Hace diez años atrás se publicaba el último libro de Josefina Ludmer, Aquí América Latina. De vez en cuando vuelvo a sus páginas a pesar de que en su momento lo sentí caprichoso, arbitrario y errático (y me ofendí un poco porque notaba que Ludmer había tomado muchos conceptos de otros teóricos, que pasaban por ser sus geniales desarrollos teóricos cuando en realidad eran préstamos de esas otras especulaciones ajenas).
Sin embargo, todavía me resuenan algunos fragmentos de este libro. Este en particular es grandioso: un paseo de Ludmer y Héctor Libertella por el centro y el Bajo porteño que es a la vez un paseo por las capas geológicas de la cultura argentina. Lean y disfruten esta máquina del tiempo.
Martes 30 de mayo
Un paseo por Buenos Aires con Héctor Libertella contado por él mismo / In memoriam
Nos encontramos en Filo para almorzar, ¡felicidad! HL me dice:
Mirá, acá mismo, en este restaurante, hace unos meses un amigo español que venía de recorrer mundo me dijo: “¡Coño, en ningún lugar he visto a gente con tanta densidad urbana!”. Me quedé pensando esa expresión curiosa, ¿densidad urbana? ¿Acaso habrá querido decir que hay algo como una prótesis o un fantasma de ciudad encarnado en cada uno de nosotros? No sé, pero si hago un mapa de estos alrededores tengo que pensar que el Bajo es la única zona de la ciudad donde la acumulación de detritus cultural jamás pudo detenerse. Acordate que mientras Nueva York se ponía triste con el crack de la Bolsa hacia 1929, en el mismo momento acá atrás, sin ir más lejos, calle Florida era la vidriera chic de un país muy concreto, pastoso y ganadero. Aquí hicieron su nido los muchachos de Martín Fierro (revista). Todos los días algún happening. Una mañana el barrio se despertaba con las paredes llenas de afiches: Macedonio se postulaba como candidato a presidente (la aventura, claro, duró menos que la duración de una vanguardia promedio). Otro día Oliverio paseaba en suntuoso coche fúnebre a un muñeco con galera, monóculo y capa. Estaba promoviendo Espantapájaros, que solo en un local de Florida agotó ¡cinco mil ejemplares! Y si extendés la mirada desde Retiro a Plaza de Mayo, tenemos que recordar también que a pocas cuadras de aquí, en Reconquista 72, Marcos Sastre fundaba La Librería Argentina allá por 1837, y que esos jóvenes, en ese Salón, con Alberdi y Echeverría a la cabeza, iban a echar nada menos que las Bases y Puntos de Partida Inconscientes para la Constitución de una Literatura; flor de dato.
Salimos de Filo y ahora caminamos por Florida HL dice:
¿Te acordás lo que era esta zona en los 60 y los 70? La llamábamos La Manzana Loca, y no iba más allá de Marcelo T., Alem, Viamonte y Maipú. En esta esquina, ahí arriba, Puzzovio, Squirru y Giménez habían colgado un cartel enorme SOMOS GENIALES, un poco como epígrafe de identificación para todo el barrio. Al lado del Di Tella y sus enormes galpones blancos, la Galería del Este, con cuatro o cinco librerías y atrás, sobre Maipú, el bar Moderno. Lugar “interdisciplinario”, si los hubo: cineastas, los primeros; rockeros de Argentina, los sociólogos y comunicólogos que como al Quijote se les había secado el cerebro de tanto leer todo lo francés —Seuil, Minuit, Gallimard— que se traducía casi en simultáneo. Y a propósito de Francia, acá atrás doblando por Viamonte, la inescrutable librería Galatea, donde para entrar teníamos que ponernos disfraz de eruditos. Más abajo, en la esquina con San Martín, Nueva Visión, con sus libros de arte y semiótica y esas lámparas hipermodernas que anticipaban un mundo por venir (¿habrá llegado alguna vez?). Y junto a Nueva Visión la revista Sur (de allí se veía salir apurados a Victoria Ocampo y Pepe Bianco, raudos para tomar un taxi que podría llevarlos directos a París, quién sabe). Al lado nomás, ¿te acordás?, Filosofía y Letras. Un hormiguero totalmente contrapuesto al olor de paz monástica o funeraria que exhalaba el viejo convento de la vereda de enfrente, Viamonte al 400. La educación laica y la muerte calle de por medio en Buenos Aires (¿siempre habrá sido así?).
Ahora, en la esquina de Maipú y Marcelo T. de Alvear, HL me dice:
Mirá, piso 6; ahí arriba lo veo todavía a Borges. Las veces que le habremos tocado timbre. La puerta de su departamento siempre estaba abierta, como un hospital público. Hasta tenía una o dos banquetas de médico a la entrada y él nos atendía a todos, uno por uno. Pero el verdadero paciente era él, que nos esperaba para inocularnos de a gotas algo del orden de la sabia ejecución literaria (por eso tal vez, desde Drácula y Borges, la literatura siempre ha sido para mí una historia de amor que puede parecer muy larga, pero que es tan breve como el instante de sangre de un colmillo; solo transmisión instantánea por un agujero en el cuello del texto). ¿Y qué se habrá hecho de nuestros lugares de almuerzo y cena? El Tronío, por Dios, sobre Reconquista, donde siempre aparecía Federico Peralta Ramos, lanzando sus discursos herméticos y al vacío, ¡el Dorá, sobre el mismísimo Bajo! Y aquel inmenso galpón en la esquina de Leandro N. Alem y Paraguay, el América. Cuántas noches habremos comido allí, vos, yo, Osvaldo Lamborghini, Tamara Kamenszain, no me acuerdo si también Arturito Carrera y César Aira, cuando programábamos aquella revista Los nietos de Martín Fierro que nunca se hizo porque en aquellos años era imposible una revista de estrellas y además, para qué, si ya estaban los teatros de revistas con sus vedettes y coristas. Y muy cerca, si no me equivoco, El Pulpo, con sus mariscos y su comida española, donde más de una vez ensayamos algún fallido banquete martinfierrista, y al lado nomás la caldera de periodistas y otras intoxicaciones de La Opinión, el diario de Timerman (¿no estaba en esa cuadra también el Buenos Aires Herald?).
Cruzamos a la zona de calle Corrientes. Libertella me dice:
Densidad urbana: me quedé pensando en lo que dijo mi amigo español... Caminar como estamos caminando sería actualizar siempre una calle en la cultura (¿“tener calle”?): como hacerla instantánea, sin pasado posible, ¿no? Y, si querés, hasta un poco prostibular, porque allá en el Bajo estaban los piringundines de 25 de Mayo donde los marineros medraban entre el lupanar y el cafetín de tango, el “Jamaica”, “Scandal”, el “676” de Tucumán, una cosa entre rea y pituca, ¡qué mezcla!, putas, jazzistas y letristas de tango como trazando sobre el pentagrama un paisaje urbano. Mirá, ahora que estoy viendo estas dos o tres librerías Fausto, acá en Talcahuano, y allá enfrente, y allá en la otra esquina, me acuerdo de una historia que me contó alguna vez Bernardo Kordon y que para mí hace literal esta loca relación local entre literatura y prostitución. ¿Sabés qué me dijo él? Que en los años 20 la Zwi Migdal, la magna institución de la trata de blancas, había abierto una cantidad de prostíbulos sobre Corrientes, entre Callao y el Obelisco. Y que cuando el comisario Alsogaray los empezó a perseguir, rápidamente tuvieron que camuflar los prostíbulos como librerías ¡así que las madamas empezaron a vender cultura! Sea cierta o no, me parece que esa anécdota es paradigmática. Hoy veo las librerías de la cadena Fausto y no dejo de ver en ellas el mundo virtual de aquellos prostíbulos, como no puedo dejar de ver el ruidoso Salón Literario de Marcos Sastre en los roaring sixties de La Manzana Loca. Me parece que estamos caminando lugares densos, pero muy cortados y “rayados” por el tiempo. ¿No será el fantasma el que nos da esa densidad urbana? Mi amigo español podía ver en nosotros lo invisible, porque a lo mejor somos la materialización de ese fantasma. ¡Si hasta en un local de videojuegos yo puedo ver todavía una vieja librería! Ese todavía no remite a la nostalgia de un pasado histórico y cultural que se hubiera apagado. O que sobreviviera en nosotros, como si fuéramos sus herederos. No. El tiempo procede, puede ser, de otra manera. Tal vez por cortes, que son tan literales como los cortes de estos versos que ya mismo te recito:
La Historia no llegó
Aún
Hasta hoy
No llegó el Pasado a
Todavía.
Y en nuestra caminata tal vez lo que solo avanza es el instante, como una punta de plumín que va trazando el nuevo mapa. ¿No te parece? Al fin y al cabo, ¿de qué Buenos Aires estuvimos hablando si no de esta?
Nos despedimos en la esquina de Riobamba y Viamonte.
Ludmer, Josefina (2010). Aquí América Latina. Una especulación, Buenos Aires, Eterna Cadencia, pp. 109-113.
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