"4. Acreditando en Tancredo
Para dar un ejemplo de cómo trabajo yo con el portuñol, me tomaré la licencia poética de leer un poema, titulado: «Acreditando en Tancredo», que empieza siendo gauchesco y luego se barroquiza, pasando por conatos románticos y terminando en una suerte de escritura de graffitti. A esta mezcla la tornan pertinente razones extratextuales, ya que sabemos que Tancredo reúne todos los estilos. Obviamente, «acreditando» está usado en la acepción portuguesa (creer) y también en la castellana (acreditar en la cuenta). Los sentidos de «tan-credo» se verán mejor a través de la lectura.
ACREDITANDO EN TANCREDO
El que en la cuenta acredita
del candidato amigable
descubre, cuando ya es tarde,
que se le ha ido la guita
y que lo que le debían
ya no lo puede cobrar,
ni siquiera protestar
por tamaña tropelía,
apenas chuparse el dedo
porque todo lo he pasado
Acreditando en Tancredo.
Ya no hay guerra: todo es paz.
El matrero y el falaz
se juntan con el sotreta
para arrancarle al atleta
de la inclinada nación
del sacrificio la teta
—mas después del papelón
sí se jodio no fue al pedo
porque todo le ha pasado
Acreditando en Tancredo.
A la gran conciliación
llaman las huestes torcidas;
no todo es lucro en la vida,
se regocija el patrón
al hacer la usurpación
de rebanarle una oreja
al obrero que se deja
coger, con satisfacción
sin emitir una queja
pueden cogerlo sin miedo
que él mismo se lo ha buscado
Acreditando en Tancredo.
Hay que ser muy respetuoso
si en la calle te patean,
es mejor hacerse el oso
y no entrar en la pelea,
pues puede aquél que te ataca
estar cumpliendo un anhelo
y no es por tomarte el pelo
ni por romperte la caja,
pero ése que te la encaja
está currando una alianza
que le rellena la panza
y le ajusta justo el dedo
la joya que has empeñado
Acreditando en Tancredo.
¡Vos misma lo quisiste! Te lo dije.
Agitaban las borlas el rudo carmesí
y como a vos se te rajaba un dije
lo mejor que podías hacer era darle pronto el sí.
Los obreros de la molinera
se arremolinan en el ruedo
de la molienda que les orea
el pelo entrecasto de canes.
Por más que chongos los afanes,
son irremisiblemente viejas
y van arqueándose en los toboganes
a que su decadencia las condena:
han preferido dejar de pensar
y entregárselo todo al que se muestra
orondo el labio, irregular la testa
aunque excepcional en la molienda
de los trastos aunados en el camarín,
lujo de rajes o de robes, hurtas
de la cachila transpapelar el regodeo de una espina,
chorreante o huera, que te pincha
en el punto del ojo
donde veías pasar a los billetes uncidos a las pistolas y a los dijes.
Tú misma lo dijiste, estaba escrito
que hurtaría nuestros alambres con la habilidad de un abanico,
portugués, inflado acaso de un aire de escorial, madrileño.
Votan votan los muertos
y nadie les pisa el ruedo
pues los han resucitado
Acreditando en Tancredo.
Fantasmas, paraísos escolares, muermas sillas de paja:
en el batracio de una idea, turbo camandular, filos de laja,
empuñas el alabastro raído de un indeciso cetro,
te meneas como si la tuvieras entre las piernas
pero la tienes en la cabeza, fija, como una calesita de «La Unión»,
Union Bar, entre tangos marrones de dulce de leche ácido como el esperma de un guerrero, remoto y falaz, de una carroña
de barquillos donde el barquero se extravía y nunca más
emerge atravesado en sus anzuelos carcomidos de losa.
Que le pesa, en la cabeza del conciliador, en el temblor
de sus infantiles manecillas, bizco
el cucú invoca al cuco de la bolsa, al general
en el esqueleto de batón.
La pifia, si era nevada,
entonces se la achacaban al meloso
atardecer, a la farota cristalina
que se pasaba en cuencas, estanques de verdura
donde toda la fuerza se perdía
y apenas servía aparecer airosa en el borde del mangle,
pues la cara se le refucilaba de caireles disimulando las heridas
perlas, en el fulgor del sufrimiento, ficto,
y no nos hemos perdido en el enredo
porque ya lo empezamos complicado
Acreditando en Tancredo.
Como una calesita, como un furcio
que al guiño de sus liendres espejea,
en la delicadeza de su verga
hasta hacerse finilla como un hilo
que nos drapea, una telaraña
de pagadas:
La Deuda
Es Infinita!
Y el pecado
corróenos con la devoción de una maraña
y aunque nos maquillemos las pestañas
no podemos evitar que el ojo
se fije en lo que vio,
fue prometido pero violo
fugaz fugar la perla del arca
y no podía omitirse esa verdad:
la fuga
en una calesita de morrongos, maullescos
que descartaban el aullido, discerniendo
la preparación de una armadilla
que recoja al trottoir y lo haga liana,
lila, mortaja lila tras el otoño amarillar.
Pero te tiene que importar un bledo
porque el saldo del sueldo se ha invertido
Acreditando en Tancredo.
Lucro feroz del lobo relegado,
el relampagueo de las lenguas
de los hambrientos fervorosos ase
la pira del miserable en la heladera,
fría, del minero.
La Plata
Se La Han Llevado Entera!
Sólo nos queda en la heladera
el sonido de un dulce de lata,
relampagueo imaginario que
engloba nuestra gula, grumo grupal:
el trote
de las calesas dilapidando
el chorrido de las cascadas que estaban al (...)
y al enano sofocando las estaciones
bajo una manta de azulejos,
es por eso que están tan quedo,
es el estado que has logrado
Acreditando en Tancredo.
Baja los ojos la mujer celosa,
el caballero amable la asesina
con una escarapela en los pezones
después de reventarla a coscorrones
para que se habituase a lo que viene,
ni le podia rebanar el pene
pues él mismo se lo había vendido
a un soldado por unas latas,
era un verdugo castro, casto, airoso
cuando se inflaba el bálano de plata
pero era el olor a pata
lo que le descubría el estofado:
porque si se lo habían amputado
no podía lucirlo ahora como una faja,
más que una estopa, mera caja
de coscorrones ilegales, que habían acabado
por gustarnos.
Y si a las listras del fervor no cedo
es por contar lo que ganamos
Acreditando en Tancredo.
S.Paulo, 6/11/84"
Fuente: Perlongher, Néstor ([1984] 2000): "El portuñol en la poesía" en revista tsé/tsé 7/8, Buenos Aires, otoño de 2000.
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