En mi visita siguiente, el general no me pidió que le tradujera. Me miró con simpatía y me invitó a sentarme.—Me he enterado de que usted estudia Filosofía y Letras, soldado. Son disciplinas nobles. Pero quiero ponerlo en guardia contra el peligro que acecha a tantos intelectuales, hoy: el ombliguismo. Me gustaría que reflexione sobre lo siguiente: lo que se gesta en los niveles inferiores de la sociedad es siempre más potente, y produce efecto de más largo alcance, que lo elaborado en círculos intelectuales. Estamos acostumbrados a pensar que son los pensadores, los hombres de ciencia, quienes entienden y trasmiten lo que es importante en nuestra vida. Pero desde hace un tiempo ya no es así.Me miró un instante en silencio, como esperando una reacción que me sentía incapaz de ofrecer; por otra parte sentía que esas palabras eran sólo la introducción a algo más vasto, y esperaba impaciente el punto de llegada.—Hoy los intelectuales no son más que una delgada capa de aceite sobre un gran charco de agua: esa capita brilla y encandila y parece serlo todo, pero tiene apenas el espesor de una molécula. El agua que oculta, en cambio, es profunda y en esas profundidades se agitan y maduran cosas que no vemos. Cosas decisivas, puede estar seguro, que se acercan y serán dominantes, cosas que provienen de lo que llaman submundo cultural, de la subcultura.Hizo una nueva pausa, que no atiné a interrumpir. Se puso de pie, yo también, y me dio una palmada afectuosa en el hombro mientras me señalaba la puerta con un movimiento de cabeza.—Mastíquelo. Ahora puede retirarse.
Cozarinsky, Edgardo (2007): Maniobras nocturnas, Buenos Aires, Emecé, pp. 37-38.
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