Continuando con mis traducciones perfectibles, va este breve artículo de nuestro querido Giorgio para el volumen colectivo Democracy at what state? (Columbia University Press, 2011), en el que también participaron Badiou, Rancière, Zizek, entre otros. En fin, disculpen las incoherencias ocasionadas, que lo disfruten y si ven algo que pueda modificarse para mejor, me lo hacen saber.
Nota introductoria sobre el concepto de democracia (Giorgio Agamben)
El término democracia suena desentonado siempre que surge en los debates de estos días debido a una ambigüedad preliminar que condena a cualquiera que lo use a una comunicación malograda. ¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia? ¿Cuál es su fundamento subyacente? Un observador alerta enseguida se dará cuenta de que, cada vez que escucha la palabra, podría significar una de dos cosas diferentes: una forma de constituir el cuerpo político (en cuyo caso estamos hablando sobre legislación pública) o una técnica de gobierno (en cuyo caso nuestro horizonte es el de la práctica administrativa). Para decirlo de otro modo, democracia designa ambos significados, la forma mediante la que el poder es legitimado y el modo en el que se lo ejerce. Desde que es perfectamente claro para todos que el segundo significado prevalece en el discurso político contemporáneo, que la palabra democracia es utilizada en la mayoría de los casos para referir a una técnica de gobierno (algo no, en sí mismo, particularmente tranquilizador), es fácil ver por qué aquellos que continúan, de buena fe, usándola con el primer sentido deben estar experimentando cierto malestar. Estas dos áreas conceptuales (la jurídico-política y la económica-gerencial) se han superpuesto una con otra desde el nacimiento de la política, el pensamiento político y la democracia en la polis o ciudad-estado griega, lo que las hace difíciles de separar. Un ejemplo mostrará a lo que me refiero. El término básico politeia puede no ser familiar a los lectores sin conocimiento del griego, pero lo han visto traducido como La República, el título del diálogo más famoso de Platón. “República”, sin embargo, no agota el rango de significados. Cuando la palabra politeia aparece en los escritores clásicos, suele ir seguida de una discusión en torno de tres formas diferentes de politeia: monarquía, oligarquía, democracia, o seis si se cuentan las tres correspondientes parekbaseis, o formas desviadas. Pero los traductores a veces traducen politeia como “constitución”, a veces como “gobierno”. En La Constitución de Atenas (capítulo 27), Aristóteles caracteriza la “demagogia” de Pericles de este modo: “demotikoteran synebe genesthai ten politeian,” y la traducción inglesa estándar dice “the constitution became still more democratic” [la constitución se volvió aún más democrática]. Aristóteles continúa señalando que “apasan ten politeian mallon agein eis hatous,” que el mismo traductor traduce como “brought all the government more into their hands” [reunió más todo el gobierno en sus manos]. Para hacer su traducción coherente, debió haber escrito “brought all the constitution more into their hands” [reunió más toda la constitución en sus manos], pero eso hubiera obviamente creado una dificultad.
Cuando el mismo concepto político fundamental puede ser traducido para significar tanto “constitución” como “gobierno”, entonces nos hemos aventurado más allá de la ambigüedad para internarnos en el terreno sin características de la anfibología (un término de la gramática y la retórica que significa indeterminación de significado). Detengamos nuestra perspectiva en los dos siguientes pasajes de dos clásicos del pensamiento político occidental, la Política de Aristóteles y El contrato social de Rousseau, en los que la falta de claridad se manifiesta con particular énfasis. En la Política, Aristóteles sostiene su intención de indicar y analizar las diferentes “constituciones” o “formas de constitución” (politeiai): “Desde que politeia y politeuma significan la misma cosa, y desde que politeuma es el poder supremo (kyrion) en una ciudad, es necesario colegir que el poder supremo reside ya sea en un individuo, como en unos cuantos, o en la mayoría.” (Política 1279a 25 ff.). Las traducciones actuales dicen más o menos así: “Since constitution and government signify the same thing, and since government is the supreme power in the state…” [Desde que constitución y gobierno significan la misma cosa, y desde que gobierno es el poder supremo en el Estado…]. Una traducción más fiel podría retener la cercanía de los términos politeia (la actividad política) y politeuma (la salida política resultante), pero, aparte de eso, es claro que el problema esencial con el pasaje reside en el intento de Aristóteles de deshacerse de la anfibología usando el término kyrion. Con un poco de esfuerzo, el fragmento puede ser parafraseado en términos modernos como sigue: el poder constituyente (politeia) y el poder constituido (politeuma) se vinculan entre sí en el poder soberano (kyrion), que aparenta ser aquello que mantiene unidos los dos lados de la política. Pero ¿por qué la política está escindida por esta fisura, a la que la palabra kyrion tanto dramatiza como resuelve?
En cuanto a El contrato social, Michel Foucault dio un curso en 1977-1978 en el Collège de France [N. del T.: Seguridad, territorio, población] mostrando que el objetivo de Rousseau era precisamente reconciliar términos jurídicos y constitucionales como contrato, voluntad popular, y soberanía con un arte de gobierno. Para nuestro propósito, lo importante es la distinción –básica para el pensamiento político de Rousseau- entre soberanía y gobierno y sus modos de interacción. En el artículo sobre “Economía política” que los editores de la Encyclopédie le encomendaron, Rousseau escribió: “Les ruego a mis lectores que distingan claramente entre el asunto de este artículo, que es la economía pública, o lo que yo llamo gobierno, y la autoridad suprema, o lo que yo llamo soberanía. La distinción reside en esto: la soberanía tiene el derecho de legislar (le droit legislatif)… mientras que el gobierno tiene puramente poder ejecutivo.”
En El contrato social la distinción entre voluntad general y capacidad legislativa, por un lado, y gobierno y poder ejecutivo, por otro, es restablecida, pero Rousseau ahora enfrenta el desafío de exponer estos dos elementos como distinguibles –y sin embargo articulados, soldados, entretejidos. Estos es lo que lo compele, en el mismo momento en que propone la distinción, a negar convincentemente que podría existir alguna división dentro del soberano. Como con Aristóteles, soberanía, que es kyrion o suprema, es al mismo tiempo uno de los términos que son distinguidos, y el vínculo indisoluble entre constitución y gobierno.
Actualmente contemplamos la insoportable preponderancia del gobierno y la economía por sobre lo que uno podría llamar soberanía popular –una expresión, hoy, vaciada de todo significado. Las democracias occidentales están tal vez pagando el precio por una herencia filosófica que no se han molestado en mirar de cerca en un largo tiempo. Pensar el gobierno como un simple poder ejecutivo es un error y uno de los más consecuentes errores que se han cometido en la historia de la política occidental. Esto explica por qué el pensamiento político moderno se pierde en abstracciones vacías como la ley, la voluntad general, y la soberanía popular mientras falla por completo al dirigir la pregunta central sobre el gobierno y su articulación, como Rousseau diría, hacia la soberanía o el lugar de la soberanía. En un libro reciente [N. del T.: El reino y la gloria], intenté mostrar que el misterio central de la política no es la soberanía sino el gobierno; no es Dios sino sus ángeles; no es el rey sino su ministro; no es la ley sino la policía –o mejor, la máquina doble gubernamental armada y en funcionamiento.
Nuestro sistema político occidental resulta de una vinculación entre dos elementos heterogéneos, una racionalidad político-jurídica y una racionalidad económico-gubernamental, una “forma de constitución” y una “forma de gobierno”. Pueden ser incomensurables pero se legitiman y se confieren consistencia mutua, una a la otra. ¿Por qué la politeia queda atrapada en esta ambigüedad? ¿Qué es eso que da al soberano, el kyrion, el poder de asegurar y garantizar la legitimidad de esta unión? ¿Y si esto fuera sólo una ficción, una pantalla desplegada para ocultar el hecho de que hay un vacío en el centro, que no hay articulación posible entre estos dos elementos, estas dos racionalidades? ¿Y si la tarea por venir fuera desarticularlas y obligarlas a abrirse a este “ingobernable” que es simultáneamente la fuente y el punto de disolución de cualquier y todas las políticas?
Hasta tanto el pensamiento se rehúse a aferrar este intrincado problema y su anfibología, cualquier debate en torno de la democracia, ya sea como una forma de constitución o como una técnica de gobierno, está destinado a volverse un mero parloteo.
Fuente: AA. VV. (2011): Democracy at what state?, New York, Columbia University Press, pp. 1-5.
Excelente traducción. Felicidades, Carlos.
ResponderBorrarGracias, es sólo una traducción amateur con todas las buenas intenciones.
ResponderBorrarhttp://www.prometeolibros.com.ar/MainSite/Libro/democracia-en-que-estado//IdLibro416144
ResponderBorrarGracias por el dato, anónimo!
ResponderBorrarSaludos,
ResponderBorrarde nada, Matías. Había comentado con mi nombre (Alberto Sánchez)la otra traducción que hiciste de Agamben. Las gracias debo dártelas yo a ti porque la entrada me puso al tanto de la existencia del libro, que me ha servido mucho.
¿Tienes idea de cuándo saldrá la cuarta y última parte de 'Homo sacer'?
Saludos desde Colombia,
Alberto.
Bueno, Alberto, me alegro de que te sirve mi humilde colaboración a la causa agambeniana. Mirá, yo soy otro de los que espera esa cuarta parte pero no sé decirte cuándo llegará. Lo que sé es que este año se publican en Italia las conferencias sobre monaquismo que dio en Francia. Si querés, escribime al mail del blog y seguimos charlando. Saludos!
ResponderBorrarYa te he escrito, Matías.
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