Estoy en plena lectura del último libro de Daniel Link, Fantasmas: imaginación y sociedad (Eterna Cadencia, 2009). Mi intención es reseñarlo pero es un libro con tantos fantasmas, con tanta potencia, con tanta paranoia, que todavía no sé por dónde encararlo (sus entradas, por lo demás, son múltiples). Lo que sí sé es que puede recomendarse con mucho énfasis y que tiene momentos luminosos (por poner algunos ejemplos, los análisis de El principito de Saint-Exupéry ("Infancia") y de Lolita de Nabokov ("1955") pero también esas ruinas de las teorías de la imaginación dispuestas en "Cartas", el texto sobre Tom de Finlandia y el magnífico artículo-homenaje a la paranoia de Rául Antelo).
Por lo demás, la entrada principal de Fantasmas está habitada por sirenas: esos seres mitológicos que arrastrados desde las aguas de la Antigüedad repararon, no casulamente, en las corrientes del Nuevo Mundo (tal como nos lo recuerda Link en "1492"); esos montruos (recuérdese Clases: literatura y disidencia (Norma, 2005)) que con su canto (su potencia) y su silencio (su impotencia) ofrecen el "puro (des)conocimiento (de sí)" y una fuerza de desintegración; esas poderosas cantantes, figuras desclasificadas que sedujeron a los griegos pero también a Blanchot y a Kafka y que ahora vuelven a hacerse oír en las páginas de este libro, a través de frases que las invocan:
"El canto de la sirenas es “pura llamada”, “el grato vacío de la escucha”, la indiferencia entre interior y exterior, entre el ser y la nada, entre llamada y relato, entre creencia y deseo, entre fuga y encierro: un umbral de seducción, nunca un límite de comprensión." (p. 28-29)
"Supongamos, dice Kafka, que alguien haya sido capaz de salvarse de la seducción del canto. Sea. Pero las sirenas tienen un arma todavía más poderosa: el silencio. Y de eso, de la seducción del vacío, de la seducción de la nada, no se salva nadie. No es que las fantasmagorías chillen en ese "entre-lugar", entre Naturaleza y Cultura, que les reconocemos. La potencia de esos monstruos es diferente de la espera de la tejedora patriótica o de la generosidad de la cantante embriagadora, porque está en otra parte sin estar en ninguna. Y esos monstruos, las sirenas, no están en el lugar de algo, de otra cosa, de la Cosa (el tejido matrimonial o las altas camas). Lo más terrible es que están en el lugar de nada, la nada es su lugar, son nada, lo que queda confirmado en su silencio." (p. 32)
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