domingo, agosto 27, 2023

Una estampa de Ana Regina

En el nuevo Golosina Caníbal presenta..., fanzine que viene circulando desde 2020 y que va por el número 12, aparecen las estampas reunidas de Ana Regina (en las redes, @unefemmerompue,  y también en medium) tituladas "Las viudas de Cristo" con ilustraciones de Marina Conde De Boeck (@condeboeck). Se trata de una hagiografía sensual y devota, una vuelta de tuerca a vidas de santos y santas del mes de enero. Como muestra, va la estampa de San Antonio y sus malsanas tentaciones. Si les interesa un ejemplar de algún Golosina Caníbal presenta, me escriben por comentario o por la redes... ¡Salú! ¡Pasen y lean!

 

17 de enero - San Antonio, abad

En el siglo IV, se fue al desierto para buscar a Dios, allí venció la tentación. Pasó el resto de su vida guiando a otros hombres por el camino divino.

 

Antonio escuchó una voz.

Sintió la urgencia: Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres. Así hallarás gran tesoro en los cielos.

Antonio creyó verdaderas aquellas palabras y repartió su patrimonio. Decidió marchar al desierto, buscar en el retiro absoluto el paraíso e imitar las virtudes de otros, mejores, más probos que él.

Pero el Otro acecha.

El Señor de las Tinieblas quiere oscurecer su camino. Vivo, horroroso el Mal solicita, ansía el alma de Antonio. Es necesario quebrar la paz, romper la calma.

Estruendosos relámpagos, cegadores truenos hieren el firmamento.

El terreno se abre y la oscuridad emana de las grietas.

Antonio no se inmuta.

Sus ojos cerrados lo protegen de las funestas imágenes, sus sentidos pueden traicionarlo, pero la serenidad de la fe vence. Esa noche soporta los tormentos y se queda dormido.

El Demonio incapaz de soportar tamaña derrota, herido por los gloriosos principios de Antonio, urde otro plan.

La soledad y el acoso de la carne no se llevan bien.

Amanece Antonio envuelto en sudor luego de una noche terrible, ora de rodillas cuando una presencia perturba su aislamiento. El Mal sabe, el hambre carnal es lo más difícil de sortear.

Frente a él se presenta una figura hermosa. Una joven de rostro bello y gracioso aspecto, de blanco vestido y rosada piel, cabellos rubios y joyas que realzan su hermosura. Su clara vestimenta marca la curva de las caderas y la estrechez de la cintura, deja adivinar unos pechos redondos, turgentes, se transparentan unos apetitosos pezones en punta.

Antonio azorado no puede apartar los ojos de la deliciosa figura. Se le acerca moviéndose suavemente, como una víbora hipnótica. Antonio sabe qué hay detrás de esta aparición. Teme las artimañas del maligno, pero es incapaz de dejar de observar a la joven.

Ella llega hasta él y le habla con una voz suave, sensual, una caricia que hace estremecer el cuerpo de Antonio y lo endurece. Le pregunta si le molesta que se despoje de sus vestidos, que el calor del desierto la sofoca. Sin esperar respuesta la joven se desviste. Revela el esplendor de su cuello largo, sus senos redondos, su sexo instigador.

Antonio no sabe cuánto puede aguantar la provocación, el Mal busca que abandone su empresa, desea su alma como él desea a esa mujer. Aturdido busca con todas sus fuerzas apartar la mirada, elevarla al cielo. Ruega a Dios que le muestre la verdadera figura del tentador.

Un horrible alarido quiebra la armonía del desierto.

 

jueves, agosto 10, 2023

El deseo del mendigo. Un diálogo entre H. A. Murena y David J. Vogelmann

Retomo la lectura de El secreto claro, un libro publicado por editorial Fraterna en 1978, con prólogo de Sara Gallardo, que recupera los diálogos radiofónicos entre H. A. Murena y David J. Vogelmann. Es un libro fresco y profundo. Digitalizo en particular este diálogo que me generó distintas sensaciones y reflexiones. Espero que les guste.

 


 

El deseo del mendigo (un diálogo entre H. A. Murena y David J. Vogelmann)

M.: En un ensayo de un eminentísimo pensador alemán de nuestro siglo, Walter Benjamin, sobre Kafka, se transcribe un relato jasídico, o sea de la más pura tradición..., o impura si se quiere, pero de la más acentuada tradición mística del judaísmo. Es el siguiente texto:

“En un poblado jasídico, según se cuenta, una noche, al final del Sabat, los judíos estaban sentados en una mísera casa. Eran todos del lugar, salvo uno, a quien nadie conocía. Hombre particularmente mísero, harapiento, que permanecía acuclillado en un ángulo oscuro. La conversación había tratado sobre los más diversos temas. De pronto, alguien planteó la pregunta sobre cuál sería el deseo que cada uno habría formulado si hubiese podido satisfacerlo. Uno quería dinero, el otro un yerno, el tercero un nuevo banco de carpintería, y así a lo largo del círculo. Después que todos hubieron hablado, quedaba aún el mendigo en su rincón oscuro. De mala gana y vacilando, respondió a la pregunta. ‘Quisiera —dijo— ser un rey poderoso, y reinar en un vasto país, y hallarme una noche durmiendo en mi palacio y que, desde las fronteras, irrumpiese el enemigo, y que antes del amanecer los caballeros estuviesen frente a mi castillo y que no hubiera resistencia, y que yo, despertado por el terror, sin tiempo siquiera para vestirme, hubiese tenido que emprender la fuga en camisa y que, perseguido por montes y valles, por bosques y colinas, sin dormir ni descansar, hubiera llegado sano y salvo hasta este rincón. Eso querría’. Los otros se miraron desconcertados. ‘¿Y qué hubieras ganado con ese deseo?’, preguntó uno. ‘Una camisa’, fue la respuesta”. 

Usted, Vogelmann, que como especialista en el budismo Zen sabe mucho de jasidismo, podría decirme qué le despierta esa historia en la Cábala judía, en el Islam, en...

V.: Cómo no. Es muy rica...

M.: Hay la historia del Adán Cadmon, del Adán primigenio que es el antepasado del hombre en el cual rige la ley de que todo hombre debe realizar el universo entero a través de sí, de modo que usted, como todo hombre, está en todas las cosas y cada sonido en los días diversos le despierta cosas variadas, de modo que...

V.: Le agradezco... (vamos a ver si sale en diapasón, ¿verdad?). Le agradezco que, tan paradójicamente, me atribuya que, como conocedor de unas pocas cosas de Zen, sea conocedor del jasidismo, pero no es una broma porque es la misma cosa en el fondo.

M.: Claro.

V.: …esta narración muy especialmente, porque las narraciones Zen casi siempre tienden a producir perplejidad, desconcierto, y este hombre con su última respuesta los desconcierta, evidentemente, a todos. Hay un ligero tono de burla en todo ese relato... ¿no?, desde el comienzo..

M.: Pero hay algo más también, hay un acorde solemne y patético.

V.: ¿Sí?

M.: Sí.

V.: Bueno, vamos a ver.

M.: Ese reinado...

V.: Claro, no. Creo que eso conduce a algo especial, que está en función de algo que quisiera ver. Fíjese que...

M.: Una breve observación. Usted me dice que eso conduce a algo especial.

V.: Le voy a decir ya a qué conduce.

M.: No, no. No me lo diga todavía. Usted piensa, con razón, que yo no sé a qué conduce. Yo pienso también que conduce a algo especial y pienso que usted no sabe a qué conduce. Y pienso que…

V.: …sabemos cosas distintas que son las mismas.

M.: ... que son las mismas y que este relato, a lo que conduce es a, entre comillas, “la especialidad”, o sea a lo inefable, de algún modo. Pero vamos, lo inefable es infinito. Vamos a leerlo cada uno según su cosa, que va...

V.: Sí, sí. Bien. A lo que conduce, porque es para mí un paréntesis de lo que quería decir, se lo puedo decir ya: que esa camisa que el hombre quería no era cualquier camisa, sino que haya recorrido ese camino, que haya sido una camisa salvada, en la cual él se ha salvado. Pero esto es un símbolo aparte. Creo que el fondo de la cuestión es otro. Aparte de eso de la camisa, que tiene mucha importancia. Esa narración no es estrictamente jasídica. Ahí no interviene ningún rabí, ningún discípulo. Es un ambiente jasídico, evidentemente.

M.: Tiene razón.

V.: Dice…

M.: Un poblado jasídico...

V.: Claro, claro. Bien. Entonces ocurre allí algo que todas las antiguas tradiciones proscriben en realidad. Algo que, por otra parte, se refleja en muchos cuentos profanos, en cuentos de hadas: "¿Qué harías, si pudieras desear? Tal cosa...”. ¿No es cierto? Digo, se proscribe, porque se proscriben los deseos, ¿verdad?

M.: La irrealidad del desear, no el deseo actuante que produce...

V.: Yo diría casi, la maldad del desear...

M.: Sí..., bien. Sigamos adelante.

V.: Bien. Claro. Hay bastante que decir de esa gente. Se entretiene alegremente con los deseos. Pero sabemos que los deseos conducen, según la tradición más elaborada en ese sentido, que es la del budismo, al sufrimiento, inevitablemente. Y hay que llegar a no desear. No desear es la verdadera vida. Es esa vida poética y religiosa de que hablábamos en otro de nuestros encuentros.

M.: Así es.

V.: No desear. Bien. Luego, estos personajes expresan cada uno lo suyo y se desconciertan ante ese ser miserable. Quería decir descamisado y confieso que no me salía la palabra. En verdad él es un descamisado, y no los que aparecen vistiendo camisas.

M.: Voy a leerle una nota que aparece en la traducción de este libro, que dice que respecto de este mendigo hay que recordar que, en la tradición jasídica, el profeta Elías se presenta bajo la forma de vagabundo o mendigo y continúa desempeñando el papel de mensajero de Dios. Descubrirlo bajo su apariencia y recibir sus enseñanzas es ser iniciado en los misterios de la Torá. Es ser iniciado en algunos misterios de la tradición, es ser iniciado en los misterios de poder leer la enigmática vida que a cada uno de nosotros se nos presenta. Quien puede ver a Elías bajo la apariencia de un mendigo, pero...

V.: Casi nadie lo ve. Aparece en muchos relatos jasídicos…

M.: No lo reconocen.

V.: No lo reconocen. Algunos grandes rabíes videntes lo han reconocido.

M.: Todos lo debemos haber encontrado, y no lo hemos reconocido.

V.: Incluso puede haber, en cualquier momento, entrado en cualquiera de nosotros, y sorprendido a través nuestro a nuestros amigos.

M.: Así es.

V.: Bien. Puede que sea Elías o que no sea Elías, pero les da, en realidad, una lección, porque él desea finalmente algo para ellos muy desconcertante. Desea algo que no tiene, una camisa. La camisa es bastante... simbólica.

M.: La tiene, la tiene. Esta camisa, la que tiene, la misma camisa que tiene es lo que habría recuperado.

V.: Eso no creo que esté dicho.

M.: No..., “una camisa”…, tiene razón.

V.: No tiene camisa. Es el hombre feliz, según los dichos de tantos pueblos, ¿no es así? No tiene camisa. Pero tendría una camisa con la cual se habría salvado. Es una camisa de símbolo muy especial. Es el gran refugio de la salvación, del terror de la vida mundana que él habría atravesado.

M.: Sí.

V.: Usted dijo que también veía a qué conducía este relato ... No sé qué vio.

M.: Yo vi esto: que, en realidad, hay dos movimientos. Por uno, él dice que lo que tendría es una camisa que es el equivalente de la mesa de carpintería, del dinero, del yerno, que piden los otros.

V.: Creo que es más.

M.: Pero por el otro, esa camisa es el recuerdo del reino. Es el recuerdo del paraíso. Es decir, que todo bien material es apreciable y querido y redimible en la medida en que esté respaldado por el recuerdo del reino. O sea, la camisa que él iba a traer era una camisa que implicaba la pérdida de todo el reino y había que considerarlo así.

V.: Pero...

M.: Considere usted; le estaba diciendo: ¿usted quiere un nuevo banco de carpintería? Muy bien, pero considere que eso es un resto del paraíso; usted es una criatura superior que tiene un espíritu que debe cuidar. Sí, quiera la mesa de carpintería, pero esa mesa de carpintería es el resto de un barco que se hundió, que se hundió para todos los seres humanos cuando ocurrió la caída. Entonces, la camisa aparece contra un fondo que es completamente distinto. El mundo creado aparece contra el fondo de la expulsión del hombre del paraíso y entonces es vivido de otra forma.

V.: Sí. ¿No es curioso precisamente que él haya querido ser rey, pero derrocado?

M.: Claro. Porque eso es, eso se refiere a este hecho. Se refiere a que todos somos un anuncio, un anuncio de una ausencia. Todos sentimos en algún momento de nuestras vidas que hay algo más, de lo cual nosotros somos noticia. Un pre-anuncio, y que eso no llega nunca a cumplirse y que, si recordáramos siempre eso, si recordáramos nuestra irrealidad, este reino subsidiario que son los días de nuestra vida serían vividos de otra forma, con una generosidad, con una grandeza...

V.: Entonces, él enseña a los demás lo que realmente debiera desearse, no lo que ellos desean. Ahora bien, es curioso que Benjamin encuadre esto en el mundo de Kafka. ¿Tiene un especial significado? Usted, que lo ha leído a fondo...

M.: Tiene un significado absolutamente coherente, en el sentido de que la literatura de Kafka, yo no diría la literatura de Kafka, cosa que me parece ofensiva...

V.: Claro…

M.: ...la “escritura” de Kafka me parece que es la única respuesta realmente, no digo religiosa, sino noble, a la catástrofe del habla de los seres humanos, en el sentido de que procura que la figura de sus narraciones sea polivalente, que tenga una multivocidad, que sea metafórica, metafórica tratando de abarcar el mundo y de salvarlo y no lanzando al mundo, lo que hace toda la otra corriente de literatura que se llama de vanguardia, lanzando al mundo una serie de imágenes destrozadas que no hacen más que proliferar, tacharla, en el lenguaje destrozado de los seres humanos.

V.: Es verdad. Ahora yo diría un poco más directamente, en conexión más directa con este texto, que lo que Kafka tal vez busque en muchas de sus escrituras es esa camisa de salvación.

M.: Por eso quiso quemar su obra que era el reino.

V.: Exactamente.

En El secreto claro, Buenos Aires, Fraterna, 1978, pp. 63-70.