domingo, marzo 29, 2020

El paraíso, según Alberto Laiseca

Me pregunto si los archivos que se van acumulando en la web, en particular los archivos literarios, no precisan de una suerte de curaduría virtual, llevada adelante por nosotros, lectores curiosos. Creo que desde hace varios años este blog cumple, de una u otra manera, esa función. ¿En qué consistiría tal curaduría? Simple: seleccionar material, transcribir textos, recalcar en un relato, una reseña o una entrevista. Documentos que de otra manera quedarían perdidos en archivos de miles de libros, revistas y textos. En algún momento opté por un vocablo para esos escritos recuperados: exhumaciones (que incluso se convirtió en tag de este blog).

¡A veces hay tanto y a la vez tan poco! Se sabe que muchas veces el bosque tapa los árboles; y en ese sentido, realizar una curaduría literaria virtual tendría que ver con resaltar esos árboles, sacarlos de su contexto natural, en el que pasarían desapercibidos, y plantarlos solitos, en su propio cantero. Horrible metáfora, ¿no? Pero, bueno... Es verdad, hay veces que estos textos cobran su sentido en la revista o el contexto en el que aparecen. Pero otras, se logra recuperar líneas que pocos recordaban, un detalle distinto de un autor muy transitado o incluso alguna joya perdida en un sitio literario remoto.

En este sentido, la aparición de Ahira (Archivo Histórico de Revistas Argentinas) desde hace varios años, entusiasma mi hobbie de seleccionar material, recuperar artículos, textos, opiniones: realizar curaduría literaria virtual. En este caso, mirando la colección de Diario de poesía (y valiéndome del índice de cada publicación que con mucho trabajo y amabilidad adjuntan), me encuentro con un especial sobre el poeta W. H. Auden, seguido de la opinión de distintos escritores y críticos sobre cómo piensan el paraíso. Entre ellos, Alberto Laiseca. Cumplo, entonces, con esta curaduría y recupero el textito del conde que no tiene desperdicio. Salud!


El paraíso, según Alberto Laiseca

Dejemos de lado la teología, por favor. De eso ya tengo bastante. Diré cómo me gustaría que fuese el Paraíso. Yo, como los egipcios, lo concibo básicamente terrenal. “Así como es arriba es abajo”, decían los antiguos. De modo que imagino cierta tierra para que haya un cielo a su semejanza.
Ríos de agua, otros de cerveza, calor seco, desiertos hermosos, florestas, cacerías, reunir-se con los amigos, trabajar en lo que uno quiere, vivir con la mujer amada, tener hijos con ella, vivir con mi hijita.
Realizar expediciones Nilo arriba hasta Nubia, fundar templos, conocer más a la naturaleza. Me gustaría ser el Monitor de mi Tecnocracia, pero no todo el tiempo. De a ratos, porque si no uno se pierde otras cosas. Como se ve, yo, como todo el mundo, quiero comerme la torta y que me quede torta. Conducir batallas gigantescas, sufrir espantosas derrotas wagnerianas, emerger triunfante al final (Gary Cooper: ¡ídolo!).
Comprarles cromo y manganeso a los protelios, fabricar con tales materiales, (amén de otras cosas, claro) 1.200 divisiones de terminators e invadir Protelia a traición y por la espalda.
Fabricar grandes máquinas y monumentos que no sirvan para un catso, salvo que sean hermosísimos.
Visitar otros planetas en mis espacionaves de combate. Volver con un gran cargamento de rocas marcianas.
A ratos ser un simple particular y ver todo desde afuera.
Visitar hoy día la Gran Pirámide. Mirar su construcción con un televisor temporal.
Derrotar al Anti-ser.
Pasarlo bien, en suma.

Alberto Laiseca (escritor)

En Diario de poesía, n. 9, año 1988, p. 26.


martes, marzo 24, 2020

algunos relatos de la memoria

Desde hace varios años, para esta fecha de la memoria, vengo posteando algunos relatos de autores que me gustan y que posiblemente no fueron tan tenidos en cuenta a la hora de volver sobre el 24 de marzo. En medio de esta pandemia brutal que nos aísla y nos estanca en un día infinito, preferí recuperar esos textos en un solo posteo a subir algo nuevo. Así que ahí van, un fragmento de cada uno y el correspondiente vínculo para quién/es quieran leerlos o releerlos.



Los taconeos, el acento metálico de las armas al ser cargadas o descargadas, el tintinear de las botellas, los gritos, las órdenes, el roce de las esposas, la caída del agua de los retretes, un encendedor al prender, las toses, los pedos. Pienso que ése era el primer escalón de ruidos. Tenían por característica que se los podía aislar, cada uno transparentaba una acción que yo imaginaba y reconstruía sobre la pantalla de los párpados vendados. Seguía, luego, otra escala más confusa pero reconocible: consistía en la llegada de una o más víctimas. Empezaba como un tropel de pasos. Se escuchaba inmediatamente el choque de huesos contra la pared, los alaridos revueltos, lo que gritaba el desgraciado mientras lo hacían correr a las patadas, a culatazos, rompiéndole los dientes, hasta que se estremecía una puerta al cerrarse y se amortiguaba el curso de la acción. Los policías sobre todo insultaban ¡hijo de puta! ¡apátrida! ¡sos montonero! y los detenidos respondían que no, o decían por favor, tengo hijos, no me peguen, mis viejos, yo no hice nada, ay mamita mamá mamá. No era demasiado extensa la gama de sus respuestas; sino, sencillamente, no hablaban y toleraban el castigo entre quejidos o bruscos soplos de aire.
Fragmento de El antiguo alimento de los héroes (1987), de Antonio Marimón. Sigue acá



El 24 de marzo (1976), los militares argentinos, y dale, tomaron el poder, o así, al menos: o así al menos -para decirlo todo- ellos lo creyeron. La verdad es que el poder lo tomaron los banqueros, los que, ¿los que?, como es tradicional en la Argentina, se pasan la vida rompiéndoles el (los) culos a los militares argentinos. Y gozan con ello: los militares argentinos y los banqueros (que se los cojen). Los militares. Argentinos, y los banqueros. Argentinos, y de cualquier otra nacionalidad, si es que existe -Dud, lo dudo- otra nacionalidad.

LOS MILITARES ARGENTINOS
LOS PREFIEREN EXTRANJEROS

sin embargo.
"Se equivocaban de departamento", de Osvaldo Lamborghini. Sigue acá.

En el marco coyuntural de una alternativa poco favorable a nivel de descuelgue, me está diciendo el pibe éste (cara de aseo muy bueno, conducta muy buena) y por lo que se conoce de él, es como si Ireneo Leguisamo se pusiera a hablarme de la relación de pareja entre los menonitas, o el Cid Campeador, de las virtudes de la soja en la alimentación macrobiótica, cosas por ai importantísimas para que aparezca un Ireneo Leguisamo o un Cid Campeador en este piojoso mundo, pero que a mí, Celestino Vinelli (ex futuro poeta, hoy Harold Dream, o Jeff Matterson, o Dick Heller, según mande para la Serie Negra, la Colección Terror, o la Súper Crimen) me interesan tanto como si abuelita me estuviera aleccionando sobre las dificultades del punto cadena, pero hay que joderse.
"Cacería sangrienta o la daga de Pat Sullivan" (1985), de Humberto Costantini. Sigue acá.


Quizá, en ese momento, el sol, de un melancólico color morado, tiña la habitación, ilumine la mesa, profusamente tallada, como la tarde en que se sentó por primera vez ante el chico, entretenido en desgarrar el cintex adherido al envoltorio de los cuadernos.
—No sé qué hacer con él —le había confiado la mujer, deprimida—. No estudia, se pasa el día leyendo revistas y haciendo crucigramas.
La ventana estaba entreabierta, con la persiana baja hasta poco menos de la mitad, para impedir la entrada del calor y de la luz. Sin embargo, en la sombra, se distinguían los muebles de falso estilo imperio que llenaban la habitación. Eran muebles pesados, severos, pero, en alguna medida se establecía cierta coherencia entre ellos y las paredes, tapizadas con un papel de un lacre desteñido, sobre las cuales distintos paisajes y naturalezas muertas de colores vivaces, colgaban, enmarcados en cedro oscuro.
"Ciudad sobre el Támesis" (1988), de Amalia Jamilis. Sigue acá.

(...) Después de un rato ya no escucha.
Han vuelto al centro y prefiere observar a la gente que pasa por la calle. Recuerda ese ir y venir infatigable, sonámbulo, de sus primeras trasnochadas de adolescente: respirando hondo, con los ojos muy abiertos, deslumbrado por una promesa tácita, ubicua de aventura, se sentía admitido en los misterios encubiertos y al mismo tiempo tan accesibles a la noche. Tantos años más tarde, ahí está, acechando de nuevo la mirada de los transeúntes, pretendiendo leer en sus caras quiénes son, adónde van.
Se los ve cansados, felices, impacientes, disponibles, apurados, tristes: como la gente en la calles de cualquier ciudad. Y no lo miran. Él no olvida, desde luego, que está escrutándolos desde un automóvil en movimiento… pero por otra parte, ¿por qué deberían mirarlo? ¿Acaso él mismo no se siente como un fantasma? Un irrisorio Rip van Winkle, intentando explicar el territorio presente con un Baedeker amarillento, destartalado, confundiendo sus recuerdos con datos, tomando sus deseos por impresiones…
Fragmento de "El viaje sentimental" (1985), de Edgardo Cozarinsky. Sigue acá.

domingo, marzo 15, 2020

Hugo Tabachnik en el camino

Hay dos motivos que me mueven a recuperar esta entrevista que Jorge Pistocchi le realizó al poeta y periodista Hugo Tabachnik. Por un lado, la necesidad de seguir aportando a la investigación alrededor de una generación beatnik en Argentina, con sus propias modulaciones, traducciones y obsesiones. El trabajo realizado por Federico Barea y el libro Argentina beat (Caja negra, 2016) como resultado del mismo sentaron las bases para poder poner ese nombre, esa etiqueta: beatniks argentin@s. En paralelo, existieron el documental de Diego Arandojo sobre la revista Opium y sus miembros (Opium, la Argentina beatnik, 2014-2015) y la muestra en el Museo de la Lengua de la Biblioteca Nacional, Déjalo beat. Insurgencia poética de los años 60 (2017). En este sentido, recuperar esta entrevista contribuye a seguir definiendo qué fue la Argentina beat, cómo se caracterizó la literatura beatnik argentina y cuál fue la relación entre esos escritores y escritoras y su contexto histórico.
El otro motivo que me moviliza a reproducir esta entrevista es el siguiente: cuando Hugo T. falleció en 2017, Fede Barea publicó esta entrevista en su perfil de facebook. Recuerdo haberla leído, también recuerdo haber pensado, y lo sigo pensando, en cómo se perdería ese documento en esa red social nefasta para la búsqueda de textos, fotografías y testimonios. Era inevitable. El buscador de fb es horrible, la red social no te permite archivar con ningún tipo de lógica (todo tiende a la entropía y al olvido en ese lugar y en otros como instagram). Por eso, copio, pego y formateo esta bella entrevista de Pistocchi a Tabachnik sobre los 60, la poesía, los beatniks argentinos y la búsqueda vital. Que la disfruten.

Poesía y otras intimidades
Entrevista de Jorge Pistocchi a Hugo Tabachnik

Jorge Pistocchi: ¿Cómo tomaste contacto con la literatura underground? ¿Cuál era el ambiente poético de aquella época?

Hugo Tabachnik: Fue en 1961… rodeado de aquella boiserie decadente ¿te acordás? del bar Florida en la calle Viamonte, cuando escuché a Leandro Katz leer la traducción que había hecho con Madela Ezcurra del poema Aullido de Allen Ginsberg para la revista Airón, que dirigía Basilia Papastamatíu. Fue mi primer contacto con una poesía confesional, descarnada, respirante y… me cambió la vida… claro, es fácil que a uno le cambie la vida a los veintipico… Fue una ventana abierta frente a la poesía que habían cultivado los de la generación anterior, los de Poesía Buenos Aires, empecinados en construir un lenguaje que en vez de servir de puente construía una muralla para diferenciarse de los Otros. Palabras muertas, exangües… Era lo que había y no nos interesaba… sin referencias… desconocíamos el inmenso acervo de la poesía del tango, supongo que por límites de clase… y tampoco nos identificábamos con la poesía arenguera, despojada de vivencialidad. Todo poema debía partir de una revelación. Sentíamos que debíamos vivir peligrosamente, probar el fruto prohibido y reconocer palmo a palmo un territorio exterior pero en realidad interior, nuestra América, negada obsesivamente por nuestro establishment transvestido de una europeidad fantasmagórica. Yo me largué por ahí luego de un tropezón con la muerte, porque la muerte es la que impulsa las grandes decisiones. Salí llevando un cuaderno con unos versos de Whitman que todavía conservo en mí: “A pie y alegre tomo el camino abierto,/ saludable, libre, el mundo ante mí,/ ante mí la extendida senda parda que conduce a dondequiera que yo elija…”. Así que alistamos nuestras mochilas e iniciamos un viaje que duró muchos años, en mi caso viví en una decena de países, amontoné más años fuera del país que dentro, estoy de vuelta desde hace tres, pero todavía me siento en el camino abierto...

JP: Y eran muchos los transeúntes del “camino abierto”, los que hacían camino publicando sus libros, leyendo sus poemas…

HT: Sí. Uno de los primeros en salir fue, luego de publicar su novela Es una ola, Leandro Katz. Leandro, el que nos cantaba canciones de Dorivar Caymmi (“O mar quando quebra na praia é bonito, é bonito…”), Leandro, quien luego de un largo viaje, recaló en el East Village de Manhattan, donde hizo infinidad de cosas. Basilia, Basilia Papastamatíu se quedó en Cuba. Luego… creo… Mario Satz, a quien reencontré en New York y Tel Aviv, recorrió toda América, París, Ibiza, Israel –ahora está en Barcelona– y publicó una tetralogía fabulosa. Miguel Grinberg, el constructor de una “zona de lucidez implacable”, editor de Eco Contemporáneo, Mutantia, autor de una lista extensa de libros sobre temas culturales y ecológicos, la única voz en impulsar una contracultura en Argentina, creador de una red de poetas de América, anduvo por Estados Unidos, Cuba, Brasil. Muchos recorrieron y vivieron en Brasil, supongo porque para nosotros era el país consagrado a Dioniso. Halma Cristina Perry convivió en el farrágo de la guerrilla peruana con su jefe, Hugo Blanco, y luego de un viaje alucinante –como todo lo que hacía– acabo siendo la Reina del Lower East Side. Poni Micharvegas dio muchas vueltas hasta anclar en Madrid. Vos, Jorge, también saliste hacia el norte con Gustavo Mac Lennan y el grupo Teatro de la Peste… ¿no?

JP: Sí… grandes rupturas… encuentros… ¿Y vos, cómo te encontraste como poeta?

HT: Leyendo poemas míos en casa de Oscar Steimberg, me asumí como poeta. Uno de esos momentos mágicos… No hice muchas cosas… Recuerdo un lectura, creo que la primera de esa característica que se hizo en Buenos Aires, en el teatro Theatron del actor y director Jorge Fiszson en la avenida Santa Fe en que terminamos desalojados por la policía. Cosas que ahora provocarían sorpresa e incredulidad pero que en esa época era pan de todos los días… Al año de vivir en Nueva York dejé de escribir porque para mí la poesía era una forma de vivir y lo estaba haciendo intensamente, perdidamente…

JP: ¿En que consiste para vos esa “forma de vida”?

HT: ¿La poesía como forma de vivir? ¿Vivir poéticamente? No sé… Supongo que cada cual debe buscar su propia definición… Para mí era rechazar los valores de la sociedad, provocar, ser libre, dropping out, autosegregación social, llevar a la práctica cotidiana el descubrimiento del ready made de Duchamp y, si es posible compartir, el hallazgo, patentizar el carácter paradójico de la realidad, el encuentro permanente con el yo-niño, la búsqueda de nuevos horizontes, escapar de cualquier destino manifiesto, vivir muchas vidas: participar de aquella lotería imaginada por Borges: “Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles”, aún debiendo padecer “lo que ignoran los griegos: la incertidumbre”…

JP: Hablame de los sesenta…

HT: ¿“The Golden Sixties”? ¡Uy! Generalmente los protagonistas no somos testigos fiables… Es cierto que fue una década de gran actividad literaria, se editan revistas culturales como El grillo de papel, clausurado por Frondizi, seguido por El escarabajo de oro; con la década desaparece Contorno, que no puede resistir la traición de Frondizi; Marcha, de Montevideo, imprescindible; Barrilete; Eco Contemporáneo, extendiéndose con El Corno Emplumado y Pájaro Cascabel; el semanario Propósitos de Leónidas Barletta, trayendo los ecos del grupo Boedo; Poesía Buenos Aires; Cormorán y delfín, de Ariel Canzani; Airón; Opium; La loca poesía; El ángel del altillo; Sunda, y otras que seguramente olvido… Ello acompañado por la cuidada edición a cargo de Aldo Pellegrini de Saint-John Perse, Henry Michaux, Benjamin Péret, Giuseppe Ungaretti, Czesław Miłosz, la Antología de la Poesía Surrealista, de Aldo Pellegrini, Con distinta piel, Retrato del artista cachorro, Bajo el bosque de leche, de Dylan Thomas… ¡Qué regalo escuchar la ronca voz de Dylan, hinchada de vida!

JP: También el movimiento de teatro fue importante.

HT: Sí. Es cierto. El teatro jugó un papel muy especial. Aparecen John Osborne, los iracundos, el teatro del absurdo con Harold Pinter, Artaud, Ionesco, Samuel Beckett, Jean Genet… y junto a ellos nuestros creadores en la brecha de The Living Theatre y el perfomance: Robertino Granados, Carlos Trafic, Jorge Fiszson, el Grupo Lobo… Asistir a uno de sus espectáculo era vivir una experiencia indeleble. Es que en todos los campos se estaba viviendo un período de deconstrucción. Free Jazz. Además aparecieron por aquí un grupo de “huéspedes ilustres” que rompieron nuestro proverbial aislamiento: Steve Lacy, Enrico Rava, Hank Mobley, Witold Gombrowicz, Gabriel García Márquez, Paco de Lucía, David Cooper… Existía un ambiente de jazz entusiasta aunque no original, noches en Mogador (Paraná, entre Córdoba y Paraguay), en La Cueva Pasarotus en la calle Pueyrredón (un invento del músico y pintor Juan Carlos Cáceres) o en Jamaica (San Martín y Charcas) donde el Gato Barbieri cohabitaba con Piazzolla y Salgán-De Lio.


JP: ¿Qué sentimientos empujaban ese cambio?

HT: Uno sentía que todo lo viejo se desmoronaba, que se creaban nuevos lenguajes… Se ampliaban los horizontes… Languidece la familia nuclear que existía hasta entonces… De la mano de psiquiatras como Alberto Fontana penetramos en el mundo del LSD, por un camino abonado por las lecturas de Las puertas de la percepción, de Aldous Huxley, cuya tercera edición publica la editorial Sudamericana bajo la inteligente dirección de Paco Porrúa, y los poemas del poeta, pintor, místico, psiconauta y gran viajero de la mescalina, Henri Michaux… Se abren las puertas también en las instituciones, el Instituto Di Tella aunque en el fondo haya sido sólo un intento de la burguesía autóctona de agiornarse y trasnacionalizarse, crea un marco propicio para el desarrollo de nuevas tendencias.….. El rectorado de Risieri Frondizi provoca un cambio progresista en la UBA, se crean las carreras de Psicología y Sociología y se concibe una editorial, Eudeba, que, como lo hizo Claridad en los años 20, vende sus libros de gran calidad a precios populares en los quioscos. Se produce una ruptura en la conservadora Sociedad Psicoanalista Argentina, lo que abre el camino a la Antipsiquiatría (Raúl Camino, en Entre Ríos, y Wilbur R. Grimson, en Lomas de Zamora), que se une a la labor de Enrique Pichón-Rivière. Pero…

JP: …vientos de fronda estaban soplando, ¿no?...

HT: Sí, la “democracia” se basaba en la proscripción del partido político mayoritario, lo cual creaba turbulencias que a su vez producían la intervención constante de las fuerzas armadas. El país atrapado en un time loop. La marchita, otra vez la marchita… De entre los azules y los colorados surgen los entorchados que serán los genocidas de la próxima década. El inicio del neoliberalismo que tiene su origen con la entrada del país al FMI -una de las primeras medidas importantes de la Libertadura- hinca el diente con el nombramiento de Alsogaray como ministro…Surge la resistencia: John William Cooke va a Cuba, Taco Ralo, JP, Vallese… Finalmente, con el beneplácito de las clases medias y altas, en junio de 1966, el Ejército derroca a Illia y comienza la llamada “Revolución Argentina”, una dictadura militar al mando del general Juan Carlos Onganía, un feroz miembro del “Opus Dei”, hijo dilecto de la Sociedad Rural Argentina, que implanta una rígida censura que alcanza a toda la prensa y a todas las manifestaciones culturales. “La Noche de los Bastones Largos”. El lunfardo desaparece virtualmente del tango. Su militancia católica fundamentalista lo lleva a crear una "Brigada de Moralidad", dirigida por Luis Margaride, la “Tía Margarita”, quien ya estuvo al servicio de Frondizi y que será en la próxima década el jefe de la Triple A. La "brigada" controlaba las polleras de las chicas y el largo del pelo de los chicos y hacía razzias en las Villa Cariño y los hoteles alojamiento. La “década prodigiosa” en Argentina fue cortita, cortita: duró hasta 1966.

JP: ¿Y se fue muriendo la poesía?

HT: Hubo un tiempo en que la poesía tenía un puesto bastante honorable dentro de los géneros literarios. Era inimaginable un suplemento literario de algún diario en el que no hubiese un lugar para un poema. Echándole una ojeada al catálogo de la “Biblioteca Clásica y Contemporánea” de Losada, la editorial de los emigrados republicanos españoles, se observa que la poesía ocupa un lugar importante, editaron lo mejor de la generación del 27 en ediciones baratas, populares… Claro, uno de sus directores era un poeta y un estudioso de las vanguardias, Guillermo de Torre… En los 60, una editorial underground como Sunda tiraba 4.000 ejemplares… Los libros de Thomas que editó Jacobo Muchnik se vendían muy bien. Durante mi adolescencia era habitual encontrarnos en casa de alguien para leer poemas en voz alta alrededor de la mesa… Esta afición aumentó con la aparición del fenómeno beatnik (este nombre nunca partió del Sujeto) que tuvo una exposición singular e intensa en los medios que, lástima, eclipsó a otros poetas muy importantes como Kenneth Rexroth… Yo he presenciado lecturas de poemas de Ginsberg en teatros repletos… Pero a fines de la década, tal vez con la aparición de Bob Dylan, cuyas letras desafiaban a las de la música pop convencional (Chimes of freedom) la poesía volvió a su lugar fundacional al lado de la música y así recuperó audiencias… Leonard Cohen es conocido por su música y no por su poesía escrita. Pero la poesía aún guarda para mí una resonancia especial, es una necesidad íntima. Ahora, casi a los 76 años, "yo, Teresias, viejo de arrugados pezones”, cuando los de mi edad escriben su epitafio, yo escribo poesía. Tengo un libro para editar, Volviendo a casa, con obvios ecos homéricos, en el que hablo de lo que se experimenta cuando se es viejo, en un mundo en que ser viejo es algo que hay que disimular… Aúpa…

Se incorpora trabajosamente, murmura unos versos de “Le tourbillion de la vie”, una canción de los 60, cantada por Jeanne Moreau en Jules et Jim, una película de Godard:

On s'est connus, on s'est reconnus.
On s'est perdus de vue, on s'est r'perdus de vue
On s'est retrouvés, on s'est séparés.
Dans le tourbillon de la vie…

Y se va.

viernes, marzo 06, 2020

Sobrecarga, 40 años de historieta independiente argentina


El jueves 05/03/2020 se inauguró en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930, CABA) una muestra sobre historieta independiente en la Argentina titulada Sobrecarga. Historieta independiente argentina en cuatro décadas de fanzines y derivados. Dura hasta mayo en la sala 07. No se la pierdan!

Alejandro Schmied, fanzinero, editor de trenenmovimiento y uno de los organizadores de la muestra, nos respondió estas preguntas sobre la propuesta.

1. ¿Cuál es el concepto central de la muestra? ¿Por qué interesa la “historieta independiente argentina”?

Sobrecarga es un recorrido por la historieta autoproducida (es decir, no producida a pedido o por encargo de una editorial o de una revista, eso que generalmente se llama industria de la historieta) de los últimos cuarenta años a través de sus publicaciones (sobre todo reproducciones de portadas). Interesa porque como prácticamente dejó de haber historieta producida profesionalmente en muchos períodos de los que abarca la muestra, la producción fanzinera permite ver evoluciones estéticas, mutaciones en las representaciones, en los imaginarios, y también en las formas de narrar a partir del arte gráfico de la historieta.

2. ¿Qué criterios tuvieron en cuenta para organizar la muestra? ¿De dónde sacaron los materiales y las imágenes?

La muestra es un gran collage que, sin embargo, mantiene un sentido cronólogico bastante lineal, con distintos núcleos que organizan las cuatro décadas de producción de historietas en zines y publicaciones derivadas. 
Básicamente los materiales surgen de nuestras propias bibliotecas, son escaneos de esas publicaciones. Julián mantiene un blog (Zinerama) que es una enciclopedia de fanzines argentinos de historieta. La muestra es un apéndice de ese blog, y del trabajo de difusión e investigación de Julián (y antes de Roberto Barreiro, que fue quien primero se interesó por escribir sobre los zines de historieta en Argentina). En el blog es posible descargarse un montón de zines clásicos incoseguibles, y además hay todo un trabajo de reseña y difusión de la actualidad de la historieta, que pasa mucho por los fanzines y todo tipo de publicaciones autoproducidas que se consigue en pequeñas librerías especializadas y ferias.
La muestra también da cuenta de la producción de los últimos 10 años de artistas que han pasado de la autoproducción a publicar en otros formatos, colectivos súpercreativos. Intentamos dar cuenta casi exhaustivamente de la producción de cada periodo. Es un gran collage-homenaje a esa producción.

3. ¿Por qué la muestra se llama Sobrecarga?

Es un concepto estético claro. Es una cascada desbordante de imágenes. Y es una muestra un poco punki, con mucho de pegatina, que permite leer mucha información y ponerla un poquito en relación con el espacio de historieta del Centro Cultural Recoleta, que también tiene una tradición de muestras que desde los 90 cobijó a colectives de fanzineres y producción independiente como Catzole, Lápiz Japonés, El tripero... En esa clave también hay algunos detallecitos en la muestra.



lunes, marzo 02, 2020

Ignacio Ezcurra, por Sara Gallardo

Me resultó impactante descubrir la historia y las crónicas periodísticas de Ignacio Ezcurra. La primera edición que encontré de su libro fue la justa reedición de El Elefante Blanco de hace unos años. Luego, busqué la vieja edición, de 1972, publicada por Emecé. Hasta Vietnam no tiene datos en su tapa ni en su contratapa: la cara de Ezcurra sonriendo, usando casco, ocupa todo el frente y en la parte posterior continúa la foto. Se trata de una foto tomada en Vietnam, en 1968, durante la guerra. Ezcurra muere a los 29 años, mientras cubre el conflicto bélico, en circunstancias confusas.
Recopiladas en Hasta Vietnam por la escritora y periodista Sara Gallardo, sus crónicas son de temas variados y de calidad también dispar. Se concentran entre los años 1966 y 1968 y posiblemente las más impactantes sean las columnas en Vietnam. ¿Qué podía observar y experimentar un joven periodista argentino en una guerra y un territorio tan ajeno y tan violento? ¿Qué fue a buscar a Vietnam Ezcurra? Probablemente el resto de las crónicas de Hasta Vietnam echen luz a estas preguntas: Ezcurra parecía aceptar gustoso el riesgo, el desafio de nuevos mundos y de situaciones tensas, había un deseo de vivir peligrosamente, como en varios jóvenes de la época. Su escritura es rápida, directa pero también socarrona por momentos y vitalista casi todo el tiempo.
Todo este largo rodeo y esta rápida impresión es una excusa para recuperar no solo a Ezcurra, sus crónicas y su breve e intensa vida, sino también para poner en circulación la presentación de una Sara Gallardo afectuosa y lúcida en la que no solo explica la selección del libro sino que propone algunas ideas alrededor del periodismo como oficio y como compromiso.



Presentación del libro Hasta Vietnam, de Ignacio Ezcurra (Sara Gallardo)

Este libro procura rescatar a Ignacio Ezcurra. El periodista que fue y el que pudo llegar a ser, y la persona que los sustentó. Su desaparición en Vietnam en mayo de 1968 impresionó de manera inhabitual. Un exorbitante número de cartas y más de cincuenta ofrecimientos para ir en su búsqueda en el primer momento, exposiciones y artículos más tarde, y, al pasar el tiempo, la reiterada adopción de su nombre para salas, bibliotecas, escuelas, una isla (en Iberá, Corrientes), un puente (Necochea-Quequén), premios (Aeronáutica, ADEPA), hablan de esa impresión. Los homenajes no se han detenido; señal de que su figura encarna un ideal de raíces profundas.

Un periodista da su medida verdadera cuando es libre. Este lujo de la libertad -a veces sutilmente cohibida por la índole de la sección que se cubre o por otras razones complejas- Ignacio Ezcurra lo disfrutó en notas que se publican completas, entre las cuales su investigación sobre el Poder Negro en Estados Unidos. En ellas habrá que buscar su dimensión. En ellas y en las fotografías. Ya que la imagen no fue usada por él como complemento sino en todo su poder expresivo, se ha respetado esta vocación paralela tratando de seleccionar lo mejor que logró en ambas vías.

Es verdad que gran parte del periodismo escrito es materia volátil: crónicas y noticias pierden su perfume; pero entre palabras destinadas a evaporarse por ley del oficio, muchos fragmentos se conservan impregnados por la persona que los escribió. El humor, la ternura, el descubrimiento de lo humano, la bondad, la fantasía de Ignacio Ezcurra han formado un retrato, disperso entre trabajos y colaboraciones. Ese retrato quiere estar también en este libro. Iniciado con el prólogo, continúa con sus notas, en recuerdos amistosos, se prolonga como un negativo en los trazos que dedicó a los demás, y termina con las páginas extraídas del libro-testimonio escrito por quien, geográfica y profesionalmente, estuvo más cercana a su final: la periodista italiana Oriana Fallaci.

Decir que un libro pretende resumir a una persona es decir que pretende lo imposible. Un poco de ese imposible está aquí.

De cualquier modo, si la misión del periodista es impedir la indiferencia, Ignacio Ezcurra con su destino nos la ha impedido para siempre. 

Tomado de Ezcurra, Ignacio (1972). Hasta Vietnam, Buenos Aires, Emecé.


Las crónicas sobre la guerra de Vietnam de Ezcurra de 1968 pueden leerse en la revista Trasatlántico, n. 5, invierno de 2008 digitalizada en AHIRA recientemente.

Más info sobre Ezcurra y su muerte en Vietnam puede leerse acá, a propósito de una muestra fotográfica realizada en 2011 en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.
 

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