A la una de la mañana el Anchor languidecía. En el mostrador del bar, varios putitos de calzoncillos anatómicos beben Coca-Cola. Junto al piano bailotean torpemente dos ingleses de porongas lechosas. Los farolitos rojos dan la justa luz para ese pequeño quilombo de pajeros. Mesitas alcahuetas y lustraditas, mozos con aire de perros, espejos estratégicos para que los putitos se deseen de reojo. En una mesa, alrededor de un podrido olor a pescado, hay una hembra fermentando. En la pared del fondo, una lámina vieja de Elizabeth y Felipe de Edimburgo (se comentaba que Felipe ya no se la da más por el culo porque Elizabeth se tiraba muchos pedos y como es sabido, los de Elizabeth Arden). Y en el aire un crepitar bullicioso, una guasca hecha polvo brillante y estrellado. Las locas sentadas miran por la ventana y añoran la ciudad.
Acá, un fragmento de un texto inédito de Carlos Correas, "Los jóvenes". Si tal como lo promete la editorial Mansalva, entre sus próximos títulos se encuentra Los jóvenes y otros relatos, lo espero con impaciencia
Y realizo una premonición (que a lo mejor ya está cumpliéndose): Carlos Correas será en estos años, lo que Osvaldo Lamborghini fue al canon literario argentino los años anteriores. Es decir, prepárense para una oleada de papers, tesis y conferencias sobre un escritor "maldito" en la corte de la literatura canonizada. Al menos servirá para que se lo lea y, sobre todo, para que alguien se la juegue con la reedición de Los reportajes de Felix Chaneton.
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