Para que fuera feliz, había que darle malas noticias: esas noticias eran tónicos para su cuerpo, deleites para su espíritu.
–Celestina, hoy, mientras daba a luz, murió de un ataque al corazón la señora Celina Romero, aquella mujer simpática y bondadosa, a quien convidó usted con carbonada y niños envueltos. Nadie se ocupará del hijo, que tiene dos cabezas y una sola oreja.
–¿Y en todo lo demás el niño es normal?
–No. Tiene el talón del pie colocado adelante, los dedos en el talón, además de las pestañas dentro de los párpados. Hablan de hacerle una operación.
–¡Qué pavada operar a un recién nacido!
Celestina se incorporaba en la silla, como en el agua una flor marchita, y revivía.
–Celestina, hay terremotos en Chile; maremotos también. Ciudades enteras han desaparecido. Los ríos se transforman en montañas, las montañas en ríos. Se desbordan, se vienen abajo. Predicen el fin del mundo.
Celestina sonreía misteriosamente. Ella que era tan pálida, se sonrojaba un poco.
–¿Cuántos muertos? –preguntaba.
–Todavía no se sabe. Muchos han desaparecido.
–¿Podría mostrarme el diario?
Le mostrábamos el diario, con las fotografías de los desastres. Las guardaba sobre su corazón.
"Celestina" de Silvina Ocampo, sigue
acá.
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