jueves, enero 19, 2012

Cuando calienta el sol: lecturas de verano

1. Santos ruteros: de la Difunta Correa al Gauchito Gil de Gabriela Saidon (Tusquets, 2011)


Hacía tiempo que tenía ganas de leer sobre religiosidad y cultos populares por lo que me inmiscuí  en este libro de Gabriela Saidon, Santos ruteros. La crónica está dedicada específicamente a la Difunta y al Gauchito pero en sus líneas también desfilan San La Muerte, la Degolladita y otros personajes del santoral popular que no cansan de ser invocados y, a veces, de cumplir promesas. La apuesta es específicamente dar cuenta de qué generan la Difunta y el Gauchito en sus fieles, en sus simpatizantes y en nuestra cultura (cómo se los sigue, qué se les pide, por qué se les pide, cómo son sus santuarios, quiénes los cuidan, dónde se inicia cada culto, cómo es la "verdadera" historia de cada santo, qué relación tiene el cristianismo con esos cultos, etc.) y anotar las posibles de causas por las que la madre sanjuanina se esté viendo desplazada por el matrero correntino. Para ello, Saidon teje un relato brillante a bordo de su motorhome en el que mezcla obras de artistas plásticos y experiencias de promesantes, historias contradictorias sobre los santos populares y aguafuertes de los santuarios, análisis de los cultos y descripciones pasionales y pormenorizadas de cómo funciona una fiesta patronal como la del 8 de enero en Mercedes. Santos ruteros te come, dan ganas de dejarle un pucho al Gauchito, una botella a la Difunta y seguir investigando sobre las puntas que saca a la luz, como para intentar comprender por qué en Argentina prenden tanto estos cultos populares y qué tipo de circulación tienen en nuestra sociedad.

2. El rey de los Alisos de Michel Tournier (Sudamericana, 1979 [1970])


Con mi amigo Esteban cambiamos libros como si cambiáramos figuritas, esta vez me tocó un Tournier por un Cozarinsky. La novela se llama El Rey de los Alisos y es un texto extraño, apabullante y totalmente inscripto en el régimen de la paranoia, tan cara al siglo XX. Abel Tiffauges es un francés obsesionado con los niños, con los signos de la realidad, que él cree poder leer, y con su destino de grandeza. A lo largo de la novela, recordará sus días de escuela y a su enigmático compañero, Néstor; será acusado de pedófilo; entrenará palomas para el ejército francés que resiste la invasión alemana en la Segunda Guerra; será tomado como prisionero de guerra y conocerá a Goering y su afición por las cornamentas; y, finalmente, en Kaltenborn, se ocupará de un castillo habitado por 400 niños, seleccionados por su pureza y entrenados como futura élite guerrera nazi, castillo donde se convertirá en ogro y señor. La novela es larga, plagada de teorías paranoicas (la foria; la inversión maligna; el reno y el caballo; la emblemática) y la visión de Abel que busca signos en todo lo que lo rodea, termina impregnándose en el estilo mismo de la narración que se plaga de posibles signos, haciendo que el lector mismo comience a buscar sentido detrás de esos animales, esas banderas, esas palabras. Por lo demás, hay escenas perturbadoras (rescato una: Tiffauges manda a pelar a todos los niños de Kantelborn y, luego, arma almohadas para dormir sobre los cabellos de sus retoños) y remisiones laterales al principio, desarrollo y final de la Segunda Guerra (con campos de concentración e invasión rusa incluidos). El rey de los Alisos es una de esas novelas que habría que trabajar detenidamente para desbrozas el paradigma de la paranoia y pispear qué hacemos los hombres cuando el sentido se nos ha perdido.

2 comentarios:

  1. El rey de los Alisos es una de esas novelas que habría que trabajar detenidamente para desbrozas el paradigma de la paranoia y pispear qué hacemos los hombres cuando el sentido se nos ha perdido.

    ok. tomo nota.

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  2. Je, era una indirecta... Cuando lo leía, me acordé de tu proyecto. Abrazo!

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