Yo le doy importancia a esas cosas: las comas, los acentos o los puntos pueden hacer una gran diferencia. Las comillas también. En el cuaderno de notas repaso cada frase que escribo, luego corrijo. Prefiero el cuaderno al idioma de las señas. La mímica de los sordomudos me repugna. Hace años hice una lista con las cosas que me asqueaban, pero después me di cuenta de que lo que había hecho era una tabla de resentidos, con varias escalas según la falla, y la titulé igual: “Tabla de Resentidos”. La anoto en presente porque creo que sigue teniendo importancia: el primer lugar es para los rengos, no hay nada más atravesado que un rengo. Son irrecuperables. Después están los petisos, que tapan el resentimiento con prepotencia y soberbia. Siguen los sordos, que tienen un resentimiento disimulado en el mal humor; a continuación vienen los sordomudos, un poco menos infames porque el resentimiento lo disimulan entre varios. Si uno les presta atención va a notar que los sordomudos casi siempre andan en grupo, por eso parecen más llevaderos. Pero hay que desconfiarles, llevaderos en plural es palabra peligrosa. Los resentidos del quinto lugar son los paralíticos, que se hacen los amables pero son controladores y dominantes, de lo peor. Siguen los ciegos. Se manifiestan cálidos y babosos, pero siempre traicioneros. Un baboso que no ve es doblemente baboso. A los mancos de nacimiento nunca los anoté porque es una variedad rara, pero yo conocí a uno con el brazo esmirriado y reseco que era puro rencor. Robertito se llamaba, aunque al diminutivo se lo pusimos por temor. El miedo se vale de los diminutivos. Después vienen los tuertos, son los más difíciles porque escasean. A los tuertos la maldad resentida se Ies va en soberbia, nunca supe por qué. La escala de resentidos funciona si no hay lástima; si uno le pone un poco de lástima, se viene abajo. No sirve. En los cuadernos yo anoto estas cosas para no tenerme lástima. En los mudos solos me anoté yo: Rolando puse y nada más. Algunos cuadernos son más importantes que otros.
En Báñez, Gabriel (2008), La cisura de Rolando, Buenos Aires, El Ateneo, pp. 12-14.
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