jueves, junio 30, 2016

El increíble señor Galgo, de Diego Vargas Gaete (dos capítulos)

Este sábado 02 de julio la novísima editorial Marciana (facebook, twitter) presenta sus dos primeros títulos El increíble Señor Galgo, de Diego Vargas Gaete; y La máquina de rezar, de Bob Chow. Para más info, va el flyer al final del post.
A continuación, dos capítulos de El increíble señor Galgo, del escritor chileno Diego Vargas Gaete, quien ya la rompió toda el año pasado con su novela La extinción de los coleópteros (Momofuku, 2015). Se agradece al dedicado editor de Marciana, Denis Fernández, y larga vida al pequeño pero pujante proyecto!


BORRADOR DE PARCHE ANTES DE LA HERIDA,
ÚNICA NOVELA DE ANTONIO GALGO
Editorial Cuesco Azul, noviembre 2013. Colección privada. Extracto.

PARTIDA: En mi infancia tenía la forma de una raya hecha con tiza. Desde ella salían los incipientes atletas. Era el principio de la derrota o el primer trago de la dulce victoria. VICTORIA: Pueblo ubicado a sesenta kilómetros de Temuco. Allí quedaba el segundo campo que tuvo mi padre. Estaba plantado de pinos. El bosque se quemó durante un verano. La riqueza familiar se hizo humo en pocas horas. HORA: Espacio de tiempo creado para justificar la inercia del hombre. Durante mi adolescencia tuve un amigo que solía preguntar la hora de la siguiente manera: «por si acaso, ¿me podría decir la hora?» No sé por qué pero me daba vergüenza ajena. AJENA: Ese mismo amigo, que sin pedírselo se ofreció a ayudarme con la construcción de una banca para levantar pesas, de un día para otro me dejó solo con la faena porque el artilugio sería mío y por tanto la tarea se le hacía ajena a sus intereses. INTERÉS: No tengo interés en hablar mal de los bancos e instituciones financieras. No se lo merecen. Mejor mato a mis propios piojos. PIOJO: Bicharraco comúnmente asociado con falta de higiene y pobreza, pero Frau Müller, nuestra profesora jefe en el colegio Germano de Temuco, solía descubrirlos en las rubias cabelleras de sus alumnos. ALUMNO: Siempre hay alguien dispuesto a enseñarme con firmeza. Lo malo es que nunca he podido revertir tal situación y jamás he podido enseñarle a nadie, ni siquiera a guardar silencio. SILENCIO: El silencio me sale innato. Podría competir por Chile. Lograría un puesto destacado. DESTACAR: Desde hace un tiempo en mi familia se resignaron a que yo sea el número de la ruleta donde no se ponen las fichas. Algún día daré una sorpresa. Mientras tanto he sido destacado en siete concursos literarios de poca monta. Al escribir, mi temor al ridículo sigue intacto. INTACTO: Como mis apuntes de la Escuela de Derecho que jamás volverán a ser leídos. LEER: Tragar y tragar palabras que pronto escaparán de mi cerebro como balas. BALA: A los quince años quise ir a los Juegos Olímpicos. El deporte escogido fue el atletismo, en específico el lanzamiento de la bala. Un adoquín de gran peso y el patio de mi casa se transformaron en los implementos básicos de mis entrenamientos. Pasada una semana el jardín estuvo lleno de hoyos. Pasada otra semana mi padre me dijo que todo era un esfuerzo inútil y yo le hice caso. HÁGANME CASO: No soy dado a dar consejos, pero si me ponen una pistola en la frente diría que avanzar en línea recta es el camino más corto para extraviarse. Lo digo por experiencia propia. Es preferible dar vueltas en redondo, o incluso caminar a tientas, sobre una mancha de hielo. HIELO: La ley del hielo sigue vigente. Guardar silencio frente a alguien que nos desagrada constituye una sanción necesaria. NECESARIO: Es necesario machacar este teclado a fin de obtener estas palabras de mierda. MIERDA: Hace poco pasó hecho mierda un proyectil cerca de mi cara. Era el público que se manifestaba. No olía a materia fecal. Sí zumbaba como una bala y dibujaba una sola línea. LÍNEA: Ya lo dije, se parecen a las partidas marcadas con tiza. TIZA: Polvo venenoso que tragaron, tragan y tragarán los profesores. Ojalá muchos de mis maestros de colegio hayan engordado con la exquisita tiza. TIZA: Se repite la definición ya dada. DAR: Si yo les doy sueño, a cambio, ustedes dejen de leer.

MENSAJE ENCONTRADO EN UNA BOTELLA EN KOEKOHE BEACH
Nueva Zelanda, junio 2020.
Se atribuye su autoría a Joaquín Fonseca, chileno desaparecido en alta mar en febrero del 2013.

No pido auxilio ni me interesa que me busquen. Tomen este mensaje como un libro de reclamos flotando en el océano, un grito destemplado, qué se yo, al fin y al cabo cada uno interpreta lo que se le antoja. Voy a partir desde el lugar más obvio: mis primeros manotazos por zafar de la situación que nos acogotaba. Al principio usé el aparato de radio. Caminaba kilómetros en busca de una señal mientras Rogelio y Paula se encargaban de recoger leños y buscar comida. Después de una semana logré comunicarme. El problema es que mi interlocutor hablaba en chino o coreano, no lo sé. Quizás nunca me creyó que estábamos perdidos en una isla. Así estuve hasta que la batería se murió y el aparato pasó a ser una especie de matamoscas y/o martillo rompe cocos. Disculpen, es la falta de vitamina B lo que me hace divagar. Hace ya muchos años mi madrina me obligaba a comer verduras, pero yo las escupía en una servilleta apenas ella pajareaba. Quizás, si no le hubiera porfiado, ahora tendría una fortaleza inusual en mis neurotransmisores y no pensaría todo el día en las tetas de Paula o, mejor dicho, en cómo se movían de arriba hacia abajo la última vez que culeamos, antes de embarcarnos en el yate. Sí, dije: culeamos. Así se dice en mi tierra. Con Paula teníamos eso que ciertas revistas llaman química. Si no fuera por el miserable de Rogelio la cosa sería diferente. Rogelio el narrador sensible. Rogelio el amigo delicado. Rogelio el consejero de mujeres. Rogelio, Rogelio, Rogelio, púdrete. Como les iba diciendo, si hay algo bueno de estar en esta isla es que puedo correr desnudo por la arena. Eso lo hago cuando no sopla ni una pizca de viento. Si mi hijo estuviera vivo correríamos entre las palmeras, pero Marcelito tragó demasiada agua y murió a cincuenta metros de la costa. Pobre. Lo tuve en mis brazos toda una tarde: frío, inerte, morado y cuando me decidí a cavar su tumba recordé el funeral de mis padres. Perdón, se me olvidaba, es la falta de vitaminas, el comienzo de todo es que soy huérfano.
Si no me equivoco el yate se hundió hace siete años. Cada vez que pienso en el naufragio recuerdo a mi madrina repitiéndome que a mis padres les habría gustado que yo fuera feliz. Ella a veces se asomaba por la casa de acogida en la que me crié y me llevaba a almorzar o al cine. Yo me comportaba como un quiltro obediente, esperando que al finalizar la tarde me dejara vivir en su casa. No sé por qué recuerdo estupideces. Debe ser la nostalgia. Siempre me pasa lo mismo. Pero volvamos a lo importante: del accidente rescaté la radio, algunas provisiones y un maletín de cuero cargado de dólares que aún uso de almohada; mi herencia. Sin embargo, lo peor de todos estos años es el olor a marisco impregnando en mi cuerpo. Eso me pasa porque aprendí a capturar langostas con las manos. Tal faena se puede hacer cuando el sol se esconde al fondo del océano y justo aparecen unos rayitos violetas que obligan a los bichos a dar vueltas y vueltas en círculos. No se lo cuenten a nadie: soy un superviviente.
A veces corre un poco de brisa. El clima se tuerce a cada rato. La culpa la tienen los aerosoles y los aires acondicionados. En alguna parte, no tan lejos, algún ingenuo debe estar rociando una nube de insecticida sobre un montón de moscas, mientras recibe en la cabeza un aire más artificial que mi esperanza. Yo prefiero no resfriarme. Me salen mocos. En la escuela tuve un compañero que se los sacaba usando su dedo índice y era capaz de arrojarlos a distancia. Si me los tiraba al pelo me daban arcadas. Les tomé asco en el funeral de mis padres. Ese día me salieron mocos verdes, bajaron hasta mi boca y yo no hice nada. Solo recibí las palmaditas de consuelo en mi pequeña espalda. Por suerte acá no me he enfermado. La última vez que sucedió fue en el Puerto de Valparaíso. Llevábamos dos semanas de navegación y recalamos para aprovisionarnos. Rogelio, mi profesor del taller de cuentos, el mequetrefe que se coló al viaje gracias a que se hizo amigo de Paula, me invitó a conocer a un colega. Como Rogelio además era peluquero pensé que el escritor había sido una de sus conquistas. El tipejo se llamaba Antonio Galgo y resultó ser un idiota. Era alto y tenía rulos, como Rogelio. Era un vendedor de humo que solo quería publicar su novela, como Rogelio. Un consejo: desconfíen de gente así. Paula nos esperaba en el yate, pero Galgo, con un mal gusto impresionante, mientras bebíamos se puso a citar libros como una cotorra. Regresamos al embarcadero a las cuatro de la mañana. Yo tenía puesta una camisa manga corta. Me resfríe en dos tiempos. Por eso, al día siguiente, cambiamos la ruta y apuntamos la proa hacia el clima cálido de la Isla de Pascua. Algunas noches salía a cubierta y pensaba en papá y mamá, en todos los huérfanos del mundo, en mi hijo y las cosas que le enseñaría durante el viaje. Hasta que me quedaba dormido protegido por las estrellas.
Todo lo que sé de mamá es gracias a mi madrina. Se supone, y así lo confirman un par de fotografías, que tengo su mismo color de pelo. De papá heredé el pie plano, la nariz de gancho y otras tantas inutilidades. Ellos murieron sin poder verme crecer. Yo envejezco sobre la tumba de mi hijo. Alguna vez mi madrina me dijo que la familia es sagrada. Para ella fue fácil decirlo: se convirtió en mi tutora, se quedó con el dinero de mis padres y además era hija única. Paula tampoco tenía hermanos y Rogelio… ¿a quién le importa? Yo quería tener una de esas familias que usan camionetas con tres corridas de asientos. Imaginaba que pronto nos rescatarían y volvería a empezar todo de nuevo. Mi plan B fue nadar, una y otra vez, hacia los restos del yate y poner a salvo lo que sirviera. Entre tanto, Rogelio y Paula salían a buscar alimentos. Un día, cansado de las jornadas de natación, decidí entrar al bosque contiguo a la playa. Pensaba cazar lagartijas. Tenía mucha hambre (aún no aprendía el truco de las langostas). Esquivé ramas y llegué a un arroyuelo. Algunos pajaritos de colores volaron de un lado a otro. A lo lejos oí un ruido. Caminé en puntillas. El pasto, verde y alto, frenó mi avance. Entonces, desde el suelo se incorporó Rogelio. Luego apareció Paula. Estaban en pelotas. No me vieron. Tomé un palo. La cabeza de Rogelio se abrió como un melón. Paula chillaba. Con todas mis fuerzas le quebré el cuello. Lo más sabroso fueron sus muslos. Sus costillas las hice sopa. El amante, si les interesa, se fue al fondo del mar y su pene de burro se convirtió en almuerzo de cangrejos. El yate se hundió por completo una semana después.
Me pregunto si alguien todavía me estará buscando, si este suelo de arena no será fruto de un mal sueño, si ese tal Galgo habrá publicado su novela. No hay caso, otra vez estoy recordando estupideces en vez de decidirme a arrojar esta botella al océano.

viernes, junio 24, 2016

Santiago Dabove por Borges

Estas son las entradas más significativas del Borges, de Adolfo Bioy Casares, acerca de Santiago Dabove. El año pasado gracias a la editorial Las cuarenta hemos podido volver a disfrutar de los cuentos recopilados en La muerte y su traje. Van los fragmentos recopilados de los diarios de Bioy:

Miércoles, 18 de mayo de 1955. (…) Borges recuerda la letra de la parodia de Entrada prohibida:

Del Abbaye la espiantaron,
y la razón no le dieron,
pero después le dijeron
que era por falta de higiene,
pues la pobrecita tiene
una costumbre asquerosa
de no lavarse la cosa
por no gastar en jabón.

Dice que, al oírla, Santiago Dabove comentó gravemente que la razón no le dieron es un buen psicologismo. “Tal vez el único de la literatura universal, che” —generalizó Macedonio con su voz tan suave—. Borges observa: “Le gustaba generalizar”.

Domingo, 8 de noviembre de 1959. (…) BORGES: “Santiago Dabove era muy del Oeste. Alguien menciona un pueblo: ‘¿Es de la línea del Oeste?’, preguntaba Santiago. Si le contestaban que no, él exclamaba poco menos que con desprecio: ‘Entonces no lo conozco’”.

Jueves, 27 de julio de 1961 (…) Me habla del prólogo que escribió para el libro de Santiago Dabove. Refiere ahí que Dabove contaba anécdotas que le hubiera gustado a Maupassant; por ejemplo, que en la inauguración de una casa mala, en un pueblo suburbano, los muchachos bien estaban de lo más cómodos, como acostumbrados a esos lugares, y en cambio malevos temibles, que solo conocían el amor en zaguanes, se mostraban intimidados. El caviloso César Dabove se molesto de que Borges pensara incluir esa anécdota.

Jueves, 26 de diciembre de 1962. BORGES: “Peyrou no es rencoroso; olvida las ofensas. Un día, hace muchos años, ante un grupo de amigos refirió que se había indignado con alguien y que estuvo a punto de pegarle una trompada. Santiago Dabove le dijo: ‘A ver, muéstreme la mano’. Peyrou la extendió. Dabove la observó y la palpó, y después comentó: ‘Hizo bien de no pegarle. Se hubiera lastimado la mano’. Peyrou recuerda siempre con afecto a Santiago, como a un amigo muy querido. Sin embargo, este cuento —que en su tipo es bastante perfecto— muestra a Dabove como un malevo inmundo”. BIOY: “Sí, puede uno no tomar en cuenta la ofensa; puede uno olvidarla; pero es difícil querer a quien procede así». BORGES: «Indudablemente, el que queda mal en este cuento es Dabove. Queda particularmente mal porque Santiago, aunque de mayor talento, no era como César, un señor. Santiago trabajaba los domingos en el hipódromo, y el resto de la semana estaba borracho, en el catre, o jugando a los naipes en los almacenes de Morón. Quiero decirte que vivía en un mundo en que un episodio así se ve como una ofensa, como una humillación agresiva, no como una broma. Y fijate: obró ante un grupo de amigos; le palpó la mano estimativamente, manoseando un poco; lo felicito; por un instante sus palabras pudieron parecer una felicitación o un consejo amistoso”. BIOY: “Desde luego, la interpretación de estos episodios depende de cómo los haya sentido quien los padeció. Peyrou no dio a este ninguna importancia: habrá pensado que Santiago estaría un poco borracho y tendría la tentación de imitar a los malevos del anecdotario de Morón; entonces para Peyrou el asunto no contó. Si alguien no reacciona ante un insulto, porque no tiene ganas, porque desprecia al insultador, porque está por encima, porque encuentra que la situación es parcial, el insulto carece de importancia; pero si no reacciona por temor, el episodio es grave y dejara en la víctima un imborrable recuerdo de oprobio”.

Sábado, 20 de junio de 1964. (…) Dice Borges que, según Santiago Dabove, la idea de malevos con sentido del honor era falsísima: “Eran una inmundicia. Cualquier medio, para ellos, era bueno. Esperaban al rival en la sombra y a quemarropa le tiraban un balazo o le metían la puñalada. No entendían de juego limpio. Vicente Rossi, sin embargo, sostenía que en los torneos de tango con quebrada y corte que había en las academias, a ningún participante se le ocurría agraviar al juez o ser descortés con los rivales. ‘Y eso que los participantes eran todos compadritos de barrio’. Rossi sostenía que el fútbol había corrompido al pueblo y que aquellos tiempos eran otros”. (…)

Sábado 4 de septiembre de 1966. Considera que el Fausto de Goethe es el ejemplo más perfecto del faux chef-d'oeuvre. “Santiago Dabove dijo que valía más la admiración por De Quincey de un grupo de entendidos que la del vulgo por Goethe. Tenía razón, pero la frase resultaba graciosa, porque su autor estaba entre el vulgo”.

Miércoles 4 de enero de 1967. De Santiago Dabove: “Tenía razón Wilcock: en verdad, parecía un carnicero. Un día dije que Santiago sin duda conocía muchas historias de malevos de Morón; que era raro que no las escribiera. Fernández Latour contestó: ‘No podría. A Santiago le interesan las ideas, no las personas’. En la casa de ustedes de la calle Coronel Díaz, lo encontré a Santiago en el baño. Estaba solo, muerto de risa. Le pregunté qué le pasaba. Me señaló la balanza y me dijo: ‘Es la primera vez que veo una balanza en la letrina’”.

Martes 13 de junio de 1967. Recuerda que Santiago Dabove observaba: “Hay personas estúpidas a quienes les gusta el cinematógrafo por el argumento, las fotografías o el diálogo. El hombre refinado va a ver cuerpos de mujeres. Porque hay que reconocer que las mujeres de las casas públicas no valen nada”. También reputaba Dabove superior el cine norteamericano porque “las actrices son todas lindas, en cambio los franceses ponen famosas actrices de teatro, que son cada loro...”.

Sábado 24 de agosto de 1968. BORGES: “No es como los Dabove, que sin duda creían que Morón era un paraje extraordinario. Una vez le hablé de Adrogué a Santiago. ‘¿Queda en el Oeste?’, me preguntó. ‘No, en el Sur’, le dije, y él declaró sin empaques: ‘Entonces no lo conozco’. Como si dijera: ‘No me interesa, no existe’”.

Miércoles 9 de diciembre de 1970. Cuenta Borges que hablaba un grupo de escritores. Llegan otros: Santiago Dabove les pide silencio, que no interrumpan. Mastronardi insiste: “¿De qué hablan?”. Santiago Dabove contesta: “De colchas”. Macedonio Fernández opina: “Un tema muy masculino”.

Jueves 27 de mayo de 1971. Por la noche llama Borges: “Cicco es un sinvergüenza. Estaba con Cocaro, en la conspiración para hacerme renunciar. Cuando cayó Levingston y renunció la señorita Levillier, renunció a su cargo de investigador en la Biblioteca. Yo por nada hubiera renunciado. No iba a facilitarles las cosas a mis enemigos. Según Santiago Dabove, un hombre no debía amenazar ni dejarse amenazar, porque las dos cosas son ridículas: ‘Uno puede dejarse patear, moler a golpes, pero no dejarse intimidar’. Es claro que si te apuntan con un revólver, podés aflojar, porque vale más seguir viviendo que no ceder a una humillación”.

domingo, junio 12, 2016

algunos poemas de reynaldo mariani y presentación de prolegómenos, mamotretos y reluctancias


La editorial Instituto Lucchelli Bonadeo acaba de publicar prolegómenos, mamotretos y reluctancias, de mariani (el poeta reynaldo mariani). Miembro de la revista Opium en los años 60, poeta beatnik y nómade, amigo de Marcelo Fox, de Ruy Rodríguez y de otros bohemios de aquella época, esta nueva antología seleccionada y prologada por Federico Barea permite recuperar una voz poética que se había perdido en libros inhallables y publicaciones poéticas efímeras.
El miércoles 15 de junio a las 19 hs. en el bar Mordisquito (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1830 - CABA). Presentan Ruy Rodríguez y Rubén de León. Tocarán Claudio Sánchez y Alfredo Slavutzky.


Gentilezas de Federico Barea, van algunos poemas de mariani como muestra y en un próximo post comparto el prólogo a prolegómenos, mamotretos y reluctancias.

IDILIOS

sopla el viento cálido del este
su caricia es demorada i penetrante
algarabía de colores, aromas, formas!
la floresta toda es saturnal festejo, i bebe

mariposas ebrias en el prado
leves roces, finas vibraciones
sorprenden a las flores
las envuelven, las abrasan, las voltean...

trazos giros signos
siguen su camino
suaves sueltos libres

la tarde es poseída ahora por silencio
algunas hojas caen del árbol
se posan sobre la tierra húmeda
estremeciéndose apenas

lasas
se entregan a la quietud del todo

tierra, hojas, mariposas, árbol
viento..., son música diversa
i el soplar, estar, caer, volar
vibrar
es música-memoria
de lo que es
de lo que fue
i de lo que va a ser
o no

'97/'00

POETAS SIN PADRINO

"never more", said the raven
"never more".
-e a poe-

hallarán qué amargo nuestro gusto amargo es i dichoso
que nuestro sabor, a equívocos; i el olor: a bienimal sin filtro

que nuestros días/noches, transit, no merecen
la atención de los biógrafos, ni de nadie

i que nuestras pieles carnes tripas
secas magras flojas
i vísceras enrarecidas por la mucosidad ambiente
configuran un todo sombrío, anormal, ominoso
i decadente, tal vez
o rigurosamente ingobernable-incoercible?

si persisten, hallarán también que nos carcomen
nos acosan, nos acaban porqués, cómos i quizascuándos
científica, civil i castrense(mente?) condenables

ay, prometeos
orfeos, charlie parkers
sin Futuro-galardones-mausoleo-lauros-crédito-sitial
en LA academia-almuerzos-guitA-gloriA-CD Room-patio i dep de serv

sucia! es la imagen de vuestra imagen otro tanto
i sucias! las heridas-pústulas que nO
no cicatrizarán nuncA

'68/'98

GÁTIDOS

aparecen i se perfilan i trotan i mían te siguen se enredan-confunden con tus piernas tropiezas los pisas maldices que chillan se apartan no cejan se enredan maúllan van-vienen-van i se agitan i saltan i claman tú sabes qué hambre! te apremian te urgen ...que esperen! no esperan lamentan comida! los amas-los odias-los amas que mían te arañan las piernas qué hambre! se quejan... el cuenco la ración el platito la leche sonríes de dientes les sirves i se abalanzan se empujan se apiñan derraman no importa que callan i por fin "se organizan" i lamen o sorben o mastican con furia i te olvidan mastican o lamen o sorben te sientas suspiras i fumas.

tú fumas i piensas. ellos comen.

terminaron se hartaron te ignoran caminan se estiran bostezan se lamen-relamen se enarcan no eructan-eructan se arquean se van i alguno te mira al pasar caminando i se va con los otros que se dispersan o vuelven i se lamen se lavan se echan o sientan erectos o se acuclillan o saltan sobre la pared hacia el techo o trepan al árbol la parra o sobre el pilar a mirar a lo lejos silencio te sirves un vino silencio.

tu bebes i piensas. ellos ocian.

...que corren que frenan que saltan que paran que arrancan que rotan i retozan contentos? (tan serios)... subiendo-bajando-rodando... o se congelarán un instante acechantes... tensos... pegados al suelo... un pasito... una pausa... otro paso... el apronte... la espera... i el salto! sobre una presa algún 'algo' amarillo o verdoso que revolotea/ba entre las plantas las flores las ramas las hojas la blanca pelota pinchada un bichito o el pichón que cayó que se agita que gime que chilla!!... sus plumas.

tú te atragantas. ellos devoran.

devoran se lamen se lavan se echan o sientan digieren bostezan se paran se estiran te miran mían te olvidan se alejan los llamas te ignoran se echan al sol o a la sombra del árbol la parra las plantas que huelen que muerden silencio caminan i paran orinan o cagan te miran tú fumas se encogen se estiran i un ruido cualquiera que un perro un caballo a la puerta se alarman se tensan vigilan no es nada se calman se abstraen en un punto lejano o cercano cualquiera no sabes se paran-se sientan-se paran-caminan-se alejan i alguno se acerca te roza i le tiras la cola i se queja i te araña muy leve i te mira (se mofa?) no es nada es en broma no importa sonríes te mira te lame se vuelve se arquea se estira se junta con otros dormitan silencio atardece la brisa el cigarro el vinito meditas.

tú meditas. ellos...

i oscurece i te vas para el cuarto i son dos o tres que te siguen los pisas tropiezas maldices i entran i corretean i saltan sobre o se ocultan bajo la cama o la mesa o el sofá i reaparecen se estiran súbito se lamen i/o se despulgan despiojan o deslendran te miran-te ignoran i miden calculan i saltan sobre la mesada i caminan los frascos la jarra de lata es el vaso de vino! que eluden i bajan i corretean tras una araña que huye i se oculta o tras la polilla que atrapan i se disputan i desmenuzan-devoran se lamen i enfilan hacia la repisa que recorren que cae algún libro no importa... i se descuelgan se miran se enfrentan se trenzan fingiendo que luchan o luchan en serio revolcándose retorciéndose bufando i gruñendo i se apartan se miran se vuelven i juegan con un zapato o la pierna de un pantalón o una media o saltan sobre la cama tu cama o sobre la mesa tu mesa i transitan el tratado de la deseperación-la olivetti-el proceso-pessoa-ezra pound tu regazo suspenso sus uñas... te aguantas... se acomodan runrunan i fumas i bajan/los bajas silencio se van a la cama tu cama se acomodan los miras te miran... sus ojos... te invitan les hablas te ignoran (te niegan?) se aovillan se duermen.

tú piensas. ellos existen.

zapala '00

HISTORIA REPETIDA
(5 tanguitos provocados por la música de astor piazzolla)

"el espíritu, no la letra"

I
desde cuándo de estas manos mías
aleladas, apretadas manos de tormentas
las putas que yo amo
consecuentemente
mueren de vez en cuando en buenosaires
asestando
escamoteando
copyright
dedicatoria

II
ciudad
cuándo reaparecerá tu voz
rompiendo la intermitencia desta yuvia
amanecida fina mañana burocrática
ante mis ojos en desuso
-tu voz
(porque yueve fantasmal en buenosaires)

III
cuando apareciste vos
todo el asfalto cotidiano se convirtió de pronto
en un inmenso valle, verde, hasta entonces desolado
i clamoroso de silencios que giraban
silencios que giraban

IV
desde los últimos recónditos lugares
desde este destemplado buenosaires
desde los inicios mismos destas noches mal paridas
que ni siquiera acaban mal
qué significa, ciudad
exiliarse repetirse en cada esquina
cada mar
al sur

V
por dónde seguiré buscando tus caricias, tus gemidos
que no olvido
preguntándole a qué vivos repentinos luminantes
letreros de neón
si es que te vieron
pasar por dónde, digo, les grito
"mozo!, sirva otra copa..."
me pregunto

'64/'68


(THE END)

por tanto, con un final-continuidad en inglés
me hago a un lao, ciudad, me desencanto
de Ud i de los Ud sin alas
desembarazo de sus caderas represivas
i me despido de Ud
tras mucho mordisquear
vacilar, palpitar, buscar
i rebuscar qué
entre sus húmedos, vómitos vacíos

i masacres, pisotones i alaridos que no es preciso repetirlo
pulsan sensibles las más íntimas de los nuestros nosecuántos

me borro, me hago humo, ciudad amadaodiada, aseguran-
do morosa i/o estúpidamente mi bolsa de los silencios vagos

i «una colección de signos a veces indescifrables» -sic

doble entonces mi perro (por última vez?)
sus esquinas, ciudad, resignadas al mismísimo mismismo

sin otra, i a la espera de sus, nos reiteramos sus, etc

SS -pánico? -V/catálogo (el suyo)
atte
... deseos de un prox

martes, junio 07, 2016

Completando las obras (VII): Un suicidio

Este relato fue uno de los primeros de Rozenmacher. Lo publicó a los 26 años en la efímera revista Entrega hacia 1962 (en esas páginas también publicó "El gato dorado" y "Tristezas de una pieza de hotel") y nunca fue recopilado ni en la edición del CEAL ni en la edición de la Biblioteca Nacional. Mea culpa, lo hallé de forma tardía. En "Un suicidio" hay un tono que recuerda a Réquiem para un viernes a la noche, la primera obra de teatro de Rozenmacher: cierta necesidad de romper con los mandatos sociales y con la rutina pero que parece destinada al fracaso en una sociedad fría y distante. Vaya pues un relato temprano de Rozenmacher para seguir cubriendo huecos en sus obras completas que, por suerte, parecen no cerrarse nunca.

Un suicidio (Germán Rozenmacher)



Germán N. Rozenmacher. Porteño. 26 años. Periodista. Una novela en preparación y numerosos cuentos en su haber.

El viejo profesor alisó las hojas arrugadas, se colocó sus anteojos, antiguos y como empañados —tenía la vista muy cansada— y muy despacio, como hacía con todas las cosas, leyó, palabra por palabra, hasta el fin.

I

Buenos Aires
24 de noviembre de 1960
Durante algún tiempo estuve muy triste. Era una manera de sentir la vida, de querer a los demás, de registrar con implacable minuciosidad la cháchara hueca que ocultábamos yo y los otros, de medir los fracasos. Con rabiosa ternura.
Ahora estoy seco. Es aburridamente desesperante saber que uno no puede, en el fondo, hablar de otra cosa que no sea la tristeza. Aunque uno se invente la alegría y la haga flamear ante sí mismo. Y sin embargo antes guardaba tanto callado amor, tanta vieja ternura… Ahora no tengo ternura por nadie. Estoy allí, tan lejos de mí mismo… Yo y mis semejantes. Casos clínicos fríamente registrables, moviéndose con mutua indiferencia, con feroz indiferencia, dentro de este manicomio. De esta ciudad-manicomio. Y entonces juego con la idea de la compra de una pequeña, casi inofensiva, femenina pistola calibre 22. Algo no demasiado caro, que no desnivele mucho mi presupuesto y que se pueda usar con cierto confort, liviana, dentro de mi mano, apoyada contra mi sien. O mi boca. O mi pierna, para que no suceda nada serio. Hago mi balance. ¿Qué más puedo decirme a mí, qué imagen puedo forjar de mí, perdurable ante el mundo? Soy un tipo que tenía cierto talento literario, que prometía un poco, y que ahora, desde hace muchísimos días —casi no puedo contarlos ya— no pudo escribir nada con tanta sinceridad como estas líneas. No quiero llorarme más. Me repugna y me enerva hacerlo. A nadie le importa que lo haga. Ni siquiera a mí mismo. ¿Qué puedo dar y darme más que la imagen de mi absurda soledad? Y esta frase resume lo repulsivo de mi situación. Me imagino, dentro de 50 años, para vengarme de mí mismo, es un altillo, en una pieza que no le importe a nadie, yo, solo, escribiendo inútilmente. Y quizá cincuenta años atrás hubiera construido una hermosa y lúgubre literatura y hasta es posible que hubiera sido vagamente feliz. Hoy seguir hablando de mi soledad ya no tiene sentido. Ni para mí, que me ahogo en ella ni para los demás que huyen de los aullidos de sus propias soledades. Soy un caso clínico, un enfermo. Que será trivialmente borrado por el tiempo. Seguramente mis relaciones traumáticas con mamá y otras cosas parecidas sean la causa. No me importa mayormente esa cháchara. Lo que sé es que quisiera amar y ser amado. Un personaje de Pavese hablando de una mujer que se suicidó dice que lo hizo porque las mujeres “son incapaces de pensamiento abstracto”. Hay momentos como éste mío, en que ni mujeres ni hombres tienen derecho al pensamiento abstracto. A la huída. En este caso, olvidar la satisfacción de necesidades básicas es huir. Necesidades básicas. Qué pudor tengo de decirme que quiero una mujer, que quiero el pan y el vino, que quiero un poco de simplísima felicidad. Un revólver para borrar esa iniquidad, ese testimonio maloliente de impotencias y de gestos vanos que es uno mismo, no es ninguna huída. Es una gloriosa retirada. Es la asunción definitiva de un papel que ni yo mismo —y por supuesto tampoco los otros— pueden cambiar. El suicidio es entonces un gesto de salud. De una salud deseada por los demás, a través de este pobre acto agresivo que implica apretar el gatillo. Son las cuatro y media de la tarde. Y ya no son más las cuatro y media de la tarde. Dios mío. Este juego parece no tener sentido hasta que me compre el revólver. Nada fortifica tanto como amenazarse a uno mismo con el propio suicidio. Además es por fin algo importante ¿no? Que uno hace en la vida. Lo único. Pavese esperó quince años amenazándose constantemente a lo largo de sus obras y finalmente, cuando se acabaron todos los disfraces, todos sus personajes suicidas, cuando la literatura no pudo demorarlo más, cuando ya había realizado todo lo que creía factible —“en mi oficio soy rey”— creó su mejor, su inmortal personaje cuando clausuró su diario íntimo y se pegó un tiro. “En mi oficio soy rey”. Yo también puedo intentarlo. ¿Pero en la vida real y carnal, que será de mí? No quiero ser capaz de abstracciones. Ni siquiera creo que voy a continuar este diario que empecé hoy. Con lo que escribí hoy será suficiente. Puedo leérselo a todos los que se me pongan a tiro. La cosa parecerá tan pública y grotesca y voy a ser un personaje absurdo de caso clínico tan clavado que ya no podré tomarme en serio y ya no tendré fuerzas para suicidarme. Y sin embargo esa es la única manera para que durante poquísimo tiempo, quizá veinte segundos, los demás, alguien, despavorido ante el presagio de su propia infelicidad y de su propia muerte me tome en serio. Quiero terminar porque no hallo mi sentido, porque no tengo mujer, porque las infinitas pequeñas crueldades que le hice a la gente y que los otros me hicieron a mí, me desgastaron. No tengo mujer. Probablemente no sé conseguirla. Y ya está resumido mi caso: pueden ustedes decir: fulano se suicidó porque era negro y por eso no podía vivir en paz. Cada uno de nosotros es negro, o judío, o pordiosero. Cada uno de nosotros tiene su propio hedor, el de su peculiar desdicha. Que al fin no resulta nada peculiar. Y es por esto que los demás verán claro. En seguida verán claro. Y por unos días quizá algunos se acuerden de mi caso clínico, pan comido para psicoanalistas, de mi complejo de Edipo o qué sé yo qué otra tontería con que cubrimos las verdades más simples y menos escrutables sin embargo. Entonces pasaré. Y seré el personaje que deseé ser. Nadie tendrá la culpa, salvo en parte yo. Y los que quedan en esta ciudad, selva, manicomio, quizá digan: que se joda, él buscó ser así como era. La culpa mía, la culpa de los otros con respecto a mí o a cualquier otro ser humano es tremenda, tan aguda y feroz, que resulta imposible asumirla sin asfixiarse y huir. Por eso no existe tal culpa. No sé. Todo es confuso y se me escapa. Y lo único que me regocija es ese secreto juego con la idea del calibre 22. Todos huyen de la desdicha. Mi hedor me cubre.

II

Diego vió cómo el viejo profesor terminaba de leer esas dos hojas ya amarillentas. No sabía por qué se las había mostrado. Nunca lo había hecho con nadie. No tenía amigos que se interesaran por la literatura.
—Está bien escrito –dijo el otro.
Diego sonrió. Maquinalmente el otro sacó un pañuelo del bolsillo del pantalón y empezó a secarse el sudor de la calva rosada. Era inútil porque en la oficina había aire acondicionado. El viejo profesor no era para lugares confortables como ése. Tenía una antigua torpeza que a Diego le resultaba demasiado familiar. Allí estaba el otro, un profesor del colegio secundario muerto de hambre que le había venido a pedir trabajo. A lo largo de la gran sala en penumbras, había diez maquetas de rascacielos con sus ventanitas encendidas. El profesor trataba de mirarlo con cierta húmeda compasión. Pero el muchacho sonrió. Sabía que el otro no podría compadecerlo. Su imagen no suscitaba la piedad, precisamente. Sonó un teléfono, atendió a una secretaría, firmó numerosos papeles y de su billetera sacó las fotos de sus dos niños, su mujer y de su bote de vela. Se veía a sí mismo a través de los ojos del otro, complaciéndose en la perplejidad del profesor. Se veía impersonal, eficaz, ejecutivo, usando sus finas camisas de seda. Había escrito esas dos páginas polvorientas cinco años atrás, cuando no había cumplido los veinticinco. Después quemó las cuatrocientas páginas que había empezado a escribir, con sudor y lágrimas, en el colegio nacional. Y después no escribió una sola línea más, en serio. Además no podía hacerlo. Ahora tenía que trabajar diez horas por día. Y ganaba mucho dinero. En su ex profesor vió la antigua imagen lamentable de sí mismo. Tuvo vagas sensaciones de grandes bibliotecas, con muebles viejos y arañas polvorientas y él cruzando plazas hacia ellas, con girones de niebla flotando sobre los faroles encendidos, a las diez de una mañana de invierno oscura y lluviosa. Y después sentarse en la biblioteca y hundirse en libros asfixiantes como ciénagas y leer con todo el cuerpo palabras que ardían como carbones encendidos. Y después escribirlas, a su vez. Y ahora allí estaba, como joven promisorio, como jefe de publicidad de esa empresa constructora de casas. Y había inventado varios slogans felices. No. Su antiguo profesor que ahora dependía de él para conseguir un poco de dinero ni siquiera había tenido talento para escribir cuatrocientas páginas y quemarlas, ese pobre diablo, seguramente buscaba alguna manera de sentir compasión por él. Pero toda piedad había muerto. Porque no era necesaria.
Por fin, el profesor dijo mirando las fotografías:
—Es una historia con final feliz —con su aire de niño precoz de 30 años.
—Claro —dijo el muchacho—. Pero no perdamos más el tiempo en tonterías. A mí me gusta sorprender a la gente —sonrió, poniéndose serio en seguida, con su impecable eficacia ejecutiva—: Creo que tengo un trabajo para usted.

Fuente:
Entrega n° 4, mayo-junio de 1962, p. 2.

viernes, junio 03, 2016

Crítica de la razón negra, de Achille Mbembe (Futuro anterior ediciones, 2016)


Me hago eco de la publicación de Crítica de la razón negra, de Achille Mbembe, vía Futuro anterior ediciones. Será sin dudas uno de los libros del año, la traducción de una obra central en el pensamiento postcolonial y filosófico.
Copio algunos fragmentos del prólogo "Ex libris: Achille Mbembe", de Verónica Gago y Juan Obarrio:
(...) Ex libris: a modo de sintética presentación de las problemáticas abordadas por Mbembe, diremos que un cierto hilo de ariadna une el discurso y excurso que va de esos libros al actual: el presente texto profundiza la disección de la matriz del poder colonial, y de la construcción de la subjetividad colonial iniciadas en textos anteriores, trasladándola desde África y el momento inmediato de la post-independencia a un terreno global y al contexto contemporáneo. Las lógicas actuales de la violencia y de la explotación extractiva a escala planetaria, que perpetúan dinámicas de racialización y segregación, son aquí definidas como el momento del “devenir negro del mundo”.

Si, por una parte, el filósofo africano Valentin Mudimbe describió la biblioteca colonial que fue construyendo a lo largo de siglos la idea de África que impera en Occidente, puede decirse que a lo largo de más dos décadas Achille Mbembe ha venido pacientemente desmontando muchos de los basamentos de esos saberes, a la vez que elabora una portentosa biblioteca postcolonial, erigida sobre un suelo de pensamiento crítico y apuntando a un horizonte emancipatorio. Se trata de una colección de libros que desgranan diversas hilaciones de una misma idea: la del fin de Europa como referente central de nuestro tiempo.

Este libro lleva la firma indeleble de Mbembe, un gran estilista de la lengua francesa que, evocando series de imágenes del África poscolonial, desglosa algunos de los temas clásicos que atraviesan sus textos: los aparatos de captura coloniales y neocoloniales encarnados en los campos de lo fiscal, las finanzas y las burocracias que generan territorios segregados y poblaciones flotantes, contextos donde emerge fuertemente la centralidad de la figura histórica del esclavo. Sobre todo, el texto continúa el estudio del lugar crucial que ocupan la violencia y las diversas figuras de la muerte dentro de estas dinámicas de poder. (...)

El prólogo sigue acá.

También copio algunos fragmentos de una entrevista de 2013 traducida al castellano por estos días:
(...) Usted dice de entrada que el término “negro”, que estructura su último libro, es indisociable de la invención de la “raza”. ¿Se trata de una ficción, de un delirio, de un operador ideológico?
Achille Mbembe: Es un concepto, una noción cuyos múltiples sentidos han variado a lo largo de la historia, al menos a partir del siglo XV. La palabra “negro” remite tanto a cierta ficción, que se esfuerzan en llevar a la realidad, por medio del sueño, del deseo o de la violencia, de la crueldad. Pero sobre todo, es un concepto que remite a la imposibilidad de control, incluyendo el control de aquellos a quienes se esclaviza, se somete a condiciones de deshumanización extrema: los esclavos. De esta manera, es una palabra que remite a la posibilidad siempre presente en la historia de un levantamiento radical.

¿El negro es entonces también una figura posible de la emancipación?
Achille Mbembe: Es una figura de la posibilidad de insumisión, de insurrección y de emancipación. La historia de la emancipación humana es, de alguna, manera, una historia negra, al mismo tiempo que una historia de negros, en la medida en que todo ser humano lleva en sí una parte de negro. (...)

Usted devela en este libro un regreso a la “raza” con otros disfraces, los de la cultura, la religión, la clasificación de los seres humanos bajo la égida de lo biopolítico. ¿Por qué se convoca de nuevas maneras esta noción de “raza” actualmente?
Achille Mbembe: La raza es demasiado “útil” para desaparecerla. En el contexto contemporáneo nos resulta cada vez más difícil enunciar con claridad las razones por las que constituimos un mundo común. Esas razones ya no nos resultan para nada evidentes y, al no emprender una reconstrucción paciente de las razones por las que deberíamos vivir juntos, creamos una situación en la que lo importante es ir en busca de
lo que nos separa. En tal contexto, la raza se vuelve un operador porque permite separar a los nuestros de los que no lo son. Aquellos que, aun viviendo entre nosotros, no son para nada de los nuestros. La movilización del significante racial permite desempatar a la humanidad entre aquellos que deben vivir y aquellos que deben ser expuestos a la indiferencia y ser parte de la clase de los superfluos.

Usted define de manera muy precisa el momento del neoliberalismo en el cual estamos ahora. ¿Qué hay de nuevo en la manera en que este sistema económico se extiende sobre todo el planeta?
Achille Mbembe: Estamos en un momento en el cual la forma dinero usurpa las funciones de creación y de redención antes atribuidas a dios. Es el momento en el que lo que se llama Mammon en la Biblia, cuando el principio del dinero aparta el principio divino y lo sustituye. A partir del momento en el que el principio dinero sustituye al principio dios, el principio dinero se vuelve el relevo primero y último de todas las significaciones y se instituye en culto idólatra cuyo dogma consiste en confundir todo, mezclar todo, tanto lo que concierne a lo humano como lo que concierne a la cosa, lo que concierne a la mercancía. Nada de eso cuenta ya. (...)
La entrevista completa puede leerse acá.

miércoles, junio 01, 2016

Demódoco de Corcira (José Edmundo Clemente)

Comparto el texto que abre el libro Historia de la soledad (1969), de José Edmundo Clemente (ya he posteado sobre esta pequeña gran obra, acá y acá). El primer olvidado es Demódoco de Corcica, creador del mito del caballo de Troya.

1. Demódoco de Corcira (José Edmundo Clemente)

El principio. En el principio fue el mito, porque en el principio fue la imaginación. Los días repetidos, el tedio de las horas iguales, la incertidumbre cotidiana; la noche y el rayo. La muerte. El pasado sin pasado. La soledad. Todo lleva a la vacilante imaginación del hombre primitivo a buscar refugio en un mundo habitado por seres fuertes, irreales, libre de los temores vulgares de la tierra. Nace el mito como desesperación de la mente ante la pobre realidad que circunda la vida inicial; como angustiosa proyección del instinto de no morir. Religión o filosofía. O como esa perduración más inmediata a su voluntad, la del arte. El arte es la inmortalidad del sentimiento; eternidad de la imaginación. Los pueblos sin mitología son pueblos sin cultura, porque son pueblos sin imaginación ni conciencia de soledad. Imaginación y soledad forman aquí un coincidente arco conceptual, no una frase apoyada en simple arquitectura decorativa. Las palabras buscan su vértice gótico por necesidad interior. Sin imaginación no hay cultura; la soledad ya es una sensibilidad de la imaginación.
La preponderancia del mito en el origen de la cultura sirve para abrir otra historia antigua, la de la ingratitud. Olvidar el nombre de su creador parece ser la esencia del mito, como si el anonimato fuera su verdadera estirpe fantasmal. De ahí que nunca sorprenda la falta de autor en la portada de epopeyas y leyendas mitológicas; cuando mucho, por complacencia, admitimos una imaginación creadora colectiva a fin de aminorar la culpa de este descuido. Obras de extensión orgánica que denuncian un trazo único y personal, carecen de identificación. La vieja historia egipcia de Sinuhé, la epopeya del héroe sumerio Gilgamesh, nuestro español cantar de Mío Cid, son algunos monumentos al “autor desconocido”. Con rara fortuna, Homero escapa a esa oscura categoría, sin que, naturalmente, falten escépticos profesionales discutiendo si su nombre traduce un apelativo generalizador ('Omero: ciego; recitador ambulante). Aun hoy, cualquier defensa o crítica fanática despierta partidarios o detractores. Yo deseo evitarme dudas innecesarias; preocupa a mi Historia de la Soledad el nombre de un poeta menor, escondido en la interminable discusión sobre el creador de la Ilíada y que, paradójicamente, lo representa a menudo. Me refiero a Demódoco de Corcira y a su divulgada leyenda del caballo de Troya, leyenda que sintetiza con frecuencia la ilustración gráfica del poema homérico y acapara unánime la inspiración de artistas e historiadores. La documentación siguiente tiende a llamar la atención de los arqueólogos literarios y a recuperar del olvido a este solitario de la mitología.