Me cuesta escribir sobre Edgardo Cozarinsky, es difícil escribir sobre sus libros porque sería de algún modo reducir su estilo, su sintaxis, su erudición, elementos de una prosa envidiable, fantástica. Su último libro, Blues (Adriana Hidalgo, 2010) también apunta a un trabajo artesanal de la prosa en sus cuatro secciones que proponen diversas series de textos. Y digo ‘textos’ porque me niego a llamarlos artículos o crónicas o ensayos o relatos de viaje: la división entre géneros o tipos textuales estalla, se torna imposible o innecesaria, tanto en este libro como en Vudú urbano (1985) y El pase del testigo (2002), libros que sobreviven, inmaculados, en las mesas de saldo de Corrientes a la espera de una revalorización lectora.
Basta abrir el libro y leer “Blues de una guerra olvidada” para apreciar un tono en la escritura Cozarinsky: una primera persona (atravesada por la nostalgia, los recuerdos, el exilio y el escepticismo) que rastrea en la memoria de su deambular y de su vida urbana cotidiana (ya sea en París como en Buenos Aires) señales, gestos o escenas para impulsar la escritura. Así, un recuerdo, una sensación o una acción trivial (un llamado a su madre) sirven de indicios para rodear ciertos temas (en el caso del primer texto es la guerra de Malvinas) y acompañar al lector en una recorrido tramado por asociaciones que van de la literatura (la opinión de Julien Green sobre la guerra) a los vestigios citadinos (un kiosco de revistas con cierto lema), de los recuerdos (la estación radial que Cozarinsky escuchaba en París en 1982) a las opiniones político-culturales (opiniones que muchas veces resultan chocantes, ácidas, polémicas), del acontecimiento histórico a sus efectos capilares en la sociedad (el final de “Blues de una guerra olvidada” es un paseo de Cozarinsky en la “zona roja” de Palermo y es una imagen perfecta). Por lo demás, en este texto y en los siguientes, el autor de Blues pone en juego una capacidad peculiar y propia de su estilo: detalles mínimos (una frase ingeniosa, una imagen determinada, una cita adecuada) le permiten trazar lecturas o poner en evidencia lo que hay detrás de la apariencia de realidad de un acontecimiento, de una persona, de un lugar.
Las demás secciones de Blues dan cuenta de una heterogeneidad textual en la que la voz de Cozarinsky realiza una lectura a contrapelo, con un sesgo entre la erudición y la paranoia, de la sociedad, la política y la cultura: exhuma una vieja polémica argentina de los 30 (Manuel Gálvez, enojado por no recibir el primer premio nacional de literatura) para atravesar la situación política argentina e internacional (“Guerrillas literarias”); lee el conflicto de la guerra fría en carteles publicitarios en las dos Alemanias (“Berlín Blues”); recupera, desde el placer de la lectura o de la añoranza personal, las figuras de Carlos Correas, Enrique Pezzoni o Rolando Paiva (toda la sección “Blues por ausentes” se mueve en esta sintonía); describe su lazo con la tradición judía a partir de su lengua materna, el castellano (“¿Judío por hablar castellano?”), etcétera, etcétera, etcétera. De lo que se trata en estos textos es de romper con la lectura pasiva de la realidad, introducir el yo y la experiencia pero también la asociación, la digresión y la erudición para que los temas expongan su juego inabarcable de remisiones, consonancias y asonancias. Y todo eso hacerlo a partir del trabajo artesanal, delicado y esmerado en la escritura.
Bien, ¿por qué digo que la sintaxis, que el estilo de Blues (y de los otros libros de Cozarinsky) es envidiable? Por fragmentos como estos donde brillan sus construcciones, sus adjetivaciones, el ritmo mismo de la frase:
El cuarto de un hotel barato me resulta tan bienvenido como podría serlo el de un palacio: para mí son anónimos, ambos. Si estoy en una ciudad donde no vivo, me intereso en la guía de teléfonos como en una novela policial. Si estoy en un país protestante, sé que el ejemplar de la Biblia en el cajón de la mesa de luz tendrá algún párrafo subrayado con lápiz y me pierdo en hipótesis sobre el estado de ánimo del lector que lo marcó. (46, Hoteles de paso)
Con los muertos famosos, abrumados por biografías y memorias ajenas, aparece el espejismo retrospectivo de una explicación de su conducta; pero la contradicción acecha, siempre, para desbaratar esos edificios póstumos. (49, Individuos en tiempos oscuros 2)
Pocas sorpresas más humillantes que la de descubrir en placeres creídos indefendibles un aspecto respetable que se nos había escapado. Pocos indicios más hirientes del paso del tiempo que asistir al rescate cultural de la trivia perdida en algún rincón de la memoria. (53, Pitigrilli recuperado)
Blues de Edgardo Cozarinsky establece, como ya lo mencioné, una serie con Vudú urbano y con El pase del testigo, textos que se mueven con ligereza (se leen muy, muy rápido) y que, entre la digresión, la asociación y el hallazgo indicial, confunden los géneros, rompen con las convenciones, introducen la pura subjetividad en la mirada hacia lo real y atraviesan su apariencia pero no para encontrar una verdad, más bien para hacer estallar el sentido, para gozar con la experiencia de las imágenes, los gestos y las series.
Si hay algo que quizás condense el estilo de Edgardo Cozarinsky, es la elegancia. Y esto, es posiblemente es el mejor cumplido que se le puede brindar.
ResponderBorrarHe tenido ocasión de leer media docena de sus libros, y puestos a elegir, me quedo con "El rufián moldavo", y algunos cuentos de "La novia de Odessa".
Un post muy bien escrito. Los felicito.
Saludos