Con el paso de los años, anécdotas de editor de características odiosas se adormecieron, anestesiándome. Una novelista de reputación internacional, cuando observé en su texto que las focas no eran cetáceos (sino pinípedos), exigió que me cambiaran de acuario. Una pitonisa a la que le rechacé un original profetizó que mi cargo sería ocupado de inmediato por alguien que no padeciera HIV. Un profesional de la impostura, que había oído por ahí que mi libro Siluetas estaba compuesto de pequeñas biografías, quiso que yo firmara la que me extendió de sí mismo, redactada por alguien muy cercano a él. Muy mal redactada por alguien cercano a él. Me negué.
Luis Chitarroni me deslumbra: habla como escribe, un reivindicación del estilo y la ironía en el monótono mundo editorial. La nota al flamantísimo editor de La bestia equilátera, acá.
Gracias, Omar.
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