A esta última deficiencia, ya examinada, los censores suelen agregar otros dos motivos de objeción [frente a la cultura de masas]: efectos corruptores sobre la conducta individual o colectiva y una gravitación perjudicial en la "cultura elevada". Por supuesto, los mecanismos de la "cultura de masas" ejercen un poderoso influjo y estimulan la imitación de ciertos modos de comportamiento; a causa de ello, es lícito considerar muy nocivo todo impulso que esta producción estimule hacia la inconducta o la delincuencia; sin embargo, todavía no se ha establecido convenientemente el alcance que estos vehículos difusores pueden tener en el deterioro de las costumbres; inclusive, una opinión bastante aceptada se inclina a considerar poco verosímil que un adulto normal trate de emular una acción reñida con las pautas establecidas por el consenso social; en tal caso, parecería razonable conjeturar que la abundante producción impresa que gira alrededor del sexo y de la violencia cumple una suerte de función liberadora, destinada a permitir la descarga imaginaria de aquellas necesidades psíquicas que se tornan urgentes en una existencia urbana y sedentaria, pero que no es posible expresar de manera legítima en la acción; por consiguiente, las consecuencias serían más bien reguladoras que perturbadoras y obrarían a semejanza de lo que sucede con los cuentos de hadas, donde a menudo los psicoanalistas han creído descubrir manifestaciones primarias de sadismo que algunos educadores consideran perjudiciales para el auditorio infantil, pero que tal vez ofrecen una conveniente vía supletoria de escape para disposiciones naturalmente crueles, de modo que estos relatos cumplirían la finalidad útil de adiestrar al niño en la eliminación, por medio de la fantasía, de lo que acaso pudiera de otra forma canalizarse en actos reales; es admisible suponer que se den casos como el del "penado alto" en Wild Palms (Palmeras salvajes), que ingresó en la delincuencia instigado por el ejemplo de los bandidos de una novela, pero no parece justo generalizar esta hipótesis. (Más positivamente peligroso es el hecho que se puso en evidencia en una reciente causa criminal abordada por la justicia inglesa, cuando se comprobó que un testigo había sido prácticamente sobornado por un periódico sensacionalista para obtener la condena de los acusados, con el objeto de aprovechar el estruendo del asunto). Sea como fuere, Edgar Morin, con una amplia versación en "cultura de masas", ha señalado que, a su juicio, las dos series contradictorias de opiniones son igualmente ciertas: la violencia como puro espectáculo estimula y apacigua a la vez; "estimula en parte la imitación de los adolescentes, en quienes la proyección e identificación no se distribuyen de manera racionalizada como en los adultos"; "pero al mismo tiempo apacigua", también de forma parcial. No obstante, añade el mismo autor, el punto fundamental consiste en que la expresión imaginaria de violencia no es la causa sino el síntoma de un residuo que no ha podido ser desarraigado de la vida civilizada y que pone de manifiesto con tremenda elocuencia una predisposición sanguinaria fácilmente actualizable.
Rest, Jaime (2005 [1967]): "Literatura y cultura de masas" en Arte, literatura y cultura popular, Buenos Aires, Norma, pp. 127-128.
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