martes, agosto 25, 2020

Una lectura contemporánea de El agua electrizada, de Charlie Feiling

Reincido en el gran programa sobre publicaciones periódicas de rock llamado Los subterráneos. Esta vez, escucho el capítulo dedicado a Escu(l)piendo milagros, la revista dirigida por Norberto Cambiasso y Emilio Bernini, a principios de los 90 y en la que escribieron Esteban Bitesnik, Pablo Strozza y Alfredo Sainz, entre otros. La revista, publicada entre 1992 y 2001, con un cambio de nombre a partir del quinto número, se fue convirtiendo con el correr de los años en una publicación de culto, difícil de conseguir y con una propuesta académica y jugada de cómo hacer crítica de rock con interés en lo experimental y lo progresivo. Escuchen el capítulo para conocer más. Insisto: no se pierdan de escuchar algunos capítulos de la magia que arrojan Sebastián Benedetti, Ponchi Fernández y compañía. Todo este largo rodeo para conducirnos a la lectura contemporánea de la primera novela de C. E. Feiling.

En esa revista, Alfredo Grieco y Bavio, actual ensayista, periodista, traductor y novelista, publicaba una reseña sobre la novela El agua electrizada, de C. E. Feiling. El material, aparecido en la n.° 2 de Escupiendo milagros, en julio de 1992, me parece precioso por dos razones: por un lado, porque la obra de Charlie y lo que se diga sobre ella me interesa, y sobre todo si es una primera recepción de la misma; por otro lado, porque lo que escribe Grieco y Bavio —desde aquel lejano tiempo en que leí con curiosidad adolescente Cómo fueron los 60 (Espasa Calpe, 1995) hasta sus ensayos actuales en la revista Invisibles— me parece inteligente, agudo y polémico. También es otra excusa para seguir asomándome a los cruces entre rock y literatura, cómo no.

Muy gentilmente Alfredo Grieco y Bavio me cedió la reseña para publicarla en el blog, es un placer contar con alguno de sus textos entre estos posteos. Vaya entonces esta lectura contemporánea sobre El agua electrizada, de Charlie Feiling, en palabras de Grieco y Bavio, preciso lector.

 

   

Del hardcore como incapacidad para soportar las lentitudes en la vida.

A propósito de El agua electrizada, de C. E. Feiling

 

Alfredo Grieco y Bavio

 

1. Ningún punto fijo podía obligarlo, cualquier línea clareadora era tan alargada que moría en el agua electrizada.

Lezama Lima, “Fugados”

El agua electrizada es, ya desde el título, una novela del frenesí, de la rapidez. Pocas novelas desafían más la lectura salteada; hay que leerla lineal, ordenadamente. El estilo es hipercinético, la brevedad es su virtud. Las oraciones son cortas; adquieren por momentos, los ritmos casi musicales de la prosa métrica, del verso y de la métrica que subyace a la conversación cotidiana. Las mujeres, se dice en la novela, prefieron el “vino dulce, además del fino”; el estilo de El agua electrizada es, entonces, seco y viril. Vence una de las dificultades más insidiosas de la novela argentina: cuando los personajes dialogan, el demótico de Feiling ha tratado de destilar la esencia de cada voz más que lo que habría sido exactamente dicho.

 

2. Oh, gigantic paradox, too utterly monstrous for solution

Antonio Hope (UBA-CONICET) es el ideal de su ex profesor de griego, el Dr. Arana Puig. Ha aprobado brillantemente sus exámenes en el tiempo reglamentario, se dispone a doctorarse en East Anglia, tiene hábitos regulares: se masturba todas las mañanas. Goza con las formas de una sociabilidad mil veces argentina (dry martinis, ginebra, bourbon), desconfía de las exageraciones del entusiasmo y la amistad que traen consigo la bebida y la noche. Pero su madre y el teléfono lo despiertan del sueño dogmático. Se trata del accidente o suicidio de quien fuera su mejor amigo en el Liceo Naval (Tony ha estado siempre —pero no lo sabe— en el lugar equivocado). Como el protagonista en The Princess Casamassima, recibe "more news of life than he knew what to do with”. Debe convertirse en lo que ya es: un investigador. La novela comienza como el género policial mismo. Un cadáver y su enigma europeo en tierras americanas, el oro del escarabajo, el interés romántico en códigos secretos, en los significados ocultos de pequeños objetos y acontecimientos (una inscripción casi epigráfica en sus mayúsculas, la torpeza de un dibujo, un video parcialmente sáfico), la confusión de filología y criptología. Del thriller, el relato tendrá la realidad, la consistencia, el interés. Abundan las entradas sigilosas en recintos prohibidos, abunda la erudición, no faltan, siquiera, los desaparecidos. Feiling despliega la tradicional ocupación del novelista del realismo en las relaciones de la élite y el submundo. El agua electrizada, que es una novela de la pérdida privada, es también una novela política que se niega un descanso en la posición ideológica correcta.

 

3. “Polvo y ceniza.” Tal cantas, pero censurar no puedo.

Muertas amadas, ¿qué ha sido de aquel oro, de aquel pelo

que sobre el pecho caía? Tengo frío y me siento viejo.

Entre los varios géneros que reclaman para sí a El agua electrizada figura —quizá también desde el título— la novela naval. Aunque Feiling es meticuloso en las breves descripciones de guardias, iniciación marinera, vómitos en el sollado de grumetes, su interés está en la costumbre, el hábito y la rutina navales en tierra. Hace un uso extensivo del placer que el lector de ficción encuentra en el reconocimiento: los mismos regímenes y ocasiones sociales, el mismo tipo de situación excitante. Uno de los rasgos de la novela naval más honrados en el tiempo es la unión accidental —una promoción, un embarque— de dos hombres disímiles: Ishmael y Queequeg, Jack y Stephen en la serie de Patrick O’Brien, Tintín y el capitán Haddock. Pero el destino de Tony es inescapablemente peor: su amigo ha muerto. La novela es la relación del intento de recuperar aquella armonía preestablecida que se perdió para siempre; así, sobre la novela naval se sobreimprime la policial. En la Chacarita, Tony se encuentra con Irene, la hermana del amigo muerto, y con ella emprenderá la pesquisa. Inútil insistir sobre la importancia de las parejas en la policial. También con Irene comparte Tony un pasado —una tarde bucólica, solos en una quinta de Gonnet— cuya significación también ignora. Tony, inevitablemente, se enamorará de ella (el primer regalo será un juego de fotocopias). A lo largo de la novela, Tony se irá convirtiendo al feminismo, pero su percepción de Irene ocurre bajo las especies mismas que el feminismo condena: es una obra de arte, es enigmática y libre. Como en la novela más tradicional, se funda en lo que está escrito pero no dicho. En la tradición de Jane Austen (sobre cuya heredera P. D. James cf. el nº anterior de Escupiendo Milagros) o Virginia Woolf —y no de Angela Carter— Irene, como la novela, tiene privacidad y libertad, un estilo menos expuesto, más secreto de independencia.

 

En Escupiendo milagros, n.° 2, julio de 1992, Buenos Aires, p. 52.

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