En el último número de la revista Otra parte (nº 18, primavera 2009), en su breve artículo "¿Nada es sagrado?", Patricio Lennard toma como punto de partida "una cierta cultura humorística de la Shoá, incluso entre los judíos" (tal vez, uno de los ejemplos paradigmáticos sea Woody Allen) y "numerosas expresiones de irreverencia y transgresión frente [al] sentido trágico [del nazismo y la solución final]" (el alemán Anselm Kiefer y sus fotos haciendo el saludo nazi o los jabones hechos con restos de liposucción de la argentina Nicola Constantino).
Esta doble operación, se lee en el artículo, no sería pensable en relación con la experiencia de la última dictadura argentina: "Nada de esto ocurre en la Argentina con los desaparecidos; ni rastros de un reto semejante a las leyes del decoro. Nadie hace chistes sobre los desaparecidos. Ni siquiera la derecha más recalcitrante...".
Ahora bien, por mi parte, no estoy de acuerdo con que la derecha no realice chistes sobre los desaparecidos (en contextos cotidianos, pude escuchar varios, irreproducibles, por cierto; y buscando en la web, siempre es posible encontrarse con ese tipo de humor) pero lo que me parece interesante del artículo es lo que sigue a las aseveraciones antes citadas, el pasaje del humor a la cultura y el arte.
La cuestión es, tal como señala Lennard, que resulta difícil encontrar expresiones transgresoras sobre las desapariciones en el campo artístico argentino: "Pero ¿qué habría sucedido si esa acción profanadora la hubiera llevado a cabo un artista? ¿Por qué nadie se ha atrevido aún a provocar un tumulto en relación con este tema, un atentado a la buena conciencia bajo pretextos artísticos?" (el tema de la 'buena conciencia', del límite de la 'incorrección política', me parece esencial). Lennard nos recuerda como excepción la idea de Charly García de arrojar maniquíes al río desde un helicóptero pero señala, tal vez acertadamente, que la literatura nunca pudo escapar a la solemnidad a la hora de representar las desapariciones y la experiencia en los centros de detención (sí logró echar mano a la farsa y al grotesco para representar la guerra de Malvinas: Los Pichyciegos de Fogwill, por ejemplo). En esta línea, el autor del artículo se pregunta: "¿Será porque ironizar, siquiera literariamente, sobre una cuestión con los derechos humanos supondría una violación de estos? ¿A qué se debe tanta seriedad?" y los interrogantes siguen y siguen rodeando el tabú, el duelo y el dilema moral. El artículo cierra con la sugestiva frase de Dalmaroni en "La moral de la historia": "¿Quién escribirá El fiord de la dictadura?".
Después de la lectura de tan breve y, a la vez, estimulante artículo, me quedé pensando en si realmente no había expresiones trangresoras e irreverentes en relación con las desapariciones y los centros de detención durante la última dictadura en la literatura argentina (y si realmente no las había, por qué si las hubo con acontecimienos como la Shoá).
Lo primero que se me ocurrió, aunque es un fenómeno actual y sólo podría ser incluido en la literatura si ampliaramos el espectro, fue la revista Barcelona y sus tapas en referencia a la desaparición de Julio López. Esas tapas tenían un contenido irónico respecto de un tema tabú, intocable pero no se ajustaban al interrogante de Lennard ya que no representan la última dictadura argentina sino más bien sus efectos.
Seguí pensando y se me ocurrió un solo ejemplo en la literatura argentina pero para mantener la incógnita y para ver si a alguno/a de los que pasa por este humilde blog se le ocurre antes algún texto (así me ayudan a resolver la duda), los dejo también con el interrogante y en unos días, posteo un fragmento de mi posible ejemplo.
Esta doble operación, se lee en el artículo, no sería pensable en relación con la experiencia de la última dictadura argentina: "Nada de esto ocurre en la Argentina con los desaparecidos; ni rastros de un reto semejante a las leyes del decoro. Nadie hace chistes sobre los desaparecidos. Ni siquiera la derecha más recalcitrante...".
Ahora bien, por mi parte, no estoy de acuerdo con que la derecha no realice chistes sobre los desaparecidos (en contextos cotidianos, pude escuchar varios, irreproducibles, por cierto; y buscando en la web, siempre es posible encontrarse con ese tipo de humor) pero lo que me parece interesante del artículo es lo que sigue a las aseveraciones antes citadas, el pasaje del humor a la cultura y el arte.
La cuestión es, tal como señala Lennard, que resulta difícil encontrar expresiones transgresoras sobre las desapariciones en el campo artístico argentino: "Pero ¿qué habría sucedido si esa acción profanadora la hubiera llevado a cabo un artista? ¿Por qué nadie se ha atrevido aún a provocar un tumulto en relación con este tema, un atentado a la buena conciencia bajo pretextos artísticos?" (el tema de la 'buena conciencia', del límite de la 'incorrección política', me parece esencial). Lennard nos recuerda como excepción la idea de Charly García de arrojar maniquíes al río desde un helicóptero pero señala, tal vez acertadamente, que la literatura nunca pudo escapar a la solemnidad a la hora de representar las desapariciones y la experiencia en los centros de detención (sí logró echar mano a la farsa y al grotesco para representar la guerra de Malvinas: Los Pichyciegos de Fogwill, por ejemplo). En esta línea, el autor del artículo se pregunta: "¿Será porque ironizar, siquiera literariamente, sobre una cuestión con los derechos humanos supondría una violación de estos? ¿A qué se debe tanta seriedad?" y los interrogantes siguen y siguen rodeando el tabú, el duelo y el dilema moral. El artículo cierra con la sugestiva frase de Dalmaroni en "La moral de la historia": "¿Quién escribirá El fiord de la dictadura?".
Después de la lectura de tan breve y, a la vez, estimulante artículo, me quedé pensando en si realmente no había expresiones trangresoras e irreverentes en relación con las desapariciones y los centros de detención durante la última dictadura en la literatura argentina (y si realmente no las había, por qué si las hubo con acontecimienos como la Shoá).
Lo primero que se me ocurrió, aunque es un fenómeno actual y sólo podría ser incluido en la literatura si ampliaramos el espectro, fue la revista Barcelona y sus tapas en referencia a la desaparición de Julio López. Esas tapas tenían un contenido irónico respecto de un tema tabú, intocable pero no se ajustaban al interrogante de Lennard ya que no representan la última dictadura argentina sino más bien sus efectos.
Seguí pensando y se me ocurrió un solo ejemplo en la literatura argentina pero para mantener la incógnita y para ver si a alguno/a de los que pasa por este humilde blog se le ocurre antes algún texto (así me ayudan a resolver la duda), los dejo también con el interrogante y en unos días, posteo un fragmento de mi posible ejemplo.
¿¿Gamerro??
ResponderBorrarGamerro... Con qué obra? Con "Las islas" se inscribiría en la línea de grotesco en relación con Malvinas pero no con una postura irreverente respecto de las desapariciones. Tal vez hacés referencia a "El secreto y las voces" o a "La aventura de los bustos de Eva", como no las leí, contame si ahí si se encuentra algo. Gracias por el comentario!
ResponderBorrarClaro, yo pensaba en "Las Islas", en el personaje de Gloria, que si bien no es abordado desde el humor, sí está planteado como un personaje derrotado y de ninguna manera heroico...
ResponderBorrarEn "La aventura...", por ejemplo, creo que hay una postura irreverente, no se si con respecto a los desaparecidos en particular, pero si con respecto a la militancia.
Por lo menos son un paso...tal vez el que sigue le toque a las "nuevas generaciones".
Sí, Gloria es un personaje derrotado pero sigue siendo solemne. Te concedo que todos los personajes de la novela son freaks y que Gloria queda incluida en esa caracterización por lo que habría cierto rasgo de experimentación. Respecto de lo que señalás en "La aventura..." me imaginé que la trama iba por ahí pero estaríamos nuevamente sin ningún avance ya que las parodias de la militancia sí son algo que circula en la literatura argentina.
ResponderBorrarEstoy de acuerdo con que tal vez le toque a "las nuevas generaciones".
En unos días, cuelgo lo que prometí pero anticipo otro ejemplo que se me ocurrió: la canción de la Bersuit Vergarabat, "Danza de los muertos pobres", creo que por momentos presenta cierta irreverencia.
Saludos!
Uh, me olvidé de preguntarte esto.
ResponderBorrarYo pensé en Villa de Luis Gusman. Mejor dicho, fue lo único que se me ocurrió por abordar al perejil colaborador, pero creo que no tiene nada que ver.
La respuesta es?
Hola, hoy di con tu blog y vi esta entrada del 2009. Diste el nombre de la novela después?
ResponderBorrarHola, Lola, gracias por el comentario. El post siguiente fue este: http://golosinacanibal.blogspot.com.ar/2009/11/nada-es-sagrado-un-posible-ejemplo.html
ResponderBorrarEn realidad no era una novela en sí, si no un cuento de Fresán en "Vidas de santos". Actualmente podrías agregar, de nuevo hasta ahí nomás, "Mazinger Z contra la dictadura" de Iván Moiseeff. Tenés otros ejemplos para aportar? Serán bienvenidos!