Estas son las entradas más significativas del Borges, de Adolfo Bioy Casares, acerca de Santiago Dabove. El año pasado gracias a la editorial Las cuarenta hemos podido volver a disfrutar de los cuentos recopilados en La muerte y su traje. Van los fragmentos recopilados de los diarios de Bioy:
Miércoles, 18 de mayo de 1955. (…) Borges recuerda la letra de la parodia de Entrada prohibida:
Del Abbaye la espiantaron,
y la razón no le dieron,
pero después le dijeron
que era por falta de higiene,
pues la pobrecita tiene
una costumbre asquerosa
de no lavarse la cosa
por no gastar en jabón.
Dice que, al oírla, Santiago Dabove comentó gravemente que la razón no le dieron es un buen psicologismo. “Tal vez el único de la literatura universal, che” —generalizó Macedonio con su voz tan suave—. Borges observa: “Le gustaba generalizar”.
Domingo, 8 de noviembre de 1959. (…) BORGES: “Santiago Dabove era muy del Oeste. Alguien menciona un pueblo: ‘¿Es de la línea del Oeste?’, preguntaba Santiago. Si le contestaban que no, él exclamaba poco menos que con desprecio: ‘Entonces no lo conozco’”.
Jueves, 27 de julio de 1961 (…) Me habla del prólogo que escribió para el libro de Santiago Dabove. Refiere ahí que Dabove contaba anécdotas que le hubiera gustado a Maupassant; por ejemplo, que en la inauguración de una casa mala, en un pueblo suburbano, los muchachos bien estaban de lo más cómodos, como acostumbrados a esos lugares, y en cambio malevos temibles, que solo conocían el amor en zaguanes, se mostraban intimidados. El caviloso César Dabove se molesto de que Borges pensara incluir esa anécdota.
Jueves, 26 de diciembre de 1962. BORGES: “Peyrou no es rencoroso; olvida las ofensas. Un día, hace muchos años, ante un grupo de amigos refirió que se había indignado con alguien y que estuvo a punto de pegarle una trompada. Santiago Dabove le dijo: ‘A ver, muéstreme la mano’. Peyrou la extendió. Dabove la observó y la palpó, y después comentó: ‘Hizo bien de no pegarle. Se hubiera lastimado la mano’. Peyrou recuerda siempre con afecto a Santiago, como a un amigo muy querido. Sin embargo, este cuento —que en su tipo es bastante perfecto— muestra a Dabove como un malevo inmundo”. BIOY: “Sí, puede uno no tomar en cuenta la ofensa; puede uno olvidarla; pero es difícil querer a quien procede así». BORGES: «Indudablemente, el que queda mal en este cuento es Dabove. Queda particularmente mal porque Santiago, aunque de mayor talento, no era como César, un señor. Santiago trabajaba los domingos en el hipódromo, y el resto de la semana estaba borracho, en el catre, o jugando a los naipes en los almacenes de Morón. Quiero decirte que vivía en un mundo en que un episodio así se ve como una ofensa, como una humillación agresiva, no como una broma. Y fijate: obró ante un grupo de amigos; le palpó la mano estimativamente, manoseando un poco; lo felicito; por un instante sus palabras pudieron parecer una felicitación o un consejo amistoso”. BIOY: “Desde luego, la interpretación de estos episodios depende de cómo los haya sentido quien los padeció. Peyrou no dio a este ninguna importancia: habrá pensado que Santiago estaría un poco borracho y tendría la tentación de imitar a los malevos del anecdotario de Morón; entonces para Peyrou el asunto no contó. Si alguien no reacciona ante un insulto, porque no tiene ganas, porque desprecia al insultador, porque está por encima, porque encuentra que la situación es parcial, el insulto carece de importancia; pero si no reacciona por temor, el episodio es grave y dejara en la víctima un imborrable recuerdo de oprobio”.
Sábado, 20 de junio de 1964. (…) Dice Borges que, según Santiago Dabove, la idea de malevos con sentido del honor era falsísima: “Eran una inmundicia. Cualquier medio, para ellos, era bueno. Esperaban al rival en la sombra y a quemarropa le tiraban un balazo o le metían la puñalada. No entendían de juego limpio. Vicente Rossi, sin embargo, sostenía que en los torneos de tango con quebrada y corte que había en las academias, a ningún participante se le ocurría agraviar al juez o ser descortés con los rivales. ‘Y eso que los participantes eran todos compadritos de barrio’. Rossi sostenía que el fútbol había corrompido al pueblo y que aquellos tiempos eran otros”. (…)
Sábado 4 de septiembre de 1966. Considera que el Fausto de Goethe es el ejemplo más perfecto del faux chef-d'oeuvre. “Santiago Dabove dijo que valía más la admiración por De Quincey de un grupo de entendidos que la del vulgo por Goethe. Tenía razón, pero la frase resultaba graciosa, porque su autor estaba entre el vulgo”.
Miércoles 4 de enero de 1967. De Santiago Dabove: “Tenía razón Wilcock: en verdad, parecía un carnicero. Un día dije que Santiago sin duda conocía muchas historias de malevos de Morón; que era raro que no las escribiera. Fernández Latour contestó: ‘No podría. A Santiago le interesan las ideas, no las personas’. En la casa de ustedes de la calle Coronel Díaz, lo encontré a Santiago en el baño. Estaba solo, muerto de risa. Le pregunté qué le pasaba. Me señaló la balanza y me dijo: ‘Es la primera vez que veo una balanza en la letrina’”.
Martes 13 de junio de 1967. Recuerda que Santiago Dabove observaba: “Hay personas estúpidas a quienes les gusta el cinematógrafo por el argumento, las fotografías o el diálogo. El hombre refinado va a ver cuerpos de mujeres. Porque hay que reconocer que las mujeres de las casas públicas no valen nada”. También reputaba Dabove superior el cine norteamericano porque “las actrices son todas lindas, en cambio los franceses ponen famosas actrices de teatro, que son cada loro...”.
Sábado 24 de agosto de 1968. BORGES: “No es como los Dabove, que sin duda creían que Morón era un paraje extraordinario. Una vez le hablé de Adrogué a Santiago. ‘¿Queda en el Oeste?’, me preguntó. ‘No, en el Sur’, le dije, y él declaró sin empaques: ‘Entonces no lo conozco’. Como si dijera: ‘No me interesa, no existe’”.
Miércoles 9 de diciembre de 1970. Cuenta Borges que hablaba un grupo de escritores. Llegan otros: Santiago Dabove les pide silencio, que no interrumpan. Mastronardi insiste: “¿De qué hablan?”. Santiago Dabove contesta: “De colchas”. Macedonio Fernández opina: “Un tema muy masculino”.
Jueves 27 de mayo de 1971. Por la noche llama Borges: “Cicco es un sinvergüenza. Estaba con Cocaro, en la conspiración para hacerme renunciar. Cuando cayó Levingston y renunció la señorita Levillier, renunció a su cargo de investigador en la Biblioteca. Yo por nada hubiera renunciado. No iba a facilitarles las cosas a mis enemigos. Según Santiago Dabove, un hombre no debía amenazar ni dejarse amenazar, porque las dos cosas son ridículas: ‘Uno puede dejarse patear, moler a golpes, pero no dejarse intimidar’. Es claro que si te apuntan con un revólver, podés aflojar, porque vale más seguir viviendo que no ceder a una humillación”.
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