domingo, noviembre 20, 2005

Tres mataderos

Matadero (Georges Bataille)

El matadero depende de la religión en el sentido de que los templos en épocas remotas (sin mencionar a los hindúes en nues­tros días), tenían una doble función: servían al mismo tiempo para las plegarias y las matanzas. De donde resultó sin duda alguna (lo podemos juzgar por el aspecto caótico de los mataderos actuales) una perturbadora coincidencia entre los misterios mitológicos y la grandeza lúgubre característica de los lugares donde corre la sangre. Es curioso ver que en Norteamérica se expresa una queja aguda cuando W. B. Seabrook1 constata que la vida orgiástica ha subsis­tido, pero que ya no se añade a los cócteles la sangre de los sacrifi­cios, y considera insípidas las costumbres actuales. No obstante, en el presente el matadero es maldito y puesto en cuarentena como un barco infectado de cólera. Pero las víctimas de esa maldición no son los matarifes o los animales, sino esa misma buena gente que ha llegado a no poder soportar más que su propia fealdad, una fealdad que responde en efecto a una enfermiza necesidad de lim­pieza, de pequeñez biliosa y de tedio: la maldición (que sólo aterro­riza a quienes la profieren) los obliga a vegetar tan lejos como sea posible de los mataderos, a exilarse por corrección en un mundo amorfo donde ya no existe nada horrible y donde, sufriendo la indeleble obsesión de la ignominia, se ven reducidos a comer queso.

1 La isla mágica, Firmin-Didot, 1929.

Bataille, Georges, La conjuración sagrada: ensayos 1929-1939, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2004.


El matadero (Esteban Echeverría)

"Cuarenta y nueve reses estaban tendidas sobre sus cueros y cerca de doscientas personas hollaban aquel suelo de lodo, regado con la sangre de sus arterias. En torno de cada res resaltaba un grupo de figuras humanas de tez y raza distinta. La figura más prominente de cada grupo era el carnicero, con el cuchillo en mano, brazo y pecho desnudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá, y rostro embadurnado de sangre." (pág. 159)

"Hacia otra parte, entretanto, dos africanas llevaban arrastrando las entrañas de un animal; allá, una mulata se alejaba con un ovillo de tripas y, resbalando de repente sobre un charco de sangre, caía a plomo, cubriendo con su cuerpo la codiciada presa. Acullá se veían acurrucadas en hilera cuatrocientas negras destejiendo sobre las faldas el ovillo y arrancando, uno a uno, los sebitos que el avaro cuchillo del carnicero había dejado en al tripa como rezagados, al paso que otras vaciaban panzas y vejigas y las henchían de aire de sus pulmones, para depositar en ellas, luego de secas, la achura." (pág. 161)

Echeverría, Esteban, La cautiva y El matadero, Buenos Aires, Emecé, 1999.


Kid Stardust en el matadero (Charles Bukowski)

"había estado allí dos o tres años antes, había pasado por todo el papeleo, revisión médica y demás, y me habían llevado escaleras abajo, cuatro plantas, y cada vez hacía más frío y los suelos estaban cubiertos de un lustre de sangre, suelos verdes, paredes verdes. me habían explicado mi trabajo, que era apretar un botón y luego por un agujero de la pared salía un ruido como un estruendo de defensas o elefantes desplomándose, y llegaba la cosa... algo muerto, mucho, sangriento, y el tipo me dijo, lo tomas y lo echas al camión y luego aprietas el timbre y ya llega otro, y después se largó." (pág. 15)

"luego llegaron corriendo algunos musulmanes negros con carretillas pintadas de un blanco grumoso y sórdido, un blanco que parecía mezclado con mierda de pollo, y cada carretilla estaba cargada de jamones que flotaban en sangre acuosa y fina. no, no flotaban en sangre, se asentaban en ella, como plomo, como balas de cañón, como muerte." (pág. 17)

"acaban de asesinarla, pensé, han asesinado a ese madlito bicho. ¿cómo pueden distinguir un hombre de una ternera? ¿cómo saben que yo no soy una ternera?" (pág. 18)

Bukowski, Charles, Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, Barcelona, Anagrama, 1992.

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