miércoles, agosto 05, 2020

Un fragmento de arrobachau, de Sara Georgieff

Sara Georgieff es una chispa en la literatura argentina actual. Seguramente ella se sienta más a gusto construyendo día a día su perfil de Instagram con stories pop, mukbangs y encuestas que hacen de sus seguidores una versión automatizada del espejito, espejito. A mí, particularmente, y aunque podría aceptar haberme vuelto una suerte de sarista en IG, me fascina su novelilla arrobachau, publicada por la pequeña editorial amiga Gato Gordo ediciones en 2019.
¿Cómo se puede escribir tan poco y tan bien? ¿Por qué Sara no sigue escribiendo? ¿Es verdad que está empezando un taller de escritura y que volverá a escribir? Si así lo fuera, sus futuros lectores no pueden menos que frotarse las manos. Si siguiera imaginando con la gracia, la liviandad y el acierto poético con que lo hizo en arrobachau, Sara Georgieff, chispa tucumana, tendría asegurado su lugarcito en la vasta Gran Llanura de los Chistes. Su novelilla es sobre el despecho pero también sobre la magia, sobre el sentirse chueca y sobre el amor extinguido con olorcito a chipá.
Lean este fragmento de arrobachau, sigan a Sara Georgieff en Instagram, y rueguen a las hadas de la literatura argentina actual para que esta joven escritora, exiliada del Jardín de la República, y dispuesta a darlo todo por la belleza y por la poesía, se siente frente a la computadora para seguir escribiendo.


arrobachau (fragmento) (Sara Georgieff)

El jueves, 23 de agosto de 2018 6:24:43 pm.

 <fedeg. alvarez@gmail. com> escribió:

Martina:

Tenés una capacidad tremenda para complicarlo todo y hasta parece que lo hacés de gusto. Siento que te divertiste viéndome llorar por las cosas que me hiciste y lo que le hiciste a Lourdes. Incluso sabiendo que es una buena mina, que le caías bien y que nunca tuve nada con ella.

También sé que estuviste con alguien y lo mismo tuviste el descaro de enojarte conmigo y con ella siendo que es mi amiga hace años. O era. No sé si me perdonará haber permitido que hagás lo que le hiciste. Ni siquiera puedo escribirlo.

Ya no sabía cómo explicarte que me tenías harto. Si nunca te gusté me lo deberías haber dicho. Si precisabas que te ayude a verte como lo hermosa que pensaba que eras me lo deberías haber dicho. Era más fácil decirme las cosas en vez de pretender que sea tu psicólogo gratis y bolsa de boxeo viva. Era tan fácil pero ya es tarde para que hablemos, no me rompás las bolas con cosas que ya no me incumben.

Con vos ya no quiero saber nada, te bloqueo de todos lados y sólo te mando este mail para pedirte disculpas por haber tirado a Kiki y Ramón en el inodoro. Espero que los hayas sacado cuando los viste. Quería un poco vengarme de vos y no sabía cómo. No espero que me perdonés pero sí espero que ellos me perdonen.

No te deseo la muerte, pero sí deseo que te vaya mal

 

 

Me puse a escuchar este mail con una aplicación de Loquendo en línea sólo para hacerlo más interesante. La realidad virtual de un deseo de muerte disfrazado de despedida dramática parecía un Federico opuesto al que, cada vez que pude, le pegué. Ese era demasiado débil y complaciente. Se parecía a todo lo que me daba un poco de asco cuando empecé a usar mi sangre para recetas. Me puso un poco orgullosa pensar que lo había roto de esa manera. No sé en qué momento me volví algo con tan poca gracia.

Con Kiki y Ramón de nuevo en la pecera todo parecía ser lo mismo que antes. Pero la virtualidad horrenda, de ese mail era muy parecida a todos los ámbitos reales para mí. Encontrarme tomando el último poco de tequila baratísimo y escuchando a un robot desearme que me vaya mal era bastante parecido a lo que siempre pensé que me merecía pero no me atrevía a verbalizar. Y me enteré de la manera menos conveniente de que tengo mucha facilidad para coser.

Una vez vi una película en la que una señora se suicidaba cosiéndole piedras a un vestido y metiéndose en el mar. Me compré un vestido y tenía planeado comprar un pasaje a Mar del Plata para reciclar esa idea. Más bien para robar esa idea. Ya no tengo plata pero puedo tirarme desde la terraza con el vestido puesto. Caería un segundo antes y haría más ruido. Si estuviera por arrepentirme bastaría con tropezarme con una piedra para que no importe en lo más mínimo haber preferido vivir en el último momento de mi vida. Sería un poco estúpido como el dicho, el de tropezarse con la misma piedra. Algo que tendría bastante que ver con lo que me merezco, pero si lo digo en voz alta a nadie le parece razonable. Si Pizarnik se mató yo también puedo. No tiene mucho sentido como excusa, pero nada tiene mucho sentido. No tengo nada para empastillarme y nadie se muere con ibuevanol. Haría lo siguiente: copiarle la muerte con nada por delante a Alejandra, copiarle la locación elegida a priori a Alfonsina, copiarle el modus operandi a Virginia.

Seguramente la de la película con el vestido y las piedras era Virginia, pero me falla tanto todo que hasta me falla la memoria. Se matarían de nuevo si supieran que alguien como yo trata de compararse con ellas.

Todo lo que pienso se transforma en una ilustración emo de cuando existían los emos. Creo que sería emo hoy en día.

Cuando la última piedra estaba cosida me di cuenta de que en realidad no tengo tanta facilidad para coser. Todo estaba chueco y me pinché varias veces.

Kiki y Ramón estaban vivos de milagro y parecía que nada les interesaba menos.

Cuando me quise levantar tuve una revelación. Todo estaba mal cosido porque me fui emborrachando sentada.

Llamé por teléfono a mi mamá y me atendió de inmediato. Cuando me escuché tragándome los mocos de llanto le corté.

Sentí que Loquendo decía Lourdes con el mismo deseo que Fede. Que Lourdes nunca fue una persona bajo mi punto de vista, fue un concepto y un sentimiento. Una mina de la cual nadie podía no enamorarse o mínimamente desear. Objetivamente era una chica real, amiga de mi novio y subjetivamente, mi fuente única de inseguridad y celos.

(…)

Georgieff, Sara. arrobachau, San Miguel de Tucumán, Gato Gordo ediciones, pp. 05-14.

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