Los utopistas no reparan en medios; con tal de hacer feliz al hombre están dispuestos a matarle, torturarle, incinerarle, exiliarle, esterilizarle, descuartizarle, lobotomizarle, electrocutarle, enviarle a la guerra, bombardearle, etcétera: depende del plan. Reconforta pensar que, incluso sin plan, los hombres están y siempre estarán dispuestos a matar, torturar, incinerar, exiliar, esterilizar, descuartizar, bombardear, etcétera.
Aaron Rosenblum, nacido en Danzig, crecido en Birmingham, también había decidido hacer feliz a la humanidad; los daños que provocó no fueron inmediatos: publicó un libro sobre el tema, pero el libro permaneció largo tiempo ignorado y no tuvo muchos seguidores. De haberlos tenido, tal vez no existiría ahora ni una sola patata en Europa, ni un farol en las calles, ni una pluma de metal, ni un piano.
La idea de Aaron Rosenblum era extremadamente sencilla; él no fue el primero en concebirla, pero sí el primero en llevarla hasta sus últimas consecuencias. Sobre el papel, únicamente, porque la humanidad no siempre desea hacer lo que debe hacer para ser feliz, o para lograrlo prefiere elegir sus propios caminos, que en cualquier caso, al igual que los mejores planes globales, también suponen matanzas, torturas, cárceles, exilios, descuartizamientos, guerras. Cronológicamente, la utopía de Rosenblum no fue afortunada: el libro que debía hacerla famosa, Back to Happiness or On to Hell (Atrás hacia la felicidad o adelante hacia el infierno) apareció en 1940, precisamente cuando el mundo pensante estaba mayoritariamente entregado a defenderse de otro plan, no menos utopista, de reforma social, de reforma total.
Rosenblum había comenzado por preguntarse: ¿Cuál ha sido el período más feliz de la historia mundial? Considerándose inglés, y como tal depositario de una tradición perfectamente definida, decidió que el período más feliz de la historia había sido el reino de Isabel, bajo la sabia conducción de Lord Burghley. Entre otras cosas, había producido a Shakespeare; entre otras cosas, en aquel período Inglaterra había descubierto América; entre otras cosas, en aquel período la Iglesia Católica había sido derrotada para siempre y obligada a refugiarse en el lejano Mediterráneo. Rosenblum llevaba muchos años siendo miembro de la Alta Iglesia protestante anglicana.
Así que el plan de Back to Happiness era el siguiente: devolver el mundo a 1580. Abolir el carbón, las máquinas, los motores, la luz eléctrica, el maíz, el petróleo, el cinematógrafo, las carreteras asfaltadas, los periódicos, los Estados Unidos, los aviones, el voto, el gas, los papagayos, las motocicletas, los Derechos del Hombre, los tomates, los buques de vapor, la industria siderúrgica, la industria farmacéutica, Newton y la gravitación, Milton y Dickens, los pavos, la cirugía, los trenes, el aluminio, los museos, las anilinas, el guano, el celuloide, Bélgica, la dinamita, los fines de semana, el siglo XVII, el siglo XVIII, el siglo XIX y el siglo XX, la enseñanza obligatoria, los puentes de hierro, el tranvía, la artillería ligera, los desinfectantes, el café. El tabaco podía permanecer, dado que Raleigh fumaba.
Viceversa había que reinstaurar: el manicomio para los deudores; la horca para los ladrones; la esclavitud para los negros; la hoguera para las brujas; los diez años de servicio militar obligatorio; la costumbre de abandonar a los recién nacidos en la calle el mismo día del nacimiento; las antorchas y las velas; la costumbre de comer con sombrero y con cuchillo; el uso de la espada, del espadín y del puñal; la caza con arco; el bandidaje en los bosques; la persecución de los hebreos; el estudio del latín; la prohibición a las mujeres de pisar el escenario; los ataques de los bucaneros a los galeones españoles; la utilización del caballo como medio de transporte y del buey como fuerza motriz; la institución del mayorazgo; los caballeros de Malta en Malta; la lógica escolástica; la peste, la viruela y el tifus como medios de control de la población; el respeto a la nobleza; el barro y los lodazales en las calles del centro; las construcciones de madera; la cría de cisnes en el Támesis y de halcones en los castillos; la alquimia como pasatiempo; la astrología como ciencia; la institución del vasallaje; la ordalía en los tribunales; el laúd en las casas y las trompas al aire libre; los torneos, las corazas adamascadas y las cotas de mallas; en suma, el pasado.
Ahora bien, hasta para los ojos de Rosenblum resultaba obvio que la puesta a punto y ordenada realización de dicha utopía, en 1940, exigiría tiempo y paciencia, además de la colaboración entusiasta de la parte más influyente de la opinión pública. Es cierto que Adolfo Hitler parecía dispuesto a facilitar al menos la obtención de algunos de los puntos más comprometidos del proyecto, sobre todo los que se referían a las eliminaciones; pero, en tanto que buen cristiano, Aaron Rosenblum no podía dejar de observar que el jefe de estado alemán se estaba dejando arrastrar excesivamente por tareas a fin de cuentas secundarias, como la supresión de los hebreos, en lugar de ocuparse seriamente de contener a los turcos, por ejemplo, o de organizar torneos, o de difundir la sífilis, o de hacer miniar los misales.
Por otra parte, aunque estuviese tendiéndoles constantemente la mano, Hitler parecía alimentar a escondidas una cierta hostilidad respecto a los ingleses. Rosenblum comprendió que tenía que hacerlo todo por su cuenta; movilizar por su cuenta la opinión pública, solicitar firmas y adhesiones de científicos, sociólogos, ecologistas, escritores, artistas, amantes del pasado en general. Sin embargo, tres meses después de la publicación del libro, el autor fue reclutado por el Servicio Civil de la Guerra como vigilante de un almacén de nula importancia en la zona más deshabitada de la costa de Yorhshire. No disponía ni de un teléfono: su utopía corría el peligro de hundirse en la arena.
Sin embargo, en la arena se hundió él, de manera insólita: mientras paseaba por la playa recogiendo almejas y otros artículos propios del siglo XVI para el desayuno, en el curso de un ataque aéreo realizado evidentemente a título de ejercicio, desapareció lacerado en un agujero y sus fragmentos fueron inmediatamente recubiertos por el mar.
Ya se ha hablado de la vocación mortífera de los utopistas; hasta la bomba que le destruyó respondía a una utopía, no tan dispar a la suya, si bien aparentemente más violenta. En su esencia, el plan de Rosenblum se basaba en el enrarecimiento progresivo del presente. Partiendo no de Birmingham, que era demasiado negra y habría necesitado al menos un siglo de limpieza, sino de un pequeño centro periférico como Pensance, en Cornualles, se trataba simplemente de delimitar una zona —tal vez adquiriéndola con los fondos de la Sixteenth Century Society, aún por fundar— para proceder después a la exclusión en el área de saneamiento, con minucioso valor, de todo y cualquier objeto o costumbre o forma o música o vocablo que se remontara a los siglos incriminados, o sea XVII, XVIII, XIX y XX. La lista bastante completa de los objetos, conceptos, manifestaciones y fenómenos a eliminar llena cuatro capítulos del libro de Rosenblum.
Al mismo tiempo, la sociedad e institución patrocinadora, es decir la Sixteenth Century Society, procedería a insertar todo lo que ya se ha mencionado —bandidos, velas, espadas, burros de carga, y así sucesivamente durante otros cuatro capítulos del libro—, lo que debería bastar para convertir a la colonia naciente en un paraíso, o en algo muy semejante a un paraíso. La gente de Londres acudiría en tropel para sumergirse en el siglo XVI; la suciedad consiguiente comenzaría inmediatamente a operar una primera selección natural, necesaria como mínimo para devolver la población a los niveles de 1580.
Con las aportaciones de los visitantes y de los nuevos inscritos, la Sixteenth Century Society se encontraría capacitada, por consiguiente, para ampliar poco a poco su campo de acción, extendiéndose hasta Londres. Limpiar Londres de cuatro siglos de construcciones y manufacturados de hierro era un problema que había que resolver aparte, convocando tal vez un concurso de proyectos abierto a todos los jóvenes amantes del pasado. Pero algo en este sentido parecía tener ya en la mente el otro utopista, el del otro lado del Canal de la Mancha; en la duda, Rosenblum optaba por el cerco: es posible que un mero cinturón del siglo XVI en torno a la capital bastara para conseguir que todo se derrumbara.
El plan avanzaba después rápidamente hasta cubrir toda Inglaterra y, desde Inglaterra, Europa. En realidad, los dos utopistas tendían por diferentes caminos hacia la misma meta: asegurar la felicidad del género humano. Con el tiempo, la utopía de Hitler ha caído en el descrédito que todos saben. La de Rosenblum, en cambio, reaparece periódicamente, bajo disfraces diferentes: hay quien tiende hacia la Edad Media, quien al Imperio Romano, otros al Estado Natural, y Grünblatt incluso es partidario del retorno al Mono. Si se resta de la población actual del mundo la población presunta del período elegido, se conoce el número de millones de personas, o de homínidos, condenados a desaparecer, según el plan. Estas propuestas prosperan; el espíritu de Rosenblum sigue recorriendo Europa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario