El regreso. En Fantasmas: imaginación y sociedad (Eterna Cadencia, 2009), Daniel Link le da una nueva vuelta de tuerca al proyecto crítico que viene sosteniendo desde, por lo menos, Cómo se lee y otras intervenciones críticas (Norma, 2003), pasando por, obviamente, Clases: literatura y disidencia (Norma, 2005). Este proyecto crítico, como ya lo señalamos en la reseña de Leyenda: literatura argentina, cuatro cortes (Entropía, 2006), se caracteriza por ciertos rasgos particulares: algunas obsesiones productivas (la lectura, la tecnología, la industria cultural, los géneros, la vanguardia, los monstruos; a las que se agregan, a partir de este nuevo libro: la imaginación, las comunidades, los fantasmas, la paranoia, la infancia); una postura desclasificada, nómade, que se desplaza por distintos ámbitos (periodístico, académico, ensayístico, ficcional, etc.) sin quedar fijado en ninguno de éstos y desdibujando sus límites; una trabajo artesanal e iluminador con las citas y los conceptos de cierto star system de la filosofía contemporánea (Agamben, Deleuze y Foucault pero también, y sobre todo en Fantasmas, Blanchot, Bataille, Antelo y Sontag); y por último, una recuperación de los propios restos, de los despojos que va dejando su itinerario como crítico, profesor, narrador, etc.
¿En qué legalidad fundar alguna, cualquiera, negación del mundo? Ahora bien, en Fantasmas, Link no sólo continua este proyecto (este estilo, si se quiere) sino que, en la línea de Clases, se plantea interrogantes alrededor de la ética, la estética y la política. Sin embargo, tal como lo señala el propio autor en el primer texto del libro, “Umbral”, ya no se trata de volver a dar cuenta de los dispositivos de normalización de la cultura y del Estado (ya lo hizo, de forma lúcida y minuciosa, en el libro publicado en 2005), se trata, más bien, de continuar pensando la formas de negatividad que desarticulen y vuelvan ineficaces dichos dispositivos, dichas clases. Así, en Clases, las formas de negatividad política iban de la mano de la vía doble de la ascesis (encarnada en la figura de San Sebastián) y de la transgresión (una política del monstruo, sostenida en el pensamiento de Georges Bataille); en cambio, en Fantasmas, Link se ocupa de indagar otra fuerza de negatividad: la imaginación.
Cartas de lo imaginario. Tal vez, una de las partes más interesantes del libro, como ya lo dije cuando amenazaba con escribir esta reseña, sea “Cartas”. En dicha sección, tramada en el formato del mail que el estimado profesor contesta a sus interesados alumnos, Link recorre (en cierto sentido, recupera) las principales teorías de la imaginación (Sartre, Lacan, Caillois, Blanchot), trabaja la tensión entre la ‘pasión por lo real’ que movilizó al siglo XX (Badiou) y su rechazo de toda imaginación, y anuncia, junto a Agamben y a Barthes, el retorno del gesto y del adjetivo, reconociendo que hay un ‘tiempo del señuelo’: “como ya no existe el riesgo de dejarse atrapar por las fábulas del “yo”, es hora de devolver un porvenir a lo Imaginario” (p. 56). En este movimiento, de lo que se trata, entonces, es de recuperar la imaginación como fuerza negativa que niega la realidad), una fuerza prehumana y presubjetiva que nos arrastra. Dejando atrás los problemas del poder y el límite, Fantasmas nos plantea una juego de potencias negativas, de movimientos, de gestos sin contenido, todas unidades de pura seducción (como el canto de las sirenas). Volviendo al apartado “Cartas”, además de reponer el recorrido teórico de la imaginación, Link nos propone algunos imaginarios para pensar el siglo XX y el siglo XXI: la imaginación humanista (que entra en crisis, en cierta medida, por las guerras mundiales y las revoluciones), la imaginación dialéctica (encarnada en un tipo de negatividad destructora), la imaginación pop (que tanto desbrozó en Clases), la imaginación del desastre (cuyas unidades son: nihilismo, depresión, nostalgia y melancolía) y, en la última sección del libro, la imaginación novomundana (ligada al ‘Nuevo Mundo’, a Latinoamérica, al espacio agujereado y las comunidades abandonadas). Cada imaginación tendrá sus concepciones de tiempo, sus unidades, sus fantasmas; la idea es intentar rastrear dichos fantasmas (no cazarlos: la cultura es un ghostbuster) y describirlos según su “definición indefinida” y la lógica que los relacione.
Continuará...
¿En qué legalidad fundar alguna, cualquiera, negación del mundo? Ahora bien, en Fantasmas, Link no sólo continua este proyecto (este estilo, si se quiere) sino que, en la línea de Clases, se plantea interrogantes alrededor de la ética, la estética y la política. Sin embargo, tal como lo señala el propio autor en el primer texto del libro, “Umbral”, ya no se trata de volver a dar cuenta de los dispositivos de normalización de la cultura y del Estado (ya lo hizo, de forma lúcida y minuciosa, en el libro publicado en 2005), se trata, más bien, de continuar pensando la formas de negatividad que desarticulen y vuelvan ineficaces dichos dispositivos, dichas clases. Así, en Clases, las formas de negatividad política iban de la mano de la vía doble de la ascesis (encarnada en la figura de San Sebastián) y de la transgresión (una política del monstruo, sostenida en el pensamiento de Georges Bataille); en cambio, en Fantasmas, Link se ocupa de indagar otra fuerza de negatividad: la imaginación.
Cartas de lo imaginario. Tal vez, una de las partes más interesantes del libro, como ya lo dije cuando amenazaba con escribir esta reseña, sea “Cartas”. En dicha sección, tramada en el formato del mail que el estimado profesor contesta a sus interesados alumnos, Link recorre (en cierto sentido, recupera) las principales teorías de la imaginación (Sartre, Lacan, Caillois, Blanchot), trabaja la tensión entre la ‘pasión por lo real’ que movilizó al siglo XX (Badiou) y su rechazo de toda imaginación, y anuncia, junto a Agamben y a Barthes, el retorno del gesto y del adjetivo, reconociendo que hay un ‘tiempo del señuelo’: “como ya no existe el riesgo de dejarse atrapar por las fábulas del “yo”, es hora de devolver un porvenir a lo Imaginario” (p. 56). En este movimiento, de lo que se trata, entonces, es de recuperar la imaginación como fuerza negativa que niega la realidad), una fuerza prehumana y presubjetiva que nos arrastra. Dejando atrás los problemas del poder y el límite, Fantasmas nos plantea una juego de potencias negativas, de movimientos, de gestos sin contenido, todas unidades de pura seducción (como el canto de las sirenas). Volviendo al apartado “Cartas”, además de reponer el recorrido teórico de la imaginación, Link nos propone algunos imaginarios para pensar el siglo XX y el siglo XXI: la imaginación humanista (que entra en crisis, en cierta medida, por las guerras mundiales y las revoluciones), la imaginación dialéctica (encarnada en un tipo de negatividad destructora), la imaginación pop (que tanto desbrozó en Clases), la imaginación del desastre (cuyas unidades son: nihilismo, depresión, nostalgia y melancolía) y, en la última sección del libro, la imaginación novomundana (ligada al ‘Nuevo Mundo’, a Latinoamérica, al espacio agujereado y las comunidades abandonadas). Cada imaginación tendrá sus concepciones de tiempo, sus unidades, sus fantasmas; la idea es intentar rastrear dichos fantasmas (no cazarlos: la cultura es un ghostbuster) y describirlos según su “definición indefinida” y la lógica que los relacione.
Continuará...
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