domingo, febrero 26, 2012

La sinagoga de los iconoclastas (J. R. Wilcock) (XXIX)

PHILIP BAUMBERG

En 1874, en las cercanías de Wanganui en la Nueva Zelanda septentrional, Philip Baumberg, natural de Cork en Irlanda, hizo funcionar por vez primera su bomba de perros o dog-pump. El artefacto, si es que así puede llamársele, aprovechaba el hecho científicamente demostrado de que si se llama a un perro bien educado, éste acude. Baumberg se servía de una treintena de perros de trabajo, pastores y similares, y de dos peones asalariados, indígenas, cuyo número fue después aumentando progresivamente,
El primer peón estaba situado en la parte baja, con un cubo, junto a un arroyo de agua potable; el segundo estaba en lo alto de la colina, al lado de un canalón de hojalata que mediante una leve pendiente conducía el agua hacia una cisterna contigua a la vivienda de Baumberg. Cada perro llevaba colgado del cuello un bidón que era llenado por el indígena de la parte inferior; después el de arriba llamaba al perro, y cuando éste llegaba a él, el hombre echaba el agua del bidón al canalón de la cisterna; inmediatamente después el otro indígena llamaba al perro hacia abajo y repetía la operación.
Con treinta perros en movimiento el efecto era especialmente vivaz. Para evitar los frecuentes errores provocados por la imposiblidad de recordar los treinta nombres de los animales, errores que repercutían desfavorablemente en la marcha del trabajo —en ocasiones un perro reclamado demasiado pronto se volvía abajo con el bidón todavía lleno—, Baumberg decidió dividir las tareas, de modo que los maoríes pasaron a ser cuatro: dos dedicados al trasvase y dos a las llamadas. Para impedir después que los perros se pararan a media pendiente, o se fueran por su cuenta, tuvo que añadir dos vigilantes a lo largo de la cuesta.
Otros dos indígenas fueron dedicados al recambio de los perros, dado que éstos, normalmente, por su especial naturaleza y constitución, no pueden trabajar más de una hora seguida. Por lo tanto, los perros utilizados en la bomba eran en realidad casi noventa, lo que complicaba de tal manera la memorización de los nombres, que fueron añadidos otros dos maoríes en calidad de auxiliares y ayudantes de llamada. Otros cuatro indígenas se encargaban de que los perros no se pelearan entre sí, ni se entregaran a prácticas indecentes, pero sobre todo no se escaparan con los bidones, tan altamente apreciados entonces como ahora por las poblaciones del interior.
No se le escapaba a Baumberg la obvia verificación de que catorce personas entregadas directamente al transporte de bidones o cubos, en lugar de a la vigilancia y dirección de los animales, hubieran transportado cien veces más agua que treinta perros, inquietos y caprichosos (muchas veces se sentaban para rascarse, se hacían el muerto, y los más astutos y viejos fingían hábilmente dolores en las patas, desvanecimientos, mareos, de manera especial las hembras). Pero profundas consideraciones humanitarias de carácter evangélico, bastante explicables en un judío irlandés en estrecho contacto con las desaparecidas pero prepotentes misiones católicas de la isla, le inducían no sólo a preferir el trabajo animal, sino también a describir minuciosamente sus ventajas, como puede leerse en su prolija y única disertación Dog as Worker, His Preeminence over Ass, Ox and Man (El perro como trabajador: sus ventajas respecto al asno, el buey y el hombre) impresa en Sidney, Australia, en 1876.
Puesto que ni en Auckland ni en otro punto de las islas existía entonces una Oficina de Patentes regular, y tampoco Australia, poblada todavía en buena parte por hijos y nietos de condenados a cadena perpetua, ofrecía en dicho sentido especiales garantías, Baumberg tuvo que esperar un viaje a Londres en 1884 para patentar su bomba de perros; de cuyo invento y puesta a punto no sacó otra cosa que burlas y olvido. Solamente se refiere a él Brewater, en su exhaustiva historia de las formas de trabajo: De las pirámides al control adaptativo con calculador on line (primer volumen de la Enciclopedia del sindicalista, Bari, 1969).

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