En el espacio libre entre una palabra y otra palabra tanto pueden caber siete mil ochocientos cuarenta y seis arlequines algo ensimismados que bailan entre sí (el mundo, literalmente: la ronda), como esa más grande desilusión que suele pagarse con la vida terrestre. Pero cada tanto alguien se encarga de recordarnos que también tiene lugar el espacio algo agolpado de la menesterosa incertidumbre. En este último caso todo indicaría la existencia de un par de claves bastante premonitorias: sobrevivir en ella -dicen- como en un lugar de sol, y procurarle por todos los medios algún asomo de entendimiento hasta que se produzca, a lo sumo, la llamada edad responsable. Hay gente de trabajo que se mueve en este minúsculo-espacio-ilimitado; y uno se pregunta por qué justamente entre dos palabras, uno quisiera saber si se trata de una alegoría, de dos palabras cualesquiera, del ritual de rituales. En resumidas cuentas, nunca llega a saberse nada de nada, los tipos trabajan simplemente allí sólo porque han dado con ese espacio donde los ojos de la carne -a través de una inefable tradición cultural- se habían detenido para descansar por un millonésimo de segundo, poco más o menos. Y la otra pregunta también regresa a todo corazón un poquito intranquilo: ¿qué será de ellos cuando se termine el espacio entre dos palabras, el blanco-blanco y los especialistas ensimismados?
Néstor Sánchez
Texto para el catálogo de la muestra Dibujos de Horacio Zabala, expuesta en la Galería Arte Nuevo, Maipú 971, del 30 de mayo al 13 de junio 1968. El título del texto de revista Las ranas.
Fuente: Revista Las ranas, nº3, noviembre de 2006, Buenos Aires, pp. 107.
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