el sujeto que la experimenta pareciera no poder comunicarla, porque es una experiencia del límite) ni la aparente neutralidad de una tercera persona (porque no se trata de distanciarse de la experiencia, se trata de internarse en el cuerpo de mujer torturada); por el contrario, Cabezón Cámara despliega una segunda persona que apela todo el tiempo a la conciencia, la reflexión y la sensación de la Beya durmiente, un relato de alguien que comparte, como un espectro ubicuo, los sucesos que atraviesan a la protagonista pero que también intenta pensarlos. El estilo que ese relato adopta en el correr del río textual es barroco, cargado de rodeos para acceder al centro de la sensación, al mejor estilo lamborghiniano (Cabezón Cámara ya lo había desplegado en La virgen cabeza). Ese barroquismo se cruza con referencias al misticismo español en el Siglo de Oro (y, por ende, la entrada de lo religioso en diáfano esplendor) pero también con referencias pop como Kill Bill (que, en el final, se vuelve fundamental como deriva imaginaria y renovada “justicia pop-ética”).
Por otro lado, en términos estructurales, Le viste la cara a Dios se divide en tres partes pero para no extenderme (aunque lo valdría) me detengo solo en la primera. Esta parte se sostiene en la tensión entre el cuerpo y el espíritu, entre la carne y el alma, entre un plano en el que el dolor y la tortura son ineludibles y otro plano que la Beya desea en donde aislarse (en este punto, la inserción de citas y menciones a los místicos españoles y el cruce del discurso católico son perfectos recursos para enfatizar la tensión). Justamente, la referencia al sueño como bálsamo, la continua apelación a Dios como posible salvación y, en el límite del paroxismo, la cocaína como anestesia son estrategias para retextualizar el cuento clásico en un posible relato de la explotación sexual en la Argentina. En ese punto, las posibilidades de narrar la experiencia se cruzan con las posibilidades de denunciar una experiencia: ¿cómo puede hacer la literatura para contar el sufrimiento del cuerpo? ¿qué función tienen los relatos frente a un caso como el de Marita Verón? ¿qué hacer con la imaginación frente a la brutalidad de lo real? 
Le viste la cara a Dios es, justamente, un experimento narrativo que merodea estos interrogantes político-literarios intentando darles una respuesta con el barroquismo que la sexualidad y la violencia podrían precisar para ser narradas.

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