Nadie puede decidir por sobre las máquinas. El campo de trabajo concentracionario, por ejemplo, es una creación del gran Autómata técnico-científico y no sólo fruto de la demencia stalinista o hitleriana. No es casual que una pléyade de enfermos mentales ocupen los puestos claves de los gobiernos que deciden los destinos de la humanidad en su conjunto. No se trata de casualidades sino de un Sistema; un sistema-vivo que utiliza el cerebro del hombre como su propio cerebro. (“Crisis”, p. 141)
¿Qué es esto? ¿Ciencia ficción? ¿Ficción paranoica? ¿Filosofía de la técnica? ¿Diagnóstico apocalíptico? Tal vez sea una mezcla de todo eso: un resto inasimilable. Alternativas de lo posthumano de Oscar del Barco (Caja Negra, 2010) reúne textos del filósofo cordobés que van de la crítica gramsciana al marxismo ortodoxo y la oscura diagnosis de la técnica y el Sistema a la propuesta de una, como dice el brillante y paranoico prólogo de Pablo Gallardo y Gabriel Livov, “teología metafísica de raigambre batailleana” (20).
Creo que los textos de Alternativas de lo posthumano en los que Del Barco realiza una diagnosis del Sistema, en que intenta decir “lo más posible” sobre el Sistema (“El “peligro” y lo que salva”; “Crisis” y “Postscriptum”, por ejemplo) son los más fascinantes, sobre todo porque en esos espacios la filosofía posmetafísica y posmarxista se confunde con la ciencia ficción: el Sistema como espejismo (98); el Sistema como pensamiento sin cuerpo (101); el no-sistema y el Sistema (108); el Sistema como máquina-con conciencia (141); los “bichos” del Sistema (143); etc. Desde ya, resuenan en sus planteos las ideas de Deleuze y Heidegger, a este último lo analiza en “Heidegger y el “misterio” de la técnica”.
Por otro lado, en la primera parte de la antología, Del Barco señala, por un lado, el fracaso del socialismo deteniéndose específicamente en una causa: la confianza ilusa en la técnica como un instrumento neutral que se podía arrebatar al Sistema sin caer en sus redes y en su lógica (es aquí donde entran las reflexiones de la filosofía de la técnica). Así, en el texto “Observaciones sobre la crisis de la política”, el cordobés señala: “Esta idea de que la técnica puede ser utilizada en un sentido o en otro, es decir, por los capitalistas o por los socialistas, oculta el hecho esencial de que la técnica es la técnica-del-Sistema y no algo neutro al servicio de quienes la utilicen.” (91); y también en “La tortura, la inocencia y los sueños” (una provocativa ética de la otredad, anticipación de su intervención en la polémica de la revista La Intemperie): “…el “socialismo” de la Unión Soviética no es el fruto vicioso del stalinismo sino el momento organizado de la anomia social-capitalista… el sueño fue pensar que podía montarse una sociedad “productivista” sin la inmanencia de su fuerza siniestra.” (p. 75).
Frente a este fracaso, en Alternativas de lo posthumano se dejan leer, al menos, dos alternativas: una, en sus textos de fines de los '70 y principios de los '80, ligada a su crítica al marxismo ortodoxo y a los socialismos perversos; otra, en sus textos de principios de los 90 hasta la fecha, frente al Sistema como Absoluto. Por un lado, Del Barco propone una revalorización del “otro Marx”, de "lo otro" de Marx: una lectura de los restos de Marx desde Gramsci (recordemos: Del Barco participó de la revista Pasado y Presente, fue un “gramsciano argentino”) pero también en textos “ignorados por la inteligencia marxista” como la Introducción de 1857 y los Manuscritos de 1844. Del Barco relee a un Marx perplejo, fragmentario que propone un “afuera de la inversión” entre lo real y lo ideal, un movimiento contra el Sentido y la Razón. Esta línea se lee en los textos de la antología “Hacia el otro Marx”, “Crítica y política en el “método” marxista”, “El texto marxista” y “Estado y poder”.
Por otro lado, es en la segunda parte del libro donde el filósofo cordobés plantea su postura posmetafísica del resto que el Sistema no puede asimilar, donde despliega una prosa que roza lo poético para decir lo indecible de la mística, las drogas, el pensamiento del afuera y el cuerpo-sin-órganos. Así, Del Barco traza cartografías a través de la obra (de) Artaud (un texto con asumida influencia derrideana); choca y por momentos se acerca a la experiencia mística (de) Nietzsche (merodeo en torno a la imposibilidad-de-decir el éxtasis); se alimenta del materialismo bajo (de) Bataille (la lectura como experiencia y la materia como mal, como rebeldía) y se pierde en lo místico (de) Wittgenstein (el mundo como lo místico y la posibilidad de una teología atea). En los demás textos de esta segunda parte, el cuerpo del autor y su experiencia se juegan en la escritura que muestra el cuerpo-sin-órganos, las sustancias enteógenas y la mística (“Golpe ciego” (texto que podría haber sido publicado en Acèphale), “Viajes” y “ma a'”.
Y no, no estoy de acuerdo con la reseña de Damián Selci, en la revista Inrockuptibles, que con un gesto reduccionista, simplifica las opciones de Alternativas de lo posthumano de Del Barco a un “no hacer nada”, a una “inacción pasiva” que no haría caso a las “potencialidades contrainformativas de Internet” o “el socialismo de Evo Morales”. Más bien, me parece que esas dos salidas esgrimidas contra un supuesto anacronismo finisecular de Del Barco, serían, desde el vamos, formas del Sistema. Me parece, por el contrario, que la apelación no es al “camino liberador del LSD, el mutismo zen y la inacción contemplativa” sino a una forma-de-vida sostenida en ciertos juegos del lenguaje, en cierta experiencia del afuera que pone en crisis la metafísica y la racionalidad del Sistema: un más allá del hombre al que cualquiera puede acceder, un dejar-ser sostenido en la otredad que el Sistema necesita para seguir expandiéndose, una potencia del pensamiento y del lenguaje que nada tiene que ver con la técnicay que abre la posibilidad de que algo surja.
En definitiva, creo que el logro de Alternativas de lo posthumano de Oscar Del Barco, otro acierto del coherente proyecto editorial de Caja Negra, tiene que ver con el hallazgo de una Zona, de un estallido del lenguaje, de “esa “parte maldita” a la que se refirió Bataille, ese espacio-vacío que surge cuando se abandona la ciudad y la política, el pasado y el futuro, el hombre y la naturaleza entendidos como ontológicamente escindidos.” (97).
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