sábado, septiembre 26, 2020

Revista Gualicho, un paseo por el lado oscuro

 

Las revistas virtuales fueron mutando en sus propuestas y formatos a lo largo del tiempo. Hace unos meses, me crucé con un proyecto que me generó interés: la revista Gualicho. Se trata de una revista mensual, realizada en formato pdf, cuyo objetivo principal es explorar la literatura de terror y fantasia argentina actual. Me interesó porque es breve, con un planteo despojado y preciso, tapas convocantes, y porque se nota el afán por compartir literatura de género de calidad, sin privilegiar nombres ni estilos.

La propuesta, dirigida por Emanuel Rosso desde Córdoba, es sencilla y efectiva: cada número consta de un relato breve, unas 10 a 14 páginas, de un autor o autora afín a los géneros de la imaginación oscura. La revista Gualicho se puede descargar y leer desde su página de Facebook (todos los números están en esta carpeta) y también tiene su perfil en Instagram (revistagualicho).

Le hice algunas preguntas sobre el proyecto a Emanuel, director de la revista Gualicho, quien generosamente las respondió. Les recomiendo que lean la breve entrevista y que luego se sumerjan en el mundo de terror que estos autores y autoras convocan con estilos y temáticas disímiles.

 

Golosina Caníbal: ¿Cómo nace la revista Gualicho? ¿De dónde sale el título? ¿Qué periodicidad intentás sostener con el proyecto? 

Revista Gualicho: Gualicho nace por la curiosidad que me generaba saltar el mostrador y ponerme en el lugar de editor. Fue casi como un juego. Y no creo que esté mal hacer las cosas como si fueran un juego. Si se va a disfrutar del resultado tanto como yo disfruto hacer Gualicho, diría que es hasta recomendable. De pronto un día le pedís un texto a Bragagnolo y te dice que sí, o te escriben Juan José Burzi y Marcial Gala y te preguntan si pueden participar y te das cuenta de que estabas haciendo un buen laburo. El título es ese porque es una palabra muy de estos lados. En lo personal creo que el terror, como el rock o el heavy metal, es más interesante si tiene un agregado local. Los que amamos el terror amamos las mansiones victorianas, los cuervos y el vudú de Louisiana, pero vivimos en este lado del mundo. Entonces tal vez debamos encontrar el terror en lo que nos rodea, en nuestras tradiciones, en nuestra música. Si prestás un poco de atención, es fácil apreciar que el miedo está en todos lados. La idea es que la revista salga, al menos, una vez por mes. 

  

GC: ¿De qué modo te ponés en contacto con autores y autoras para los distintos números? 

RG: Algunos autores han sido invitados a participar, a otros les gustó el proyecto y se acercaron solos. Cuando llega algún texto de alguien cuyo trabajo no conozco, le digo que el relato será puesto a consideración. Algunos necesitan ser trabajados un poco, otros llegan ya cocinados, muy corregidos, listos para salir. La idea es que en la revista convivan algunos autores que están dando sus primeros pasos con otros que ya tienen cierto renombre. 

GC: ¿Por qué te parecen interesantes géneros como el fantasy, el terror y el fantástico? 

RG: El terror me acompaña desde que tenía unos ocho años, desde la primera vez que vi a Freddy Krueger. ¿Por qué me gustan esos géneros? Supongo que disparan algo que está bien guardado en la porción del cerebro que se ocupa del disfrute. O tal vez porque en ellos uno puede encontrar historias que se alejan de la cotidianidad, de lo autobiográfico, de la literatura del yo que desde hace un tiempo ha abandonado los guetos indies para ocupar las estanterías del mainstream.

  

GC: ¿La breve extensión de los relatos y el planteo textual despojado son aspectos buscados deliberadamente?

RG: La extensión sí. La idea es que cada número de Gualicho sea un amuse-bouche. El autor tiene una extensión acotada para mostrar sus armas. Si el lector encuentra algo que le gusta, puede investigar la obra del autor. Es como una cata literaria, si se me permiten dos referencias gastronómicas en una misma respuesta. El planteo estilístico depende de cada autor, pero creo que hoy por hoy es deseable evitar los barroquismos. Es absurdo intentar escribir como lo hacía Lovecraft. 

GC: ¿Qué potencialidad le ves a una revista virtual para la difusión de nuevos autores y autoras en nuestro país? 

RG: Si me guío por la experiencia de Gualicho, el potencial es alto. Uno puede ver cómo se van tejiendo las redes, aunque a veces parezca que somos los mismos cinco borrachos de siempre en el boliche. Por último, gracias por el espacio y el tiempo. 


sábado, septiembre 12, 2020

Entrevista a Carlos Correas en El ojo mocho (1996)

Hace unos años tenía la idea loca de subir varias entrevistas realizadas en la primera época de El ojo mocho que considero muy valiosas y que mi amigo F. R. me pasó en imágenes muy gentilmente. La primera que subí en aquel tiempo fue la entrevista a Josefina Ludmer, "Los géneros de la patria", publicada en el n.° 4 de la revista, en 1994 (parte 1, parte 2 y parte 3). En ese momento tuve la nefasta estrategia de subirla en tres partes al blog: claramente debe haber tenido muy pocas lecturas.

Ahora bien, como todavía pienso que esas entrevistas deberían tener una sobrevida digital, en estos días me tomé un rato para digitalizar la entrevista a Carlos Correas, autor de La operación Masotta y de Los reportajes de Félix Chaneton, autor predilecto de este blog, realizada en el n.° 7/8 de El ojo mocho en el año 1996. Copio pues el principio y luego dejo un link para bajarla completa: es una entrevista larga y valiosa en la que Correas habla de homosexualidad, de literatura, de filosofía, de traducción y también cuenta anécdotas hermosas sobre Contorno, la vida porteña en los 50 y 60, Masotta, Sebreli y demás. Pasen, lean y disfruten.


Carlos Correas: Filosofía en la intimidad

Entrevista en El ojo mocho, n. 7/8, otoño de 1996, pp. 07-45.

Eduardo Rinesi: -A lo mejor podríamos empezar comentando el artículo tuyo aparecido en Clarín días pasados y el calificativo de peronista que te atribuís allí, a vos, a Sebreli y a Masotta.

-Sí. Vos sabés que no era un peronismo de militancia partidaria, en absoluto. Nunca fuimos a ofrecer nuestros servicios como intelectuales a ninguna Unidad Básica. Nunca ocupamos ningún cargo oficial tampoco. Era como una especie de inclinación afectiva, en cierto modo, y de acuerdo con ciertas políticas instrumentadas por el peronismo que se concretaban en los hechos, ¿no? Tal vez, más que peronistas, una expresión que yo he hecho: éramos anti-antiperonistas. Es decir, vivíamos rodeados de antiperonistas, por cuestión de clase. Incluso empezando por la familia: mi padre y mi madre eran antiperonistas furiosos. Y con matices de racismo, incluso. Bueno, ahí aparece la expresión "cabecita negra" o los "negros". Algo que todavía continúa. Yo tengo, por ejemplo, un hermano mayor —no importa si esto sale, mi hermano no lee revistas literarias, así que no lo corrijan nada— que juega a las carreras y está jubilado, tiene seis años más que yo. A mi hermano le quedó eso, ese antiperonismo de marca, incluso en la actualidad sigue usando esa expresión "negro". Y negro es todo aquel que realiza un trabajo manual, o algo que se parezca a un trabajo manual. Los colectiveros, por ejemplo, son todos negros, aunque sea rubio y de ojos azules, no interesa. La cuadrilla de teléfonos que le viene a arreglar los cables, todos esos son negros, "los negros que vinieron a arreglar el teléfono". Y mi madre también era muy racista. Mi padre no, mi padre era un inmigrante español, aragonés, que llegó a la Argentina en el 18. Era el hijo mayor de la familia. La guerra del 14 termina en noviembre del 18, pero se rumoreaba, en esos últimos meses, que España iba a entrar en guerra, uno de tantos rumores que corrían. Y mi padre tenía 18 o 19 años, así que si España entraba en guerra, casi seguro que él tenía que participar. Entonces, la madre, asustada, lo saca de España y que emigre. Y se vino a la Argentina, solo. Con el bachillerato terminado, pero sin recomendaciones ni nada. Empieza a trabajar en las cuadrillas de las vías de ferrocarril, y después entra en la Municipalidad. Después, con la Guerra Civil Española, él era republicano, y sobre todo, anticlerical. Bueno, una figura característica, ¿no? Antifranquista y anticlerical. Yo fui bautizado a instancias de mi madre. Como mi madre era católica, pero no una católica practicante, católica como muchos católicos argentinos, que son católicos para no ser tomados por judíos. Porque mi madre no solamente era racista sino que era antisemita, también: hablaba de los negros y los judíos. Y yo fui bautizado a instancias de mi madre. Ahora, cuando a instancias de mi madre también debía hacer la primera comunión, ahí mi padre se plantó y dijo no, ya no, tanto no. Hasta el bautismo sí, pero la primera comunión, no. Así que ése era mi entorno familiar. Y después, otro entorno, más allá de ese círculo inmediato, los intelectuales, digamos. Bueno: los Viñas eran antiperonistas. Es decir, mi padre era antiperonista por liberal. Era la amalgama entre Perón y Mussolini, Perón y Hitler, ¿no? Estaba muy fresca todavía la Segunda Guerra Mundial y el recuerdo de Hitler. Las visitas de Perón a Europa, a Italia y a Alemania, que fueron como visitas de estudio de las estructuras de los ejércitos. Y es cierto que muchos que habían sido admiradores de Mussolini o de Hitler, del fascismo o del nazifascismo, eran peronistas. Eso es muy cierto. Eso lo ha dicho ya David, que tiene más edad que yo y que eso lo vivió en las aulas en la época del peronismo, ¿no? En la Universidad de Buenos Aires, en manos del estado. Cierto, habría que rescatar a Astrada o a Guerrero, pero otra gente, no, desde luego que era intolerable. Y nos despertaba mucha simpatía Eva Perón. Así que ése fue nuestro anti-antiperonismo.

Horacio González: -Al decir "Nos despertaba...", ya era el grupo de Filosofía y Letras, años cincuenta y tantos...

-No, nos despertaba a Masotta, a Sebreli y a mí. No había todavía un grupo de Filosofía y Letras. En mi caso por lo menos... En el año 52 muere mi padre. Entonces, yo ya tenía un año hecho de medicina, porque mi padre quería que mi hermano y yo fuéramos médicos. Ninguno de los dos fue médico, mi hermano sólo fue bachiller, pero mi hermano comenzó a estudiar medicina y después dejó. Dejó por su vida de café y de billarista. Nosotros vivíamos en Palermo. Yo nací ahí, en Palermo...

 

La entrevista completa a Carlos Correas se puede descargar de acá.

viernes, septiembre 04, 2020

Un fragmento de ¡Paraguayo!, de Ariel Luppino

Ariel Luppino teje una conspiración, una serie de intrigas en la literatura argentina. 

Pero sería un error hablar de un Ariel Luppino. Como en los multiversos de su maestro Laiseca, hay cuatro o cinco Luppino habitando la Gran Llanura de los Chistes. Está el Luppino de las entrevistas, polémico, directo; está el Luppino de las novelas crueles, Las brigadas (2017), Las máquinas orientales (2019) y ahora, ¡Paraguayo! (2020), todas publicadas por Club Hem; hay un Luppino lector también, es el de La risa, el de las redes sociales; hay Luppino artesanal, con breves novelas, que apuesta a un proyecto como la Oficina Perambulante, de Carlos Ríos; hay otro Luppino más secreto, más personal, pero ese no importa tanto en este llanura. Laiseca y Lamborghini se hubieran divertido creando anagramas con el nombre Ariel Luppino, formas de nombrar esta multiplicidad.

Ese Ariel Luppino, múltiple, diseña un universo literario sostenido en la búsqueda de frases perfectas, en la violencia como motor narrativo, en los apodos y los nombres que son destino, en las lógicas del amo y del esclavo, en la actualización de una tradición nómade de bárbaros que desembarcaron en la literatura argentina para asolar sus fortalezas, como bien lo ha señalado el crítico cómplice Agustín Conde De Boeck.

Por todo eso, y porque en literatura una conspiración también puede ser una amistad, me complace postear este fragmento de ¡Paraguayo!, publicado recientemente por Club Hem. Pasen y lean!  

 


Fragmento de ¡Paraguayo! (Ariel Luppino)

Al Mandioca lo disgustó enterarse de esa noticia. Sólo un hombre lo había desafiado una vez y había sido un viejo compañero de armas, el General Uki Safrím. Para ser honesto debía reconocer que lo había tomado por sorpresa. Nunca lo hubiese imaginado. Él y Uki Safrím habían guerreado juntos en una infinidad de lugares desde la noche de los tiempos. Pero un día Uki Safrím decidió desafiarlo, frente a su tropa, en su propia casa. El Mandioca recordaba todo aquello como si hubiera pasado ayer, o como si todavía estuviera pasando frente a sus ojos. Uki Safrím había convocado a una asamblea extraordinaria en Cerro-Corá. Acudieron todos los clanes que financiaban la guerra en esa etapa primigenia, casi larvaria. No cualquiera podía hacer eso frente a las narices del Mandioca, pero Uki Safrím era un líder del pueblo, tenía poder y prestigio, ambos ganados con valor y una pizca de osadía. Además, Uki Safrím contaba con el apoyo incondicional de su tropa. Era un gran estratega, el segundo en la cadena de mando del Ejército paraguayo, justo después del Mandioca. Ese día Uki Safrím llegó escoltado por su guardia, un grupo de élite conocido como Los Azules, cada uno con un facón pintado de ese color, y pidió hacer uso de la palabra, porque, según dijo, tenía una acusación muy seria para hacer. Nadie entendía qué estaba pasando y el Mandioca mismo estaba intrigado, aunque suponía que la cosa era con él. Uki Safrím no le había hablado antes, y a solas, como correspondía a su rango y amistad. Todos estaban a la expectativa. Uki Safrím nunca había dado un paso en falso y era evidente que se traía algo entre manos. Empezó diciendo que contaba con el testimonio de fuentes confiables (inclusive tenía pruebas…) como para concluir que el Mandioca era un robot. Hubo una consternación entre los presentes, miradas cruzadas, y cierta incomodidad. Pero eso no era nada grave ni estrafalario. Después de todo, siguiendo esta línea de pensamiento, muchos consideraban al Mandioca un semidiós. Siempre salía a salvo de todas las batallas, y nunca nadie le había hecho ni siquiera un rasguño. Claro que el planteo de Uki Safrím no terminaba en ese punto: en su historia todavía faltaba lo peor. Según sus fuentes, el Mandioca era un robot creado por los argentinos, un robot enviado por los argentinos para conducirlos a una debacle estrepitosa, a la derrota de una guerra que los estaba matando a todos ellos a distancia. Hubo un murmullo de indignación entre la mayoría, y Zetos y el Zurdo desenfundaron sus facones. Mate Cocido no tuvo ni tiempo de sacar el pistolón. El Mandioca pidió que dejaran hablar a Uki Safrím, que no lo interrumpieran. “El General tiene el derecho conferido por esta asamblea de notables”, les recordó a los demás. Entonces Uki Safrím retomó la palabra. En voz alta, poco menos que a los gritos, acusó al Mandioca de ser el arma de exterminio más efectiva con la que contaban los argentinos. Los Azules tuvieron que interponerse para que no lo despedazaran vivo. Pero el Mandioca volvió a pedir silencio, y un poco de tranquilidad. Después le exigió el pistolón a Mate Cocido, que esta vez había llegado a sacarlo, y enseguida se lo puso en la mano a Uki Safrím, que lo miró extrañado. "Delante de todos", dijo el Mandioca, "demostrá que yo soy un robot". Ukí Safrím comprendió la gravedad de su acusación. Hubo otro murmullo pero el Mandioca hizo silencio con un gesto de la mano. Entonces Uki Zafrím le apuntó a la cabeza, y enseguida bajó el arma. Parecía arrepentido de haber llegado a esa instancia. Pero íntimamente sabía que ya no había vuelta atrás. "Si vos no sos un robot", dijo el Mandioca, "entonces comportate como un hombre". Uki Safrím volvió a apuntar con timidez, casi con vergüenza, y le disparó en una de las piernas. El Mandioca cayó de rodillas y un charco de sangre espesa se formó a su alrededor. Quizás porque había comprendido que ese acto era irremediable, Uki Safrím le apuntó a la cabeza y, casi con desdén, hizo fuego. Todos se abalanzaron sobre el cuerpo del Mandioca después del estruendo. La primera bala había destruido una aorta y los médicos tardaron cinco horas en parar la hemorragia. Como reemplazo de la zona dañada tuvieron que poner un conducto de resina reforzada con fibras de algodón. La segunda bala le había volado la mitad de la mandíbula pero pudieron reconstruirla con piezas de acero. El Mandioca tardó meses en recuperarse, la mayor parte del tiempo se la pasaba sedado o delirando por la fiebre (se habían acabado las dosis de sedantes y fue sometido a dieciséis operaciones quirúrgicas). Las mujeres y niños hacían guardia noche y día afuera de su tienda, y rezaban en voz alta. Llegaron a verse facones azules apilados en señal de respeto, casi de veneración, como una ofrenda a un antiguo rival. Uki Safrím tuvo que reemplazarlo pero su imagen cada día se erosionaba más y más: nadie comía con él, y muchos le esquivaban la mirada. Las bajas en campo de batalla se duplicaron y se perdieron territorios de suma importancia. Pero antes de que estuviera en condiciones de pelear el Mandioca volvió al frente y recuperó los territorios que se habían perdido durante su ausencia, y consiguió una serie de triunfos claves en la frontera. Durante los festejos el Mandioca volvió a reunirse con Uki Safrím y ambos se estrecharon la mano. No habían vuelto a verse las caras desde aquella vez. El Mandioca le preguntó si todavía seguía creyendo que él era un robot. Uki Safrím le miró los dientes de acero y con una sonrisa culposa reconoció que no, claro que no. Entonces el Mandioca también sonrió y sin una pizca de rencor dio la orden de que lo despellejaran vivo. Los Azules fueron los primeros en sacar los facones sedientos de sangre.

 


 

 

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