lunes, enero 23, 2012

El tiempo del señuelo (sobre Pequeño mundo ilustrado de María Negroni)


Tal vez uno de los libros más bellos que nos haya dejado el 2011 sea Pequeño mundo ilustrado de María Negroni (Caja Negra, 2011), una belleza oscura, siniestra, inquietante. Este pequeño libro compuesto por breves textos de un altísimo nivel poético y epifánico se nos presenta como un muestrario de las obsesiones de Negroni, obsesiones que ya venía explorando en Museo negro (1999) y Galería fantástica (2009).
En este caso, Pequeño mundo ilustrado emula el género enciclopédico (el orden alfabético, el título como entrada, las referencias cruzadas entre los textos, las delicadas imágenes que ilustran algunas prosas, el afán acumulativo) para construir lo que su título invoca: un mundo pequeño, réplica abismal del nuestro, doble misterioso de lo real, señuelo lúdico-mágico que Negroni puebla, organiza, pone en funcionamiento. El mundo de Negroni se funde con sus lugares (islas fantásticas, museos finiseculares, castillos encantados, ferias extravagantes, bibliotecas estrafalarias), con sus habitantes (muñecas delicadas, artistas obsesivos, homúnculos, monstruos aberrantes, maniquíes, miniaturas adorables, dobles, niños tentadores), con su arte (poesía decadente, música electrónica, cine expresionista). El recorrido turístico se detiene particularmente en el siglo XIX y en principios de siglo XX y el ambiente es decadente, finisecular, revelador. Negroni monta un espectáculo en el que la imaginación siniestra nos muestra sus ejemplos más extravagantes: ancestros del cine, de la fotografía, de los muñecos para niños, de los artículos coleccionables, de los mundos fuera del mundo.
En Pequeño mundo ilustrado, se trata, parece, de construir series cruzadas, emulando a ciertos autores y artistas (Bioy Casares, Hoffmann, Baudelaire, Rilke, Balzac pero también el Dr. Ruysch, Francis Bacon, Carl von Linné): colecciones itinerantes y vivientes de anécdotas, escenas, imágenes, objetos, es decir, deseos, señuelos. En la búsqueda del “reverso horripilante de la belleza”, cada serie persigue su sentido (el de lo perverso, el de lo monstruoso, el de la imaginación, el de lo mágico, el de lo inhumano, el de las atopías, el del arte y la vida). Así, las muñecas y los autómatas muestran lo humano buscando su mecanismo pero perdiéndose en su contrario, lo inhumano (de las muñecas de Hans Bellmer a los autómatas de Fritz Lang, pasando por los maniquíes surrealistas); las islas, los jardines y los museos erigen un mundo fuera del mundo, con sus propias reglas, sus propios órdenes (del jardín de Bomarzo al submarino de Nemo, pasando por las travelling ménageries); las colecciones maniáticas son un intento de ordenar el caos de la existencia (de los gabinetes de curiosidades a la taxonomía botánica de Linne, pasando por el Mundaneum de Le Corbusier); y la relación arte-vida, realidad-representación no puede menos que tornarse difusa (del Neverland de Barrie a los juguetes de Baudelaire, pasando por las fotografías en movimiento de Viola). Por lo demás, la extensión de los textos de Pequeño mundo ilustrado adquiere un doble sentido: sólo un texto breve es coleccionable y sólo un texto breve, y escrito con sutileza, condensa en pocas líneas a su propio objeto (en este caso, la poesía, el instante, la revelación).
Negroni escribe Pequeño mundo ilustrado como una arqueóloga que reconstruye los modos en que el arte y la cultura jugó en el laboratorio del ser en la búsqueda de atrapar lo fugitivo, de momificar la vida, de aferrar lo humano. En estos textos, el caos de lo real intenta ser ordenado a través de creaciones humanas como señuelos y Negroni, como Barthes, puede preferir el señuelo al duelo. Pequeño mundo ilustrado es un libro bellísimo por la poesía con la que fue escrito, por las obsesiones que recoge, por cómo la vida y el arte se confunden, por esa colección de modos de aferrar un tiempo (que se nos escapa, que huye): el tiempo del adjetivo, el tiempo del señuelo.

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