“Desde siempre. Siempre me sentí mal en mi tiempo, fuera de mi época.” contesta el conde Balthasar Klossowski de Rola en Balthus: meditaciones de un caminante solitario de la pintura (Las cuarenta, 2010), libro que recopila una serie de entrevistas realizadas por Françoise Jaunin en el Grand Chalet de Roissinière, morada suiza en la que el artista se recluyó en sus últimos 20 años de vida. La frase que da cuenta de su anacronismo es un motivo que vuelve una y otra vez en los encuentros del libro, que lo distancia de los vanguardistas (Picasso, Breton, Mondrian) con los que compartió varios años de su vida y que lo acerca a una concepción del arte divergente: “No soy y nunca fui un artista moderno. Los pintores modernos buscan, ante todo, expresarse ellos mismos, mientras que yo busco expresar el mundo… penetrar en el misterio del mundo.” (20) Y es que Balthus, nacido un 29 de febrero de 1908, hijo de artistas y en constante contacto con el mundo del arte y la cultura (véase especialmente el capítulo “La infancia del arte”), plantea en estas entrevistas una visión religiosa del arte, en un retorno al misterio del mundo y a la naturaleza, en la búsqueda de lo vivo y del estremecimiento. En sus cuadros, las niñas, los gatos y el espejo son la cifra de esa vivencia del mundo, atravesada por la indiferencia entre lo real y lo onírico, por lo inasible de la infancia (las poses de sus adolescentes no son lascivas ni voluptuosas son “posiciones de abandono propias de la infancia” (20) y todas sus figuras femeninas son "ángeles" (18)).
A lo largo de Balthus, el artista solitario, además de detenerse en detalles sobre su vida y sobre su trabajo (su relación con los colores, con el tiempo de trabajo, con los materiales), realiza un diagnóstico sobre la cultura contemporánea y propone un retorno a la pintura como oficio y al tiempo de la mirada: “Hoy en día nos separan tantas cosas de la percepción directa del mundo y forman una pantalla delante de nuestros ojos.” (43) y “Hay que reinventar todo, siempre: se ha perdido el modo de apoderarse de la realidad.” (42-43). En esta línea anacrónica, Balthus señala que la ruptura entre arte y artesanía ha terminado por separar el arte de la vida pero también lo bello y lo útil: “el arte se convirtió en un lujo situado en una suerte de paraíso que no tiene relación con lo cotidiano.” (45) La propuesta del conde Balthasar Klossowski de Rola ha sido justamente volver a unir lo separado (el hombre y la naturaleza, el hombre y Dios, la representación y la pintura), trabajar en la indistinción entre el arte y la artesanía (no por nada entre sus influencias destacará la imaginería popular como “el substrato profundo de toda cultura” (37)), volver la atención y la mirada sobre la naturaleza a fin de captar el misterio y traducirlo en la pintura. En una cultura marcada por el individualismo, la velocidad y lo profano, cuando Balthus propone pintar lo que uno tiene adelante como forma de aproximarse a lo divino, su pintura recupera la fuerza de lo anacrónico, esa fuerza que desordena la linealidad del tiempo, pero también propone la pérdida de sí y las figuras del abandono: “Sí, así es. Pintar es una plegaria. El acto de pintar es en sí mismo una plegaria.” (19)
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