domingo, junio 07, 2009

El tiempo que resta

Que el cielo exista...

“También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total1; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.

1Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible. Por ejemplo: ningún libro es también una escalera, aunque sin duda hay libros que discuten y niegan y demuestran esa posibilidad y otros cuya estructura corresponde a la de una escalera.

(Borges, Jorge Luis (1996 [1944]): “La biblioteca de Babel” en Ficciones, Buenos Aires, Emecé, p. 122-123)

El resto insalvable

“[…] El resto es, pues, a la vez un excedente del todo respecto a la parte, y de la parte respecto al todo, que funciona como una máquina soteriológica muy especial. Como tal, el resto concierne sólo al tiempo mesiánico y existe sólo en él. En el final, en el telos, cuando Dios sea “todo en todos” (1 Cor 15,28), el resto mesiánico no tendrá ningún privilegio particular, y habrá agotado su sentido para perderse en el pléroma (1 Tes 4,15: “Nosotros, los vivientes que aún quedamos, no nos adelantaremos en la venida del Señor a los que durmieron”). Pero en el tiempo presente, el único real, no hay más que un resto. Éste no pertenece propiamente ni a la escatología de la ruina, ni a la escatología de la salvación, sino que es más bien –en palabras de Benjamin- el insalvable en cuya percepción puede sólo alcanzarse la salvación. El aforismo kafkiano, según el cual existe la salvación, pero “no para nosotros”, halla aquí su único sentido. Como resto, nosotros, los vivientes, los que quedamos en el tiempo presente (en to nyn kairó), hacemos posible la salvación, somos su “primicia” (aparché, Rom 11,16); estamos ya salvados por así decirlo, pero precisamente por ello no estamos salvados en cuanto resto. El resto mesiánico excede irremediablemente al todo escatológico; es el insalvable que hace posible la salvación .”
(Agamben, Giorgio (2006): El tiempo que resta: comentario a la carta a los Romanos, Madrid, Trotta, p. 61-62)



...aunque nuestro lugar sea el infierno.

“Se cierne ahora sobre el mundo una época implacable. Nosotros la forjamos, nosotros que ya somos su víctima. ¿Qué importa que Inglaterra sea el martillo y nosotros el yunque? Lo importante es que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas. Si la victoria y la injusticia y la felicidad no son para Alemania, que sean para otras naciones. Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno.”
(Borges, Jorge Luis (1996 [1946]): “Deustches Requiem” en El Aleph, Buenos Aires, Emecé, p. 140-141)

No para nosotros

“Por eso Kafka no habla de sabiduría. Sólo le quedan los productos de su ruina. Y estos son dos: el rumor de las cosas verdaderas (una especie de periódico de cuchicheos teológicos en el que se trata de lo desacreditado y obsoleto); el otro producto de esta diástasis es la locura, que si ha malgastado por completo el valor propio de la sabiduría, ha conservado en cambio el garbo y la tranquilidad que por todos lados se le escapa al rumor. La locura es la naturaleza de los preferidos de Kafka, desde Don Quijote, pasando por los empleados, hasta los animales. (Ser animal no significaba para él sino haber renunciado por una especie de pudor a la figura y a la sabiduría humanas. Igual que un caballero distinguido, que se equivoca de bar, renuncia por pudor a limpiar su vaso). Para Kafka era firmemente incuestionable: primero, que alguien para ayudar tiene que ser un loco; segundo, que sólo es verdadera la ayuda de un loco. Sólo que no es seguro que haga efecto en el hombre. Tal vez ayude más bien a los ángeles (confr. el pasaje en que a los ángeles se les encomienda algo que hacer), aunque con los ángeles podría hacerse de otra manera. Por eso, como dice Kafka, hay infinitas existencias de esperanza, sólo que no para nosotros. Esta frase contiene de veras la esperanza kafkiana. Y es la fuente de su radiante alegría.”
(Benjamin, Walter, “Una carta sobre Kafka”)

No tenemos tiempo, y por eso miramos al cielo

“Lo que se oponía (entonces como ayer) al sistema teológico, al Estado como cosa circular y cerrada, a los regímenes de normalización y de exclusión, a los dispositivos de encierro y disciplinamiento, era la serie desordenada de intervenciones y movimientos en el tiempo que funcionaron (entonces como ayer) como máquinas de guerra. Eran las sectas, los complotados, el terrorismo discursivo y político, los monstruos: todo lo que se salía de los sistema de clasificación dinamitando sus propios principios clasificatorios, desmoronando las clases.
“Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno.”, decía Borges en “La biblioteca de Babel” (1941). Es que no tenemos tiempo, y por eso miramos al cielo y queremos, como Borges, San Sebastián y John Cage, el cielo, aunque no sea el lugar para nosotros1.

1 Si he suministrado dos ejemplos no literario (San Sebastián, Internet) ha sido deliberadamente: que nadie piense que sostenemos alguna hipótesis autonomizante de la literatura.
(Link, Daniel: Clases: literatura y disidencia, Buenos Aires, Norma, p. 16-17)

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