"¿Y qué haría ése que tocaba la trompeta en el crepúsculo, sobre un balcón de Olmos, un tercer piso a cuadra y media de 24 de Septiembre? Historias, hinchado coro de historias sin una escritura. Por Fragueiro miré hacia atrás: muros bajos, grises fachadas en caída y balaustres; en la esquina de Colón la Xerox había sido incendiada. Junto al camión de los bomberos estaba Aldao, colgándole la máquina de fotos en el pecho, se fue retirando hasta un extremo de mi campo visual y luego se convirtió en una franja delgadísima. Detrás suyo asomaba el espectáculo: la avenida era como una sala en silencio en que una voluntad había sembrado las cosas con el desorden de un huracán. Aldao caminaba nervioso, nos enseñaba los Citroën volcados y quemados, hacía el detalle de negocios y edificios que recibieron ataques, a cada rato decía secamente mirá esto, mirá aquello cómo quedó. Después la luz nívea desapareció para dejar paso a un neutro tono acero, y volvimos a quedarnos solos con Abel. Lo que sigue lo recuerdo como si lo hubiera visto detrás de un tul: cuatro muchachos se acercaron a un Renault estacionado frente a María Auxiliadora; como si volara, el auto se balanceó un poco y lo dieron vuelta; un líquido negro salía de la chapa y a esa mancha, segundos más tarde, le echaron un fósforo. Rápidamente se levantaron las llamas. Genet dice que en toda revolución hay una embriaguez pavorosa; el enigma de ese día no es político, sino el origen de aquella embriaguez. Nadie, ni actores ni testigos, lo conocemos: el comienzo se obnubila en beneficio de una totalidad desbordada de sí misma, y por lo tanto sin habla o con un habla inaudible. El Cordobazo tuvo la magia de la peste: la vida era espectáculo y era historia y no era nada." (p. 87-88)
Marimón, Antonio (1988): "La fiesta" en El antiguo alimento de los héroes, Buenos Aires, Puntosur.
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