Animales salvajes. Con respecto a los animales salvajes, los sentimientos equívocos de los seres humanos son tal vez más ridículos que en ningún caso. Está la dignidad humana (aparentemente fuera de toda sospecha), pero no haría falta ir al zoológico: por ejemplo, cuando los animales ven aparecer la muchedumbre de niños seguidos por los papás-hombres y las mamás-mujeres. Parezca lo que parezca, el hábito no puede impedir que un hombre sepa que miente como un perro cuando habla de dignidad humana en medio de los animales. Pues en presencia de seres ilegales y básicamente libres (los únicos verdaderos outlaws) la más inquietante envidia sigue prevaleciendo sobre un estúpido sentimiento de superioridad práctica (envidia que se manifiesta entre los salvajes bajo la forma del tótem y que se disimula cómicamente bajo los sombreros de plumas de nuestras abuelas). Tantos animales en el mundo y todo lo que hemos perdido: la inocente crueldad, la opaca monstruosidad de los ojos, apenas distinguibles de las pequeñas burbujas que se forman en la superficie del barro, el horror unido a la vida como un árbol a la luz. Quedan las oficinas, los documentos de identidad, una existencia de sirvientas amargadas y, no obstante, una especie de locura estridente que en el curso de algunos extravíos linda con la metamorfosis.
Podemos definir la obsesión por la metamorfosis como una necesidad violenta, que se confunde además con cada una de nuestras necesidades animales impulsando a un hombre a desistir de repente de los gestos y las actitudes exigidos por la naturaleza humana: por ejemplo, un hombre entre otros, dentro de un departamento, se tira al suelo boca abajo y se pone a comer la papilla del perro. De modo que en cada hombre hay un animal encerrado en una cárcel, como un preso, y hay también una puerta, y si entreabrimos la puerta, el animal se abalanza hacia afuera como el preso que encuentra la salida; entonces, provisoriamente, el hombre cae muerto y el animal se comporta como animal, sin preocupación alguna por suscitar la admiración poética del muerto. En ese sentido se puede considerar al hombre como una cárcel de apariencia burocrática.1
1 El artículo "Metamorfosis" publicado en la revista Documents tenía tres partes, la primera, titulada Juegos abisinios, escrita por Marcel Griaule, la segunda, Fuera de sí, por Michel I.eiris, y la tercera era éste texto de Bataille (T.).
Fuente: Bataille, Georges, La conjuración sagrada. Ensayos 1929-1939, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2003.
"los ojos que en su contextura blanduzca, líquida y pegajosa unifican las dos sexualidades, la exterior, la mutilable, castrable, edípica y la interna, la del imaginario."
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