16 de enero de 1938. [...] Néstor comía rápida, seria, laboriosamente, interrumpiéndose sólo para enjugar el sudor que le manaba de la frente y le caía sobre los anteojos. Tenía algo de Sileno, con sus mofletes, su vientre redondeado, sus anchas caderas. La trilogía ingestión-digestión-defecación marcaba el ritmo de su vida, y las tres operaciones se rodeaban del respeto general. Pero ésta era sólo la faz manifiesta de Néstor. Su faz oculta, que fui el único en sospechar, eran los signos, la interpretación de los signos. Ese era el gran norte de su vida, junto con el despotismo absoluto con que abrumaba a todo San Cristóbal.Los signos, la interpretación de los signos... ¿De qué signos se trataba? ¿Qué revelaba su interpretación? Si pudiera contestar esta pregunta, toda mi vida habría cambiado, y no sólo mi vida sino también —me atrevo a escribirlo en la certeza de que nadie leerá nunca estas líneas— hasta el mismo curso de la historia. Por cierto Néstor sólo había dado algunos pasos en ese sentido, pero mi única ambición es precisamente seguir sus huellas y llegar tal vez algo más allá de donde él llegara, gracias al mayor tiempo que se me concede y también a la inspiración que emana de su sombra. (pp. 33-34)
[...]
28 de marzo de 1938. Esta mañana, extraño sobresalto con la sensación de que es hora de levantarme. Mi despertador marca las dos menos cuarto, pero está parado. Me levanto en busca de mi reloj pulsera que está sobre la mesa. También está parado, y las agujas marcan las dos y diez. Tuve pues que discar en el teléfono la hora para saber que eran las siete.En la calle niebla intensa. He dejado junto a la acera mi viejo Hotchkiss para poder correr a Meaux, a ver un cliente, antes de abrir el taller. Cuando acciono el arranque, no pasa nada: la batería no funciona, descargada sin duda por la niebla. Ahora bien, el reloj del tablero, alimentado por la batería, también se ha parado y marca las dos y quince.Estas coincidencias en cadena me impresionarían si no estuviese acostumbrado al fenómeno. Pero mi vida está llena de coincidencias inexplicables que yo interpreto como otros tantos llamados de atención. No es nada; es el destino que me vigila y trata de que no olvide su presencia invisible pero inevitable.El verano pasado, yo dormía con la ventana abierta de par en par. Al despertarme, conecto la radio para acunar con música los primeros minutos de la jornada. Y la música surge, en efecto, chispeante, vivaz, fresca, endiablada. Luego me distrae un gran jaleo en el techo, sobre mi cabeza. Algunos pájaros, de tamaño sin duda respetable, se pelean e insultan con pasión. El ruido aumenta y adivino a los adversarios entrelazados, resbalando sobre la chapa inclinada. Finalmente, un paquete de plumas erizadas rebota en el marco de la ventana y cae dentro de mi pieza. Dos urracas asustadas se separan con un impulso común y retoman, por la ventana, el camino de la libertad. En ese momento se apagan los últimos acordes de la música y la locutora anuncia: "Acaban de escuchar la obertura de La urraca ladrona de Rossini". Sonreí bajo las sábanas. Murmuré: "¡Buenos días, Néstor!".A veces también es una respuesta —generalmente irónica— a un pedido indiscreto que se me escapa. Porque, en fin, rodeado como estoy de signos y de relámpagos, bien podría, sin duda, me parece, pretender tener suerte.Hace seis meses, teniendo algunos vencimientos difíciles de levantar, compré un billete entero de la Lotería Nacional pronunciando esta corta plegaria: "Néstor, ¿aunque sea una vez?". ¡Ah, no puedo decir que no me haya escuchado! Hasta diría que me respondió, con un palmo de narices. Mi número era el B 953.716. El número que procuró un millón a su propietario fue el B 617.359. Mi número al revés. ¡Era para enseñarme a no querer sacar un trivial provecho de mi privilegiada relación con lo que hace mover el universo! Me enfadé; luego reí. (pp. 86-88)
Tournier, Michel (1979[1970]): El rey de los Alisos, Buenos Aires, Sudamericana.
pájaros que se insultan.
ResponderBorrarsin duda la urraca en cuestión ha de ser pariente de los pájaros parlantes que atormenaban la estadía del senatpresident en leipzig y sobretodo en lindenhof.
por otro lado, el primer extracto que pusiste me hizo pensar -no estoy seguro de por qué- en el Informe sobre ciegos.
hablando de paranoicos notables ¡no estaría mal una lectura de sábato que valga la pena compartir!
Sin duda, la paranoia tiene sus códigos, sus formas! Y sí, habría que volver a Sobre héroes y tumbas en busca del régimen paranoico que la caracteriza... Lo anoto. Abrazo!
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