domingo, marzo 29, 2020

El paraíso, según Alberto Laiseca

Me pregunto si los archivos que se van acumulando en la web, en particular los archivos literarios, no precisan de una suerte de curaduría virtual, llevada adelante por nosotros, lectores curiosos. Creo que desde hace varios años este blog cumple, de una u otra manera, esa función. ¿En qué consistiría tal curaduría? Simple: seleccionar material, transcribir textos, recalcar en un relato, una reseña o una entrevista. Documentos que de otra manera quedarían perdidos en archivos de miles de libros, revistas y textos. En algún momento opté por un vocablo para esos escritos recuperados: exhumaciones (que incluso se convirtió en tag de este blog).

¡A veces hay tanto y a la vez tan poco! Se sabe que muchas veces el bosque tapa los árboles; y en ese sentido, realizar una curaduría literaria virtual tendría que ver con resaltar esos árboles, sacarlos de su contexto natural, en el que pasarían desapercibidos, y plantarlos solitos, en su propio cantero. Horrible metáfora, ¿no? Pero, bueno... Es verdad, hay veces que estos textos cobran su sentido en la revista o el contexto en el que aparecen. Pero otras, se logra recuperar líneas que pocos recordaban, un detalle distinto de un autor muy transitado o incluso alguna joya perdida en un sitio literario remoto.

En este sentido, la aparición de Ahira (Archivo Histórico de Revistas Argentinas) desde hace varios años, entusiasma mi hobbie de seleccionar material, recuperar artículos, textos, opiniones: realizar curaduría literaria virtual. En este caso, mirando la colección de Diario de poesía (y valiéndome del índice de cada publicación que con mucho trabajo y amabilidad adjuntan), me encuentro con un especial sobre el poeta W. H. Auden, seguido de la opinión de distintos escritores y críticos sobre cómo piensan el paraíso. Entre ellos, Alberto Laiseca. Cumplo, entonces, con esta curaduría y recupero el textito del conde que no tiene desperdicio. Salud!


El paraíso, según Alberto Laiseca

Dejemos de lado la teología, por favor. De eso ya tengo bastante. Diré cómo me gustaría que fuese el Paraíso. Yo, como los egipcios, lo concibo básicamente terrenal. “Así como es arriba es abajo”, decían los antiguos. De modo que imagino cierta tierra para que haya un cielo a su semejanza.
Ríos de agua, otros de cerveza, calor seco, desiertos hermosos, florestas, cacerías, reunir-se con los amigos, trabajar en lo que uno quiere, vivir con la mujer amada, tener hijos con ella, vivir con mi hijita.
Realizar expediciones Nilo arriba hasta Nubia, fundar templos, conocer más a la naturaleza. Me gustaría ser el Monitor de mi Tecnocracia, pero no todo el tiempo. De a ratos, porque si no uno se pierde otras cosas. Como se ve, yo, como todo el mundo, quiero comerme la torta y que me quede torta. Conducir batallas gigantescas, sufrir espantosas derrotas wagnerianas, emerger triunfante al final (Gary Cooper: ¡ídolo!).
Comprarles cromo y manganeso a los protelios, fabricar con tales materiales, (amén de otras cosas, claro) 1.200 divisiones de terminators e invadir Protelia a traición y por la espalda.
Fabricar grandes máquinas y monumentos que no sirvan para un catso, salvo que sean hermosísimos.
Visitar otros planetas en mis espacionaves de combate. Volver con un gran cargamento de rocas marcianas.
A ratos ser un simple particular y ver todo desde afuera.
Visitar hoy día la Gran Pirámide. Mirar su construcción con un televisor temporal.
Derrotar al Anti-ser.
Pasarlo bien, en suma.

Alberto Laiseca (escritor)

En Diario de poesía, n. 9, año 1988, p. 26.


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