Venían de Oriente, es decir: de más allá de Damasco (el límite de Israel), de Babilonia. Honda impresión causaron los Magos al llegar a Jerusalén con sus rostros empolvados (además de la arena del camino, gustaban del make up, como buenos babilónicos), la chillonería de sus sedas y los cortejos que, a su paso por los pueblos orientales, se les habían unido (en cada oasis levantaban sus carpas, encendías sus hierbas, tocaban su música, bailaban y se entregaban al disfrute: ¿qué otra cosa es la sabiduría y para qué más podría servir la magia?). Los nativos los fueron adorando desde mucho antes de que se encontraran con el pérfido Herodes, que sintió que su reinado tambaleaba.
Estos son los reyes que deberían reemplazar al hartante y bonachón viejo de barba blanca, pura sensualidad. De comprar regalitos a entregar disfrute, ahí hay un cambio. Y por lo demás, la sentencia se revertiría: los reyes ya no serían los padres...
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