Tal como declara el propio Kramer, los cinco cantos de Gilgamesh (o Bilgames, en su forma inicial) no fueron ni los unicos ni los primeros poemas sumerios, pero tienen el raro mérito de, tras haber sido puestos en circulación como entretenimientos cortesanos hace unos cuatro mil años en la ciudad de Ur, al cabo haber sido refundidos y "plagiados" por toda la posteridad vecina, tanto autóctona (babilónica) como extranjera, hasta alcanzar la magnitud de una obra maestra y referente por antonomasia en su género. De hecho, el idioma de Sumer se fue extinguiendo gradualmente, sobre todo a favor del acadio, pero la versión unificada en forma de epopeya fue celosamente aprendida y copiada a otras lenguas, totalmente ajenas (por ser de raíz semítica), y por otras culturas, que quizás hasta odiaban ancestralmente a los sumerios. El detalle de que se trate de una obra literaria que superó a su pueblo y su lengua no es menor (por lo demás, el prestigio de la cultura sumeria era tal que muchos otros testimonios se conservaron). Pues justamente que se la haya copiada es lo que resulta notable: por primera vez en la historia humana, que sepamos, se le atribuyó a un producto de la mano del hombre el distingo de su duplicación; y es en este gesto, en su re-producción más que en su producción original, que parece anunciarse el surgimiento de una nueva conciencia, en la que la veneración y el afán de conservación desbordan por mucho a lo puramente utilitario y práctico. Nunca sabremos ni cuál fue la primera creación hecha con intenciones artísticas ni gozada con intenciones estéticas, pero aquí tenemos una gran candidata a ser la primera obra de arte reproducida en toda la historia humana, y es un mérito en el que es preciso detenerse por su significado, aun contra toda la posterior exaltación que se ha hecho de la originalidad (tan importante en literatura, de hecho, que el género literario moderno por antonomasia dio en llamarse precisamente novela). Vista así, la "epopeya del miedo a la muerte" -como bellamente la definiera Rilke- sería la primera obra humana íntegramente reconocida como tal, como una entidad digna de inmortalidad (precisamente lo que tanto ansiaba su héroe epónimo).
Burello, Marcelo G. (2013). Gilgamesh o del origen del arte, Buenos Aires, hecho atómico ediciones, pp. 62-63.
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