miércoles, octubre 08, 2008

La increíble y triste historia del filólogo que desconocía la axiología (o el latín según Rafael Lapesa)



Como toda historiografía, y quizá más que ninguna, la de la lengua, por mucha objetividad que pueda aparentar tener detrás de los esquemas de la gramática histórica, está fuertemente cargada de ideología. Detras de las palabras que usamos todos los días, y de aquellas que se perdieron en el transcurso de los siglos, detrás de todos estos elementos léxicos, de su pronunciación, incluso de fenómenos gramaticales de los que forman parte se esconden historias de influencias lingüísticas que son resultado, las más felices, del contacto lingüístico; la mayoría, de invasiones, guerras, conquistas y reconquistas. Sin duda, esto no es lo que uno aprende en la escuela cuando le cuentan, por caso y como curiosidad, que almohada, alcohol y albahaca son palabras que vienen del árabe. La historia de cómo el árabe, por ejemplo, llegó a tener la influencia que tiene en el español y en el portugués, suele ir por otro lado.
Si esta neutralización del pasado resulta simplista, aunque comprensible, quizá, en el contexto de una instrucción no específica (eso puede discutirse al margen) más triste resulta ver los manuales que existen sobre el tema. Muchos de los materiales de los que uno dispone como bibliografía básica para acceder a esos contenidos a menudo es un claro producto de momentos históricos y políticos de España. A modo de prueba, subo esta pequeña definición que el filólogo Rafael Lapesa da del latín, como para pensar seriamente en qué grado de confianza puede tener uno en el relato de, por ejemplo, la romanización, la invasión árabe, la llamada "reconquista", o yendo a lo más específicamente lingüístico las influencias del ligur, del celta, del vasco, en el español.

El latín


Entre las lenguas indoeuropeas, la latina se distingue por su claridad y precisión. Carece de la musicalidad, riqueza y finura de matices propia del griego, y su flexión es, comparativamente, muy pobre. Pero en cambio posee justeza; simplifica el instrumental expresivo, y si olvida distinciones sutiles, subraya con firmeza las que mantiene o crea; en la fonética, un proceso paralelo acabó con casi todos los diptongos y redujo las complejidades del consonantismo indoeuropeo. Idioma enérgico de un pueblo práctico y ordenador, el latín adquirió gracia y armonía al contacto de la literatura griega. Tras un aprendizaje iniciado en el siglo ni antes de J. C., el latín se hizo apto para la poesía, la elocuencia y la filosofía, sin perder con ello la concisión originaria. Helenizada en cuanto a técnica y modelos, pero profundamente romana de espíritu, es la obra de Cicerón, e igualmente la de Virgilio, Horacio y Tito Livio, los grandes clásicos de la época de Augusto.
Hispania contribuyó notablemente al florecimiento de las letras latinas; primero con retóricos como Porcio Latrón y Marco Anneo Séneca; después, ya en la Edad de Plata, con las sensatas enseñanzas de Quintiliano y con un brillante grupo de escritores vigorosos y originales: Lucio Anneo Séneca, Lucano y Marcial. En sus obras —especialmente en las de Séneca y Lucano—, españoles de tiempos modernos han creído reconocer alguno de los rasgos fundamentales de nuestro espíritu y literatura.

Fuente: Lapesa, Rafael, Historia de la lengua española (novena edición). Madrid: Gredos, 1981. Las negritas son nuestras.

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