En lo que concierne a la otra clase de significantes inestables, no deja de ser instructivo observar la función que nuestra sociedad les asigna a los jóvenes. Pues ciertamente no es un indicio de salud que una cultura esté tan obsesionada por los significantes de su propio pasado que prefiera exorcizarlos y mantenerlos con vida indefinidamente como "fantasmas" en lugar de sepultarlos, o que tenga tal temor a los significantes inestables del presente que no logra verlos sino como portadores del desorden y de la subversión. Esa exasperación y ese anquilosamiento de la función significante de las larvas y de los niños en nuestra cultura es un signo inequívoco de que el sistema binario se ha bloqueado y ya no puede garantizar el intercambio de los significantes en el que se funda su funcionamiento. Por ello cabe recordarles a los adultos, que se sirven de los fantasmas del pasado sólo como espantajo para impedir que sus niños se vuelvan adultos y que se sirven de los niños solamente como coartada para su incapacidad de sepultar los fantasmas del pasado, que la regla fundamental del juego de la historia es que los significantes de la continuidad acepten intercambiarse con los de la discontinuidad y que la transmisión de la función significante es más importante que los significantes mismos. La verdadera continuidad histórica no es la que cree que se puede desembarazar de los significantes de la discontinuidad relegándolos en un país de los juguetes o en un museo de las larvas (que a menudo coinciden actualmente en un solo lugar: la institución universitaria), sino la que los acepta y los asume, "jugando" con ellos, para restituirlos al pasado y transmitirlos al futuro. En caso contrario, frente a los adultos que se hacen literalmente los muertos y prefieren confiarles sus propios fantasmas a los niños y confiar los niños a sus fantasmas, las larvas del pasado volverán a la vida para devorar a los niños o los niños destruirán los significantes del pasado: lo que desde el punto de vista de la función significante —o sea de la historia— es lo mismo. Justamente lo contrario de lo que relata el mito de origen de un ritual de iniciación de los indios Pueblos: los adultos —dice el mito— les ofrecieron a las larvas de los muertos, que volvían al mundo de los vivos para llevarse a los niños personificarlos cada año en una jovial mascarada para que los niños pudiesen vivir y ocupar, algún día, sus lugares.
Fuente: Agamben, Giorgio (2004 [1977]): “El país de los juguetes: reflexiones sobre la historia y el juego” en Infancia e historia: destrucción de la experiencia y origen de la historia, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, págs. 126-128.
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