domingo, agosto 24, 2014

De gauchos y romanos


En 1956, año del derrocamiento de Perón y la llegada de la llamada "Revolución Libertadora", Silvina Ocampo y J. R. Wilcock escriben en colaboración la obra de teatro Los traidores. Pocos se han molestado en leerla (no he podido encontrar comentarios detallados ni propuestas analíticas, al menos en la web), es un libro difícil de conseguir (su primera edición es del año mencionado, por la editorial Losange; hay otra de 1988, editorial Ada Korn, pero nunca la vi)) y, sin embargo, aparece como una anomalía en las obras también anómalas de estos dos geniales escritores. 
De forma suscinta: se trata de una tragedia clásica, escrita en verso, con mucho de Racine; se sitúa "en Roma, año 211 de nuestra era" y "Todos los personajes deberían llevar máscaras, algo que les cambie la expresión de la cara"; se trata de la historia de dos hermanos, Basiano y Publio, ambos son hijos del emperador Septimio Severo y pelean por quién los sucederá en el trono tras su muerte. Pienso en cómo esta historia anacrónica podría leerse entrelíneas como reflexión sobre el poder, el gobierno y el peronismo; y también cómo viene a insertarse en las obras de Ocampo y de Wilcock, de las que parece haberse evaporado (o parecen haberla omitido por pura desidia intelectual).
En este post, traigo a colación un fragmento curioso donde en la atmósfera romana imperial, el emperador que muere evoca con sus palabras los famosos consejos del gaucho Martín Fierro. Este cruce entre gauchos y romanos no resulta único si lo colocamos en serie con textos relativamente contemporáneos a Los traidores, por ejemplo, con un fragmento de La expresión americana de Lezama Lima y con el famoso cuento breve "La trama" de Borges. Me pregunto cuál es el enlace entre la escena romana y la escena argentina; en qué punto la traición y los problemas de poder funcionan de forma reverberante entre estos mundos; por qué la escritura traza estos puntos de cruce y qué otros trazos y potencias habrá dejado en la literatura argentina. La pregunta sería, reformulando a Borges: ¿por qué a estos escritores les agradan "las repeticiones, las variantes, las simetrías"? ¿Qué encontraron en la época clásica que podía darles alguna respuesta sobre la situación argentina a fines de los '50?
Les dejo, pues, los tres fragmentos y ustedes dirán. Si se les ocurre alguna otra referencia, será bienvenida!



Voz de Séptimo Severo:
¡Fui todo y no fui nada!
(Una pausa.)
No forman las columnas de un imperio
las armas, los tesoros, los ejércitos,
sino las manos fieles de un amigo
que no pueden comprarse con el oro.
(Se rompe el collar de Julio. Las Plañideras corren buscando las perlas por el escenario. Todos hablan. Se pierden muchas de las últimas palabras de Séptimo Severo.)
¡Hijos míos, no existe en este mundo
un amigo más noble que un hermano
y el que sea capaz de traicionar
a su hermano, será del mismo modo
traicionado por todos!
Os entrego este trono venerable:
será si sois virtuosos, fuerte;
será si sois perversos, vacilante.
Siempre la unión fue la prosperidad
de las naciones débiles.
La discordia destruye con más ímpetu
los pueblos poderosos como el nuestro.
Mago: ¡Los plagios siempre son conmovedores!
Ocampo, Silvina y Wilcock, Juan Rodolfo (1956): Los traidores, Buenos Aires, Ediciones Losange, p. 22.

Lo primero que señalamos en estos poemas gauchescos [los de Bartolomé Hidalgo] es su necesidad, su nacimiento de cosas muy cosidas en acontecimientos y entrañas. Todo eso forma su imprescindible clásico, su tono de hombres, que lejos de restarle y prestarle separación, lo iguala con todo lo producido seco, escamado y fatal. Si vemos el gaucho con el poncho a medio envolver, rodeado el brazo para parada y defensa, a punto el comentarista se ve obligado a anotar: ya se usaba entre los romanos lo que ahora llamamos combatir a capa y espada. Viene la cita de Julio César: envuelven la manta en el brazo izquierdo y sacan la espada. Fuerte nacimiento de literatura clásica, es decir, clase poderosa y saneada, necesidad que crea su forma, libertad que nace exenta de precauciones y resguardos literarios.
Lezama Lima, José (1957 [2014]). "Nacimiento de la expresión criolla" en La expresión americana, Buenos Aires, Colihue, pp. 271-272.

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por lo impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: "¡Tú también, hijo mío!". Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): "¡Pero, che!". Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.
Borges, Jorge Luis (1960): "La trama" en El hacedor.


martes, agosto 19, 2014

Conversaciones con Julio Ramos, autor de Desencuentros de la modernidad en América Latina


Invitado por la UNSAM, Julio Ramos dará una serie de conferencias en el Malba y en Anfibia. En 1989, Ramos publicaba un libro excepcional: Desencuentros de la modernidad en América Latina; se cumplen 25 años de su publicación y sobre el mismo estará conversando el lunes 25 de agosto. Más info sobre las dos conferencias, acá. Contacto: lecturamundi@gmail.com

miércoles, agosto 13, 2014

La desorientación de mi generación (sobre alt lit. Literatura norteamericana actual)

alt lit. Literatura norteamericana actual es una antología realizada por Lolita Copacabana y Hernán Vanoli. Publicado por Interzona, el libro permite tener un pantallazo intenso y variado de una generación de jóvenes norteamericanos que construyen su escritura atravesados por internet, las redes sociales, Youtube, McDonald's y las drogas de diseño. La antología tiene varios aciertos que señalo rápidamente:
  • la selección narrativa es amplia y heterogénea: va del minimalismo apático de Noah Cicero a la experimentación genérica de Blake Butler, pasa por la intensidad onírico-sentimental de xTx y por el registro de cronista de Lily Dawn hasta recalar en el pop filosófico de Heiko Julién y en la prosa cruda de Jordan Castro, entre otros. En todo caso, el muestro de autores es acertado y amplio, y discute con el simple tono apático y snob que podría endilgársele a la alt lit. Además, el hecho de que Vanoli y Copacabana hayan elegido dos cuentos de cada escritor permite tener una percepción más cabal del estilo y la propuesta de cada uno (y es una invitación a seguir leyendo los que más hayan gustado, desde ya).
  • la traducción de los relatos, realizada por los antologadores, es una alivio frente a los horribles doblajes de editoriales como Anagrama o Edhassa. Se necesitaba una traducción no ibérica para estos relatos: muchos incorporan un lenguaje informal y coloquial (más bien virtual) que en el clásico doblaje solo podría haber herido la susceptibilidad de los lectores argentinos.
  • el prólogo "La fatiga del imperio" logra enmarcar la antología que introduce con sencillez y claridad, no sin lanzar algunas hipótesis de lectura de esta generación de jóvenes a través de cuyas obras es posible leer las derivas del imperio norteamericano, sus puntos ciegos y su producción de subjetividades, entre otras cosas.
Recomiendo enfáticamente alt lit. Literatura norteamericana actual, la antología de Vanoli y de Copacabana por la seriedad del trabajo realizado y por el puente que tienden, junto a otras editoriales como Dakota editora, para que desde Argentina y Latinoamérica podamos acceder a qué están escribiendo los jóvenes norteamericanos y de qué modo esas escrituras proponen nuevos modos de vivir juntos, de subjetividad y de lenguaje.
A continuación, unas preguntas sobre alt lit. Literatura norteamericana actual que respondieron muy gentilmente Hernán Vanoli y Lolita Copacabana, los compiladores.
 
  
1. ¿Cómo se decidieron a armar una antología de literatura norteamericana actual?

Lola venía leyendo a muchos autores, los reseñaba en su blog. Vanoli los empezó a leer también, y se hizo claro que faltaba algo que sintetizara un poco esa experiencia en castellano. El concepto de antología no era lo que más nos interesaba, porque muchas veces son bolsas de gatos, pero al mismo tiempo fue la herramienta que encontramos para hacer un paneo para textos que ya existían y queríamos difundir en nuestro idioma. En cierta manera la antología existía desde antes, nosotros fuimos una especie de documentalistas que elegimos qué mostrar y elaboramos el montaje. Algunos autores ya habían sido traducidos, por Dakota Editora y Alpha Decay en España, pero con libros enteros, y ninguno de los cuentos que seleccionamos, como así tampoco la gran mayoría de los autores, podían ser leídos en castellano. Además, la literatura norteamericana es muy buena e importante para nosotros como lectores, y sentíamos que lo que más circulaba eran autores de décadas pasadas, cuyo efecto en nuestro sistema literario era a veces conservador. Entonces le ofrecimos el proyecto a Interzona, que gentilmente nos apoyó.

2. ¿Qué criterios tuvieron en cuenta al momento de seleccionar los autores y los textos?

El principal criterio fue que los textos nos gustaran. No hay un solo cuento que no nos parezca interesante. No le prestamos tanta atención a las trayectorias, de hecho algunos autores todavía no publicaron su libro, y otros sólo tienen chapbooks en la web. Fue un trabajo intenso de selección y de discusión, no queríamos dar la sensación de que la alt lit era toda igual porque de hecho no lo es, incluso se trata de una categoría que está en discusión permanente.

3. ¿Cuáles son los puntos altos y los puntos bajos de la alt lit?

Es muy difícil establecer un balance de una sensibilidad que se construye a diario en la Internet, y que a su vez tiene muchas aristas. A nosotros nos llamó la atención cierto clima desgarrador y al mismo tiempo optimista, cierta desesperación anestesiada que atraviesa a muchos de los textos, que se transita muchas veces con humor y con imaginación. Por otra parte, en tanto formación, la alt lit supo no ir a mendigarle a nadie, no chupar medias, y establecer una valoración autónoma de la tradición norteamericana al mismo tiempo que creó sus propios medios de difusión, en oposición a cierto anquilosamiento del campo cultural yanqui. Los puntos bajos, al tratarse de un movimiento bastante amplio, pueden pasar por cierta frivolidad intermitente, cierto regodeo en la apatía, pero consideramos que a pesar de eso la alt lit habilita la formulación de ciertas preguntas y la construcción de ciertas prácticas de libertad que siempre son positivas tanto para la lectura como para la escritura.

4. ¿Qué cruces encuentran entre la alt lit y la literatura argentina actual? ¿Hay puntos de diálogo?

La literatura argentina actual está muy fragmentada, hay una diversidad de escenas y de estéticas y sensibilidades. Quizás la alt lit se toca con algunas zonas del mundo de la literatura escrita por autores más jóvenes, hay algunos que incluso llevan a cabo imitaciones bastante deliberadas de la alt lit, pero son muy pocos, y a nuestro juicio la imitación sin mediaciones no es productiva. De todos modos, en Argentina hay una gran fragmentación, por un lado, y por otro hay un peso enorme de la carrera de letras, algo que en Estados Unidos no existe como tal porque el sistema educativo es diferente. Acá todavía se piensa que la aplicación mecánica de ciertos procedimientos de otras disciplinas artísticas es una novedad, que el sinsentido puede interesarle a alguien, que cómo escribir después de Borges o desde Borges es una pregunta urgente. Por eso es complicado trazar un paralelo, aunque sin duda pueden existir puntos de diálogo: vivimos en la misma época, en sociedades complejas, consumimos porquerías similares, pasamos mucho tiempo en la Internet, y hay también un quiebre generacional notable con respecto a la gran mayoría de los escritores de más de cuarenta años.

5. ¿Qué libro de un autor de la alt lit publicarían de forma íntegra?

Nos hubiera gustado publicar Person, de Sam Pink, y Bad Behaviour, de Noah Cicero. También hacer una traducción rioplatense de Richard Yates, de Tao Lin. Pero ya los tenían Triana, Dakota y Alpha Decay. Después, tenemos otros en vista para un proyecto editorial para el que nos convocaron y se llamará Momofuku Libros, pero no podemos adelantar nada por cábala.

6. ¿Por qué se decidieron por una traducción de corte rioplatense en este antología?

Porque estábamos un poco cansados de las traducciones neutras o de las traducciones de un castellano demasiado ibérico, llenas de gilipollas, so cabrón, ordenador, coño, Nocilla, ligue, y esas cosas. De todos modos, tampoco negamos del todo esa herencia, e intentamos dosificar el localismo para que la traducción pueda ser lo más universal posible, sin desentendernos de nuestro lugar.

7. ¿Intervinieron en la selección de la imagen de tapa? ¿Por qué fue elegida esa imagen?

Sí, a la imagen la elegimos nosotros, es una foto de Gaby Goldberg. Nos pareció que algo de esa estética juvenil, canchera, apenas prepotente y a la vez cotidiana tenía que ver con el contenido del libro. Y lo cierto es que en el momento de preparar la tapa, hace más de un año, estábamos muy interesados en el tema de las máscaras de animales.

viernes, agosto 01, 2014

Completando las obras (II): Requiem para un viernes a la noche (Enrique Raab)

Completando las obras (0): Solapas de la primera edición de Cabecita negra (Eduardo Masullo)
Completando las obras (I): Testamento de Rozenmacher

El objetivo de esta serie de posts se explica acá.
Cuando fallece Rozenmacher en agosto de 1971, el cronista Enrique Raab dedica una semblanza en la revista Análisis, donde tenía a su cargo la sección de "Teatro". La crónica es justa, recupera la voz de Rozenmacher y en dos o tres anécdotas lo pinta de cuerpo entero. Encontré esta necrológica mencionada algunas veces en páginas web y en artículos sobre el autor de Los ojos del tigre, sin embargo no se conseguía en internet ni en la última recopilación de crónicas y semblancas de Raab, editada por Perfil (y en estos días, agotadísima).

Requiem para un viernes a la noche (Enrique Raab)


Sería noviembre o quizá diciembre de 1962. Una tarde, subió los 2 pisos de esas blancas y destartaladas escaleras que llevaban al departamento de Ricardo Halac, en Sánchez de Bustamante. Venía de ver 8 1/2 de Fellini; estaba indignado. “Es una mistificación. En el cine, la gente no entendía nada. Al final, algunos chiflaron. Tanto bochinche egocéntrico sobre la misión del artista. Tanta mistificación...”. Solo porque su bolsa de tabaco para pipa bailoteaba histéricamente entre sus manos, podía adivinarse que Germán Rozenmacher estaba indignado. “Por supuesto, está la cultura de Fellini, está toda la elegancia de un gran artista europeo. Pero a nosotros, los argentinos, ¿qué c... nos importa? 8 1/2 no le ayuda a la gente a vivir mejor. Es como mirarse el ombligo, describirlo con minucia, con la precisión de un astrónomo superinteligente. Pero el ombligo, no por bien descripto, deja de ser ombligo. Nunca puede convertirse en espacio astral”.
El espacio astral —muchas veces lo corroboró indirectamente— fue su íntima, secreta, apasionada vocación. Vivió desgarrado los 36 años de su vida entre un orden heredado (la angustiosa, terrible caparazón de su formación rabínico-judaica) y una ruptura que simbolizaba en el acercamiento al cristianismo, en aproximarse a los goyim con un acto de amor. “Hay como una música en todas las cosas —dijo cierta vez, en uno de sus momentos más depresivos—. Por períodos, creo que solo un acto de rebeldía nos puede liberar. Sin embargo ¡qué hermosa es la tradición! Cuando veo una vieja india chaqueña, o un viejo hindú acuclillado, o un viejo jasen muriéndose de hambre en una pensión de la calle Larrea, en pleno Once, comienzo a creer que ellos tienen su vida resuelta. Viven en una placenta eterna, decorada por miles de refinadas chicanerías que la hacen más aceptable. El viejo judío, guardando su tales y sus filacterias en un armario deshecho, contando día a día sus centavos para comprarse su pan Goldstein, llorando ritualmente cuando le cuentan que un viejo compinche se ha muerto, riendo ritualmente cuando le dicen que la hija o el sobrino de Moishe o de Shmuil se han casado... Ellos reaccionan sin libertad, pero de manera bella. Son autómatas del rito, pero han metido, dentro de ese rito, toda su capacidad afectiva. Yo he roto con el ritual, pero todavía no he aprendido a ser libre fuera de él”.
Ese sentimiento de libertad lo obsesionaba. Por eso, escribió en 1961 Cabecita negra y casi enseguida, Requiem para un viernes por la noche. Un muchacho judío, hijo de un rabino, se casaba con una gentil, con una goye. Había un conflicto. El muchacho tenía razón; el padre tenía razón. La chica sufría. “Demasiado autobiográfico —le dije después del estreno—. Tenés que tomar distancia. El arte no consiste en contar la vida de uno, sino en saber a qué mínimo común denominador puede uno reducir sus propias experiencias para que sean comprendidas por todos”. Esa noche, Germán fumó pipas más largas que de costumbre. “Creo que tenés razón —terminó por decirme— pero ¿cómo puedo reducir mis cosas si todavía no he terminado de comprenderlas?”.
Su trayectoria de escritor es sorprendentemente corta. Dos colecciones de cuentos, dos obras de teatro, una adaptación de un clásico para uso de adolescentes. Sin embargo, trabajaba como un frenético. Su gran cabezota redonda, su estatura imposible, su gordura descomunal pero misteriosamente armoniosa se deslizaban todos los días de la redacción a su casa, con libros estrafalarios que devoraba con ardor de talmudista. Cada una de sus opiniones tenía la bondadosa, tierna untuosidad de un dictamen pontifical. Sin embargo, detrás de tanta erudición no se escondía ninguna pedantería. Podía hablar durante tardes enteras de Dámaso Alonso y de la influencia marrana en el Rinconete de Cervantes con la misma naturalidad con que me describió, cierta tarde en Mar del Plata, una inefable entrevista con el millonario Fortabat.
Nunca creyó en la literatura como documento crudo; sabía, también, que detrás de cada palabra escrita debía haber un hombre. Por eso, en plena furia del teatro realista, él fue —en medio de Cossa, Halac, Dragún— el más contemporizador. “Yo voy al Di Tella, porque quiero entender lo que esa gente quiere decir” —me explicó rápidamente una noche de 1968, en la esquina de Paraguay y Florida—. Para sus compañeros, ir al Di Tella era casi una herejía. A él, a quien las herejías le dolían en carne propia, no le importaba aventurarse por los caminos del riesgo. A él, que conocía el terror de la ruptura, le resultaba imposible volver a enquistarse en ninguna costumbre, en ningún preconcepto, en ninguna cómoda complicidad.
Hace 20 días, me pasó el original de El caballero de Indias, su última obra. “Leela y pegáme, aunque me duela” —me dijo en un hermoso café ucraniano de la calle Reconquista—. También me dijo que quería que la dirigiese Sergio Renán, “porque un judío va a comprender muchas cosas secretas, que puse ahí y que hay que desentrañar. La semana pasada me reclamó una opinión. “¿Es tan mala que no me lo podés decir?” me telefoneó angustiado. Por negligencia, por preocupaciones personales, yo había postergado la lectura. Anoche terminé de leerla. Hoy, viernes, me entero que un estúpido accidente se ha llevado para siempre a Germán. Que en una habitación de Mar del Plata, sufrió la máxima ruptura que un hombre puede padecer. Si ese más allá, ese paraíso, ese gehenem jasídico que él describía con tanto amor y en el cual no creía, resultase al fin de cuentas real, Germán, con su pipa encendida y su mirada inolvidable tratará de comprenderlo, de aceptarlo, de vivir en él.

Fuente: Revista Análisis, n° 543, 10 al 16 de agosto de 1971, p. 54.
 

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