martes, marzo 24, 2015

Todos somos Osvaldo Lamborghini (Entrega 8)

Entrega 1: "La seducción del gesto" de Antonio Marimón (Punto de Vista, nº 36, 1989).
Entrega 2: Reseña sobre El fiord de Oscar Steimberg (Los Libros, nº5, 1969).
Entrega 3: "[Sobre] Sebregondi retrocede" de Héctor Libertella (en Nueva escritura en Latinoamérica, 1977).
Entrega 4: "De la inasible catadura de Osvaldo Lamborghini" de Sergio Chejfec (Babel, nº 10, 1989).
Entrega 5: "Lengua: ¡sonaste!" de Alan Pauls (Babel, nº 9, 1989).
Entrega 6: "Tipos de guerras" de Luis Chitarroni (Babel, n° 9, 1989).
Entrega 7: "Literatura experimental" de Josefina Ludmer (Clarín, 25/10/1973)

Tengo esta serie de posts bastante abandonada. El boom Lamborghini se fue diluyendo con el tiempo y ahora queda su escritura en tensión con un canon alternativo que busca encerrarla y su potencia indómita imposible de sujetar. En todo caso, revolviendo unos papeles, encontré otros textos críticos que leen los textos de OL en los años 90. Adjunto, entonces, una lectura de Horacio González, pronunciada en 1996. ¡Que la disfruten!

La frase-hecha. Literatura e historia a propósito de El Fiord (Horacio González)

Sobre El Fiord de Osvaldo Lamborghini, muchos han escrito o han pensado. Sobre ese Fiord me animo a escribir por haber aceptado una cauta sugerencia de Liliana Lukin. Desoírla, me hubiera incomodado. Acatarla, tampoco consigue ser una incomodidad remediada. A quienes no lo leímos en su momento —¿pero qué momento es el que nos corresponde?— El Fiord sorprende como un imposible literario. O si se desea, como una inaudita abreviatura —ya veremos esto— que la pura ideología es capaz de hacer con la historia. El consuelo del que se resiente por las fallas en su contemporaneidad, consiste en postular que lo único que nos permite leer es quedarnos por fuera de determinado tiempo. Ante esto, ¿qué respondería el que apenas ve el placer de la comprensión siendo coetáneo o concomitante a los hechos? Que nada está destinado a sorprender sino en el momento en que fue escrito. Sin embargo, si El Fiord fuera una anunciación —una anunciación, digamos inicialmente, sobre el horror de y en la historia argentina— el gusto oscuro de la premonición solo lo logra la conciencia simultánea, y el deleite efervescente del hecho cumplido, apenas lo saborea la conciencia ulterior o sucesiva. ¿Qué es mejor para nosotros, sufrir la tensión del anuncio o verlo ya consumado?
La literatura de Osvaldo Lamborghini parece tomar esta aflicción como materia, Y de ahí, creo, su profunda meditación sobre la frase hecha, o más ampliamente, sobre el peso de la frase hecha en la historia. El Fiord vive buscando la frase original entre las frases hechas, frases congeladas para las que no hay sujetos sino humanidad, no hay pensamiento sino creencia, no hay historia sino expectativa, no hay progreso sino resignación y contienda. La locución prefabricada es la partícula momificada que persiste en el repudio íntimo de quienes la emplean. Sienten que deben hablar con palabras-cadáver y sin embargo ellas permiten situarnos en la enorme mortandad con la que se nos presenta inevitablemente el mundo, por lo menos, el mundo del lenguaje. Ya manufacturadas, ya pronunciadas, esas frases nos otorgan el enigmático derecho de decirlas como si fuera la primera vez. En realidad, es el hablante con frases hechas —frases hechas que no son capaces de señalarse a sí mismas— el que pone a punto toda la literatura. La frase-hecha puede ser el temor de nuestras vidas, pero si el clishé inadvertido no tiene severos enemigos es porque lo hace todo soportable al combinar el ejercicio de la pertinacia con la creencia en la autenticidad. No creemos que erramos más al pronunciar frases sin ton ni son, que al decir la frase hecha, que es la actitud contraria. En la frase sin ton ni son, recibimos y saludamos la alegría de hablar. La historia solo ideológica, la historia con cuerpos, es cierto, pero sin economías ni sentido común, es la historia en el péndulo que se traza entre la frase desubicada y la frase prefabricada, la frase como letra o como sigla. Entre ambas, podemos poner el afán de Osvaldo Lamborghini en El Fiord.
La historia como frase hecha en la letra o en la sigla, es la historia detenida. No deja de serlo por estar aprisionada, pero pierde pulsación y vida. La putrefacción de la historia es una frase que Osvaldo Lamborghini le atribuye a Lenin en Las Hijas de Hegel, un breve cuento escrito en Mar del Plata por lo menos 15 años después de El Fiord. La historia desquiciada por un acontecimiento de la carne, entendida como una degradación fatal en dirección a lo hediondo, vendría a ser lo contrario de una sigla, de una construcción intelectual paralizada. Pero la idea leninista de corrupción de la carne —en este caso la carne burguesa— no se corresponde exactamente con la idea de lo descompuesto en Lamborghini. Lo que se descompone en él, como en un trance ensimismado, una suerte de Macedonio Fernández Obsceno, equivale a un intento de romper el orden del lenguaje. Empleo aquí esta expresión conocida por todos, como si la literatura pudiera convertirse en una tragicomedia foucaultiana (perdónese el conjunto de esta expresión) y como si ninguna palabra estuviera segura en un espacio establecido por lo que vendría a ser una fatua institución lingüística. Osvaldo Lamborghini propone en El Fiord la destrucción trascendental de las instituciones oficiales —como las llamó Freud— y de las instituciones éticas basadas en el signo del lenguaje, como las llamó Hegel. Instituciones artificiales o de signos, la familia de Hegel y Freud, basadas en el amor y en el suplicio, a las que había que disolverlas por medio del goce estupendo del redactor filosófico que hace añicos un lenguaje histórico extremando su ritual ideológico y haciendo de la política una antropofagia fanática.
Intercalo dos escritos salidos en el mismo día 28 de junio en Clarín —una manera no distante a la ironía de mentar esta afable reunión— para acercarnos a cierto modo lamborghiniano de tomar las frases hechas, las frases de la institución. Estos dos escritos se refieren, uno al aniversario de la muerte de Augusto Timoteo Vandor, uno de los fantasmas que recorren El Fiord y el otro a una eufórica salutación que un aficionado a un club de fútbol le dedica a su entrenador de buena estrella. (El lector puede apreciar ahora la imagen visual de estos dos recortes periodísticos, luego de los cuales prosigue este escrito).


Si se quiere son los dos extremos del arco de un periódico, la lápida conmemorativa a la congratulación festiva, la remembranza devota o la jactancia de la inmortalidad. El escrito de la Unión Obrera Metalúrgica nos coloca frente a un abismo pues si quisiéramos, podríamos leer allí los pujos de Atilio Tancredo Vacán, que emerge en El Fiord con una boquita no mayor que un punto de un lápiz, nacido, parido, escupido y caído dentro de una bolsa como una momia azteca. Las iniciales de un nombre, son la maqueta bordada de una alegoría que, como las verdaderas alegorías, no reclaman el sentido sino que lo expulsan. Si hay un vaticinio en El Fiord solo podría ser el de la búsqueda de una oculta fuerza que martiriza todos los conjuntos humanos, una “putrefacción” que se investiga con la precaria brújula de las iniciales de los nombres. Nombres que cargan un choque en la historia y que los ingenuos ven como un destino fácil de percibir y que los duchos suelen desdeñar por insuficientes. ¿Esta solicitada de la UOM se podría considerar ya escrita si recombináramos de alguna manera casual —una entre varios millones, quizás— todos los gajos del idioma partido de El Fiord? Y al revés ¿es posible considerar este idioma de ceremonia oficial metalúrgica, que no se priva de decir tragedia, oscuros intereses e insignie dirigente, como una palabra moldeada en un orden al que El Fiord ya había escuchado en las catacumbas patológicas de la lengua?
En cuanto a la jaculatoria velezana querríamos observar la oración que desea que el tiempo se detenga para que el 30 de junio, día del retiro del bienaventurado adiestrador, no llegara nunca. ¿Cómo haremos para mirar el banco y no verlo a Carlitos? Es evidente que aquí estamos ante un deseo: que el tiempo se enfríe para siempre. Esta eternidad está invocada por una voz colectiva, la de “nuestra tribuna”, que habla a modo de un vasto resumen que no dejará nada fuera del presente compartido. En El Fiord hay frases así: flotaba en el aire que estábamos ante grandes cambios. Aquí habla una conciencia colectiva sobreviviente. Un alma destemplada pero en sosiego que ya lo ha visto todo y está en condiciones de hacer un balance condescendiente. Se trata de un plural que corresponde al testigo que resta con su voz para relatar la gesta, la orgía, el festín. Osvaldo Lamborghini, según creo —pero esta es una creencia que solo me trae el azar de la lectura de un periódico— es capaz de reutilizar esa frase que corresponde al relato colectivo de una falta o añoranza —el hincha fanático— o de una expectativa —los poetas de la revolución.
En ambos casos se trata de un trabajo de maldición hecho sobre la frase-hecha, pero sin abandonarla. Tan solo poniéndola en estado de despojo, colocando su pellejo reventado en las más diversas emulsiones anímicas. Tal es el soplo mayor de la ideología de la historia lamborghiana que se le opone al progresismo. Candoroso, el progresismo —una palabra que especialmente no nos gusta, pero que es la palabra más frontal y timbrada del propio progresismo— es al fin la aceptación de que no hay más que un único plano del lenguaje y un único plano de la comprensión. Ese solo plano reposa sobre la confianza de que las intenciones se agotan, se declaran y se disuelven armoniosamente en el lenguaje que las sirve. El progresismo como intención literaria impide leer estremecido, desconsidera la literatura de anunciación y le adjudica motivaciones reaccionarias al rechazo fáustico de la inteligibilidad burguesa. El Hegel de Osvaldo Lamborghini es en cambio el que consigue escribir con palabras que intentan escapar a la argumentación —alguien que sabía bien lo que decía ha señalado esto— lo que al fin sería una amenaza a la idea de progreso inmanente. Osvaldo Lamborghini parece pertenecer a esta discusión, un brillo de fraude y neón es una de sus conocidas frases hechas —todo en él, en verdad, es frase hecha— que después vuelve a escribir en sus escritos marplatenses. Un Hegel que ya ha llegado al lenguaje como autoconciencia de brillo y falsedad, un "hegel" que se anula a sí mismo al convertir toda su parábola del amo y del esclavo en una adulteración que resplandece en el espejismo luminoso del fiord.
Insoportables aun hoy —y habría que investigar si lo necesario está adherido para siempre a ciertos escritos— los cuentos y noveletas de Osvaldo Lamborghini hacen de la frase hecha una exaltación a la disgregación general de la materia. Al hacer sobre lo ya hecho, deshace, deja solo una bacanal de puras voces sin cuerpos: el Loco tenía dientes postizos, nariz de cartón, una oreja ortopédica de sarga. Esa marioneta solo continúa infundiendo pavor cuando se transfiere al brillo inauténtico de las palabras fosforescentes, que le dan a él la identidad del gesto con que se lo quiebra. El loco es mordido y se transforma en el Mordido, es capado y se transforma en el Capado, es apretado y se transforma en el Apretado, es baleado y se transforma en el Baleado, está sangrante y se transforma en el Sangrante. El chorro enloquecido de la sangre acaba siendo un sujeto pensante, como resultado de que el escritor se decide por una desesperada asociación de ideas. Todo es asociable a todo porque finalmente hay un nominalismo bestial que deja al mundo en estado de pujo político, pues toda acción lleva a un nombre. Entre el nombre y el asco se halla Lamborghini.
El congelamiento de la acción por la vía de los nombres puede ser representado —o evocado— en la muerte del Loco Rodríguez con un punzón. Los nombres aparecen luego de que se congela una acción arquetípica. La alusión a los combativos periódicos que en su momento abogaron por el Terror, a la Guardia Restauradora, a un suboficial dado de baja por la Revolución Libertadora que pacientemente nos enseñaba el marxismo, al COR, Comando de Operaciones Revolucionarias, a Perón o Muerte, a que Sebas pretendía refregar en el rostro del Loco un panfleto recién redactado o hipaba sobre unos titulares revolucionarios, hace del fiord unas acciones escarchadas en nombres y unos nombres extraídos del catálogo general de la sigla y el emblema, que acaban personalizados. La inicial y la frase compendiada vuelve al torrente de la historia. La única condición para que eso ocurra es la historia convertida en pura ideología, puro sueño, pura percusión sonora de una furia.
El Fiord también es quizá la forma en que los nombres se disponen en un desagüe irregular, sinuoso y glacial, o quizá la voluntad de escribir con las últimas palabras, con las palabras finales, después de las cuales nada queda, las palabras del origen del idioma, la conversación de un loco que repite un idioma ya hablado durante millones de años, buscando la palabra-acción, y también buscando el discurso que se apergamina, buscando las palabras bruscas, los cambios de rumbo. El Fiord no se mueve como se dice en El Fiord que se mueve el barco “mugiendo desde el río hacia el mar”, o con escenas “que se encadenan eslabón por eslabón”. El Fiord es la utopía de liberación del lenguaje y a la vez el lugar de contracción que no perdona ningún vacío, convirtiendo cada eventual vacío “en un punto nodal de todas las fuerzas en tensión”. El Fiord incluía su propia teoría escrita con palabras perdidas del estructuralismo o de la dialéctica del amo y el esclavo. La pregunta si “yo figuro en el gran libro de los verdugos y ella en el de las víctimas” es la frase-hecha arrojada contra una pared constituida por otras frases-hechas. Sebas parecía un judío de campo de concentración si es que alguna vez habían existido los campos de concentración. Lamborghini toma el postulado mayor de la no-historia, proposición central de la ideología hecha fraude y neón. Esto significa el confín de la investigación literaria en el secreto de la historia: finalmente todo puede ser negado, para establecer un horror si se quiere mayor que el horror que la historia de por sí contiene.
Las palabras se cortan como ríos o escurrideros que dejan frases por la mitad y la alegoría animista hace que la sangre actúe encarnada, subjetivizada. AI fin, el horror con ironía es más que una atribulada combinación, es una utopía literaria. Existe el horror con etiqueta, el horror con ceremonia, pero no con ironía. El horror con displicencia es una categoría esencial de la historia contemporánea. Lamborghini lo investiga a través de su rastro soez y escribe el banquete filosófico más abrumador de la literatura argentina, pero no en la huella de Kant con Sade sino en la de Hegel con Sade. Este último es el camino lamborghiano, torturada versión argentina de las filosofias espirituales de la acción que actúan bajo el nombre de lacanismo o de estructuralismo.
Dialéctica y Vejamen son las dos respiraciones filosóficas de El Fiord. Hay eticidad y no contrato, dice Hegel y Lamborghini hablará de Pactos imposibles con El Loco. Él mismo se atribuyó el papel hegeliano de una conciencia desdichada que piensa que el Martín Fierro es la constitución nacional, la carta Magna. La conexión entre peronismo y marxismo, entre militares nacionalistas y guerrilleros, la fórmula del peronismo iraní, o el fascismo mexicano que Lamborghini dice que pedía Artaud no son ideologías literales. Son los juegos ideológicos —si ustedes quieren, un lenguaje del infierno— de un entrenamiento espiritual que busca un imposible ser sin ley: el imposible literario. En esa convulsión, la idea de creencia en la historia desaparece para dejarnos tan solo frente al horror que es tan puro como para que las palabras intenten tomarlo, y tan evasivo como para que la literatura sienta el acoso de la misión final, ser ella misma el horror.

Fuente: Narrativa Argentina, n° 11, Buenos Aires, Fundación Roberto Noble, 1996, pp. 15-20.

domingo, marzo 22, 2015

Apertura de la Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos en la UNTREF: Sobre Pablo Katchadjian

viernes, marzo 20, 2015

cómo narrar lo contemporáneo

Primera entrega: la escritura es un hecho atómico (sobre hecho atómico ediciones)
Segunda entrega: los matices del gris (sobre 17grises editora)
Tercera entrega: una mirada extrañada (sobre China editora)
Cuarta entrega: las huellas de la imaginación (sobre Fiordo editorial)
Quinta entrega: seguir el hilo rojo (sobre Hilo rojo editores)
Sexta entrega: cuidado con el libro (sobre Cave librum editorial) 
Séptima entrega: trazar recorridos (sobre Excursiones editorial)
Octava entrega: atípicos (sobre editorial Letranomáda)
Novena entrega: conexiones íntimas (sobre Santiago Arcos editor)
Décima entrega: la juntidad espeluznante (sobre La Comarca libros)
Undécima entrega: el deseo de editar (sobre Palabras amarillas ediciones)
Duodécima entrega: entre lo exótico y lo familiar (sobre Páprika editorial)

Sumamos a la encuesta general sobre proyecto editoriales a un sello que irrumpió en 2014: Momofuku libros (facebook, twitter, web). Hace un tiempo, escribí sobre dos de los títulos publicados en esta editorial, Primavera ninja, de Luis Orani y Las redes invisibles, de Sebastián Robles; me parece que se trata de una editorial que puede contribuir, como otras que ya hemos mencionado y entrevistado, a una renovación y reflexión sobre la literatura argentina y cómo se narra en ella. En esta breve entrevista, los editores Hernán Vanoli y Lolita Copacabana nos cuentan un poco de qué va Momofuku y cómo construyen su catálogo.


GC: ¿Por qué la editorial se llama "Momofuku"?
M: Momofuku no significa nada y al mismo tiempo es un tributo al creador de las Cup Noodle soups, aka sopas Maruchán. Nos atraía, quizás como una broma al destino, su figura de self made man capaz de llegar con su invento hasta todos los rincones del planeta e incluso a la luna. También su forma de narrarlo: en Japón, Momofuku Endo tiene un museo de la sopa que es al mismo tiempo un autotributo que funciona como monumento funerario y espacio de publicidad para su marca. Después, a través del mercado financiero, conseguimos que su corporación hiciera filantropía financiando al proyecto.

GC: ¿Qué criterios tienen en cuenta para seleccionar los títulos?
M: El criterio es heterogéneo, y se vincula a cierta vocación de generar tensiones con las formas en que se narra lo contemporáneo. Creemos que los seis libros que llevamos publicados en nuestros primeros seis meses de vida cumplen, desde diferentes ángulos y a través de diversas poéticas, con ese mínimo requisito. Pretendemos que, sin resignar el vector del entretenimiento, los libros puedan generar preguntas sobre las maneras en que biografía, historia, tecnologías y política se cruzan y generan una mancha o una opacidad en el fluir del lenguaje, al mismo tiempo que un intento por reflexionar sobre las formas de contar. Desde luego que debemos dejar afuera libros que nos interesan porque los recursos y el tiempo son limitados.


GC: ¿Qué piensan sobre la literatura argentina que se escribe en la actualidad? ¿Buscan expresar esa perspectiva en su catálogo?
M: La literatura argentina que se escribe en la actualidad es demasiado amplia y diversa, por suerte muy rica. En muchos casos también es muy provinciana en el sentido que establece una relación fetichizada con la tradición y una relación subordinada con la “World fiction” y lo que se piensa que son las literaturas literarias. Sería imposible abarcarla en su diversidad y por otra parte eso es algo que no nos interesa. Lo nuestro, a través del catálogo, los paratextos y demás intervenciones editoriales, funciona como un croquis de formas de leer, un mapa a medio trazar que puede ser completado, ignorado o subvertido por cada lector. 

GC: Además de literatura argentina y latinoamericana, ¿piensan publicar literatura en otros idiomas o no ficción?
M: Sí, tenemos planeada una colección de traducciones y una colección de ensayo, que se van armando de manera fragmentaria y después de procesos de discusión interna.

GC: La bajada de cada título es un rasgo que sorprende en las tapas de Momofuku, ¿por qué eligieron ese recurso?
La bajada es una intervención que corre por cuenta de la editorial, es un paratexto más, que puede sumar o restar pero arriesga en forma leve una hipótesis de lectura. Lo hacemos porque muchas veces aporta información sobre los libros, que por su parte tienen un diseño de tapa un poco más hermético. Pero esencialmente es un juego. 

GC: ¿Qué importancia le dan a las ilustraciones de tapa de los libros?
M: Muchísima. Las discutimos y trabajamos con mucho esmero. Por suerte, para la primera serie pudimos contar con los collages de Ana Clara Soler y de Juan Goicochea, que son unos genios, y de Willy Weiss, que también es un artista y se involucra con cada libro y nos ayuda.

GC: ¿Qué títulos esperan publicar en 2015?
M: No podemos adelantar demasiado: por ahora, tenemos Aleksandr Solzhenitsyn, una novela de Lolita Copacabana que lidia con el crimen y el castigo, mientras se pregunta por el espíritu modernamente amable y carcelario de una Buenos Aires donde el control reticular excede la presencia omnipresente de las cámaras o los servicios de inteligencia, en una búsqueda que genera confluencias entre los rusos del siglo XIX y los norteamericanos del siglo XXI. Y también Bebé y otros cuentos, de la norteamericana Paula Bomer, un libro que en el espíritu de John Cheever y de A.M. Homes se introduce en la vida en los suburbios de la clase media yanqui, trabajando en forma sorprendente con las diferentes facetas de la maternidad, las ambiciones y la capacidad de amar que se incuban en los suburbios de Nueva York. Las chicas llegaron a Momofuku y van a sorprender a unos cuantos. Pero también tenemos otra novela casi cerrada y un libro de ensayos muy potente.

martes, marzo 17, 2015

Bienvenidos a Trapalanda


Al final, nunca hice mención de esta página que la Biblioteca Nacional inauguró hace un tiempo y que bien merece un post. Hablo de Trapalanda: biblioteca digital, en la que podemos encontrar revistas, libros, folletos y demás objetos culturales que forman parte de la BN y que han sido pasados por los scanners de lo común. 
En Trapalanda se puede, por ejemplo, consultar la colección de la revista de izquierda Claridad o la edición facsimilar de la revista Contorno (antes debíamos conformarnos con el cd de imágenes ilegibles del Cedinci). También se pueden leer online varios de los libros de la colección Reediciones & Antologías (aunque todavía falta subir gran parte de dicho catálogo) y hasta la colección Jorge Álvarez que incluye ese libro que es un orgullo para este blog, las Obras completas, de Germán Rozenmacher.
En todo caso, mientras esperamos que Trapalanda siga ampliando su territorio mes a mes hasta llegar a abarcarlo todo, pueden darse una vuelta por la página y disfrutar del acceso a algunos libro que solo se conseguían en los estantes de la BN o en formato físico y que ahora están a disposición virtual. Es un pequeño grano de arena pero contribuye a descontracturar las rejas de los derechos de autor.

martes, marzo 10, 2015

Los jueves, gorilas


Reeditar La boca de la ballena (1973), de Héctor Lastra tiene sentido cuando uno se topa con este tipo de escenas tan recurrentes: 
La mayoría de los jueves, mucho antes de exiliarse en Montevideo, tío Adolfo organizaba reuniones en casa para conversar de “política” con sus amigos. Hoy presiento que elegía nuestra casa, porque, además de apartada, ofrecía el parque y las barrancas. O probablemente lo atraía la amplitud de la sala y de la biblioteca. Sin embargo, estoy seguro de que sus invitados ignoraban que el resto de las habitaciones estaban casi vacías.
Sentada junto a tía Melche, mi madre permanecía silenciosa. Supongo que aceptaba aquello por lo amable que era tío Adolfo con nosotros. Nunca dejaba de regalarme ropa que a Martín le iba chica o que ya no usaba. Por otra parte, terminadas las reuniones, siempre quedaban bebidas, masas y dulces de toda clase. Pero eso no borraba el aburrimiento pues el tema ofrecía pocas variantes. Podría decirse que nunca dejaba de tener el mismo principio y el mismo final. Todos eran opositores al gobierno, al que llamaban dictadura.
Empezaban la charla riendo, haciendo chistes, bebiendo los primeros whiskys. Y a medida que el humo de los cigarrillos subía lento y espeso, ellos parecían posesionarse. Finalmente hablaban todos a la vez, como si una suerte de rabia e impotencia los uniera.
Según ellos —lo escuche varios jueves desde la escalera—, el peronismo les había usurpado sus cargos, dándoselos a la “negrada”.
—A los descamisados —corregía, irónicamente, un político correligionario de tío Adolfo—. Qué me cuentan... Mar del Plata invadida. ¡Miren que atreverse a darle el Tourbillon a los carniceros!
—Eso no es nada —protestaba otro—. ¿Y qué me decís del pedido a Roma? ¡Nada menos que Santa Evita!
—Che... ¡por favor!, respeten a los muertos —pedía, con sorna, Panchita Acuña—. No se olviden que la señora dignifica...
—Sí, a las sirvientas y a las fabriqueras.
—Escuchen... No se enojen, pero les pido que cambiemos de tema.
—Sí, es lo mejor. Cada vez que me acuerdo de cuando salía al balcón se me pone la piel de gallina.
—-¡No es para menos! Yo creo que esa voz uno la va a tener metida en la cabeza, hasta después de muerto.
—Es cierto... es cierto. ¿Se acuerdan del día que dijo que si alguien llegaba a matar a Perón lo hiciera cinco minutos antes con ella, porque si no iba a salir por las calles a quemar el Barrio Norte, así sus descamisados tenían cien años de felicidad?
—Sí, ¡realmente es de no creer!
—Así es... ¡Realmente es de no creer!
Jamás discutían. Daban la impresión, en cambio, de que se esforzaban por ver quién decía más cosas sobre el gobierno. Por su lado, tía Melche siempre aprovechaba el primer silencio para asegurar:
—Las chicas de Agrelo dicen que según un horóscopo hecho en París, ya falta poco.
—Dios las oiga antes de que éstos se atrevan a más.
—¿Dios? —preguntaba tío Adolfo—. Mirá, no quiero blasfemar, pero creo que estos pueden contra todo. No se olviden que tienen al populacho. Estos hasta son capaces de hacer una reforma agraria, como en Rusia.
—No te quepa la menor duda —alegaba indignado el político—. A mí ya no me sorprende nada. Vamos a ver cosas peores. Si no titubearon con el campo de los Iraola ni con el Jockey, ya podemos irnos preparando para cualquier cosa.
—Tenés razón, si hasta se metieron con La Prensa...
Nada variaba en aquellos jueves por la tarde, nada provocaba un cambio en las conversaciones ni en mi aburrimiento. Así como sabía de memoria sus diálogos, también sabía a cuántos pasos estaba la sala del sótano o cuántas baldosas rotas tenía el patio del fondo. También sabía que al saludar a sus invitados, tío Adolfo repetiría que un grupo de amigos suyos alentaba, desde Montevideo, una futura revolución.
No, nada variaba en aquellos jueves por la tarde.

Con el tiempo, descubrí que esas dos frases repudiadas en casa no sólo estaban impresas en el cartelón municipal, sino también en muchas paredes de los ranchos. De esos ranchos que no me cansaba de mirar, mientras caminaba hacia el río.
En esas tardes tranquilas, en que las horas pasaban sin que yo lo percibiera, me fascinaba saber qué habría tras de las cortinas floreadas, tras de las puertas entreabiertas, que apenas dejaban ver un ángulo en penumbra, donde en algunas ocasiones se adivinaban el extremo de una mesa o una silla caída. En esas tardes, ya casi no existía el temor de que alguien me detuviera para preguntarme qué quería o de dónde venía. A pesar de eso, el camino hacia el basural me seguía despertando una cierta aprehensión. Recuerdo que me detenía en la entrada y que quedaba quieto largo rato, pensando en el hombre que se parecía al del Zoológico... Después iba hasta la playa y, sentándome en la tosca, miraba las dragas y las chatas areneras. A esa hora casi nunca se movían de su puesto; parecían pertenecer al río desde siempre, de la misma manera que lo parecían los botes y las boyas.
 Lastra, Héctor (1984 [1973]): La boca de la ballena, Buenos Aires, Legasa, pp. 37-39.

miércoles, marzo 04, 2015

entre lo exótico y lo familiar

Primera entrega: la escritura es un hecho atómico (sobre hecho atómico ediciones)
Segunda entrega: los matices del gris (sobre 17grises editora)
Tercera entrega: una mirada extrañada (sobre China editora)
Cuarta entrega: las huellas de la imaginación (sobre Fiordo editorial)
Quinta entrega: seguir el hilo rojo (sobre Hilo rojo editores)
Sexta entrega: cuidado con el libro (sobre Cave librum editorial) 
Séptima entrega: trazar recorridos (sobre Excursiones editorial)
Octava entrega: atípicos (sobre editorial Letranomáda)
Novena entrega: conexiones íntimas (sobre Santiago Arcos editor)
Décima entrega: la juntidad espeluznante (sobre La Comarca libros)
Undécima entrega: el deseo de editar (sobre Palabras amarillas ediciones)

En esta nueva entrega, conversamos con un sello reciente, Páprika editorial (facebook; twitter). Escribí sobre el primer título lanzado por este proyecto, Te quiero, de J. P. Zooey. Se trata de un libro desconcertante, una verdadera jugada para arrancar un catálogo. Las tapas y la heterogeneidad que presenta Páprika parecen ser cualidades que la caracterizarán en el tiempo por venir. Pasen y lean!


GC: ¿Por qué la editorial se llama “Páprika”?
P: Buscábamos un nombre sonoro, recordable, simpático, que trasmitiera de algún modo la felicidad que nos da trabajar con libros. Sobre todo, queríamos que el nombre no nos definiera demasiado de antemano: una de las cosas que más nos entusiasma de lo que estamos haciendo es que cualquier libro de cualquier autor en cualquier género podría caber, idealmente, en nuestro catálogo, siempre que nos parezca valioso y con capacidad de interpelar a los lectores. Tratándose de una editorial que publica tanto traducciones como autores que escriben en español, que sea una palabra exótica y a la vez familiar terminó de convencernos.

GC: ¿Cómo seleccionan los títulos que conformarán el catálogo?
P: Somos tres editores –Claudia Arce, Andrés Beláustegui y Maxi Papandrea–, cada uno obviamente con gustos e intereses distintos, con distintas bibliotecas en la cabeza. Esa diversidad de gustos es un buen contrapeso para una de las arrogancias en las que puede caer un editor: dar por sentado que lo que le interesa a él le interesará a los demás. Rastreamos, leemos, discutimos, analizamos, sopesamos una y otra vez, y si la idea sobrevive a todo ese proceso intentamos convertirla en libro. Pero esas diferencias que tenemos como lectores y que funcionan como filtro de calidad son un buen complemento, nos parece, para todas las coincidencias de criterio y concepción que nos unen: creemos absolutamente en la potencia de la lectura para enriquecer la vida de las personas y creemos que la misión de una editorial no es solamente elegir cuidadosamente lo que publica, sino respetar al autor y al lector con ediciones cuidadas al detalle, y hacer todos los esfuerzos posibles para que nuestros libros y los lectores se encuentren. Somos muy chicos, tenemos recursos limitados y somos muy conscientes de que de nuestras decisiones depende no solo la aceptación que tenga la editorial o lo que publiquemos, sino también nuestra capacidad para hacer todas las cosas que tenemos ganas de hacer en el futuro.


GC: ¿Qué importancia le dan a las tapas? Se nota una propuesta estética muy atractiva.
P: Hay una gran cantidad de ilustradores, artistas y diseñadores haciendo cosas muy interesantes. Pero nuestra idea no sólo tiene que ver con atender a ese fenómeno desde nuestro pequeño lugar. Desde el punto de vista editorial, la tapa es quizás la primera oportunidad que uno tiene como editor para hablarle a un lector posible, de darle una rápida impresión (con un golpe de vista) acerca de lo que el libro puede llegar a ofrecerle. Teniendo en cuenta eso, y que queremos ir construyendo un catálogo variado, ecléctico, que sorprenda, nos pareció una buena idea el desafío de llamar a un ilustrador, artista o diseñador distinto para cada título, que tenga un lenguaje artístico propio y sobre todo afín al libro. Es una manera de orientar al lector y también de enriquecer de sentidos la edición. Por ejemplo, la idea de llamar a Gualicho para Te quiero, de J.P. Zooey, salió del mismo mundo ficcional de la novela: los jovencísimos protagonistas andan de aquí para allá por una Buenos Aires muy actual, muy contemporánea, y todos los que vivimos acá sabemos de qué manera el arte callejero, el muralismo, el grafitti, etc., están cambiando la fisonomía de la ciudad. En la obra de Gualicho encontramos el mismo nervio urbano, la misma vibración y frescura que leímos en la novela de J.P. Zooey.

GC: ¿Por qué comenzar con Zooey y con Harrison? ¿Encuentran algo en común entre ambas obras? ¿Piensan trabajar con colecciones o apuntan a la heterogeneidad?
P: Por ahora no planeamos trabajar con colecciones. En cuanto al lanzamiento, era importante arrancar con un autor local y uno extranjero para definir algunas primeras coordenadas de lo que queremos hacer: atender a lo que se publica en español, pero también en otras partes del mundo. Desde hace tiempo admiramos a los dos, y junto con El último teorema de Fermat, de Simon Singh, un libro apasionante de divulgación matemática, estuvieron ya en nuestras primeras conversaciones. Hablar de puntos en común entre dos autores tan distintos, de generaciones distintas y que pertenecen a tradiciones y países distintos, es todo un desafío, porque en los dos valoramos cosas diferentes, pero probemos. Tanto en Harrison como en Zooey reconocemos una sensibilidad lingüística especial, un trabajo interesante con la forma novelística y una preocupación por pensar los vínculos y las relaciones entre las personas y de las personas con los mundos que habitan: Inglaterra de los sesenta a los ochenta, en el caso de Harrison, y el Buenos Aires de hoy (en diálogo con el de los noventa) en el de J. P. Zooey. En los dos casos, se adivina a un escritor auténtico, con una mirada, una voz, una búsqueda estilística o narrativa y vital. Y los dos, dicho un poco a las apuradas, impactan cada uno a su modo en el lector.


GC: ¿Qué títulos lanzaron y cuáles están en carpeta?
P: En 2014, Te quiero, de J.P. Zooey, El curso del Corazón, de M. John Harrison y El último teorema de Fermat, de Simon Singh. Para el 2015, planeamos publicar unos seis títulos. Comenzaremos con un autor joven estadounidense que tiene varios títulos publicados pero que aún no ha sido traducido al español: Joe Meno. Se trata de una novela (Chica de oficina) protagonizada por dos jóvenes artistas frustrados y bastante extraviados en la vida que se conocen en un call-center y se enamoran perdidamente. Meno es un claro heredero de Salinger en su talento para despertar empatía por los personajes; es un escritor sentimental, muy fino y divertido, muy fácil de leer, de esos que llegan a la transparencia y velocidad de la frase no a través del descuido sino de una atenta elaboración. Después vendrán una novela inédita de Marcelo Cohen (la historia de dos amigos que se pasan la vida inventando proyectos de resistencia política y cambio social) y un libro que es una singularidad total: El peregrino, de J. A. Baker. Baker está considerado uno de los más grandes escritores ingleses sobre la naturaleza. Durante diez años, el autor se dedicó a observar a los halcones peregrinos que visitaban su región y condensó esa experiencia, esa obsesión, en un libro de no ficción que se lee como una novela. Es un libro bellísimo y muy cautivante, un tesoro que, si el lector le presta la disposición que pide, lo llevará encima toda la vida. Herzog anda por el mundo recomendándole a todos los documentalistas que lo lean. Y a fin de año reeditaremos el segundo libro de J.P. Zooey, Los electrocutados, porque la edición española de esta novela circuló poco en la Argentina y porque nos interesa mucho que Zooey siga formando parte de nuestro catálogo. Hay otros dos títulos elegidos, pero todavía no están cerrados y no podemos decir nada. Y un montón de ideas, que esperamos ir concretando con el tiempo.

lunes, marzo 02, 2015

Completando las obras (V): Germán Rozenmacher: un testimonio (Jorge Lafforgue)

En 1972, la revista Macedonio, bajo la dirección de Juan Carlos Martini y Alberto Vanasco, publica su número 12/13 y lo dedica a Germán Rozenmacher (recordemos que el escritor de "Los ojos del tigre" había fallecido en 1971). El homenaje estaba formado por los siguientes artículos y textos: dos lecturas críticas ("Los cuentos de Germán Rozenmacher: un esbozo crítico"de Juan Carlos Martini; "La narrativa de Rozenmacher" de María Angélica Scotti), una semblanza ("Germán Rozenmacher: un testimonio") y dos textos del propio Rozenmacher recuperados (el cuento "El misterioso señor Q" y el artículo "Teatro argentino: nacionalizar a toda costa").
Hace unos años, muchos antes de que existiera la posibilidad de tener las Obras completas de Rozenmacher en circulación, recuperaba en este blog el cuento "El misterioso señor Q". Ahora, copio la hermosa semblanza que Jorge Lafforgue, amigo del autor, le dedicó en Macedonio. Entre la anécdota, la apreciación y la emoción, Lafforgue brindó mucha información para que las Obras completas fueran los más completas posibles. Lean y disfruten este texto conmemorativo de Germán Rozenmacher.


Germán Rozenmacher: un testimonio (Jorge Lafforgue)

Las astucias de la vida no siempre logran el olvido de la muerte. Hay momentos en que nuestras comodidades —todas esas miserables respuestas que entretejen la rutina y el sueño— se declaran impotentes, muestran su espesor escuálido. Momentos en que la muerte nos sacude intempestivamente, en que nos recuerda su presencia mediante una mueca súbita, absurda y despiadada, atroz. Para no morir, en momentos así sólo cabe repensar la vida, sentir y volver a palpar su textura verdadera.
Pero alguien no podrá hacerlo. Hablo desde adentro, desde la vida. Alguien ha muerto: Germán. Me parece increíble, aun monstruoso, que pueda pronunciar su nombre, escribirlo, y no detenerme, y seguir adelante. Sí, literatura. Cuando ya me negaba a todo testimonio personal, los dedos agarrotados y la garganta, pensé en Germán Rozenmacher. En su trágica muerte. Más espantosa aún por Juampi, que murió con él, y por Chana y Lucas, que quedaron con nosotros. Pero pensé también en su vida, en la lección que aprendí, aprendieron todos quienes fuimos sus amigos y trabajamos a su lado. Lección de un hacer diario, sin énfasis rumbosos ni grandes palabras. Sin modorras. Literatura, sí. Como la entendía Rozenmacher: como un dolor. Escribir sobre aquello que nos preocupa, que nos empuja desde el nudo mismo de nuestros conflictos, que sabemos oscura, contradictoria y dificultosamente. Escribir, entonces, no es un adorno. No es lindo. Nada lindo. Ahora sólo persisten los recuerdos, demasiado raudos. Seco el canto. Nos vimos en el viejo local de la Facultad de Filosofía y Letras, en Viamonte al 400 (la lectura de algunos cuentos anteriores a Cabecita negra, una módica discusión —él prefería a Faulkner, yo a Hemingway— e incontables comentarios sobre los mutuos padecimientos del latín); en casa de un amigo común, en las barrancas de Belgrano (mientras escuchábamos unos discos de jazz, con las manos en la boca a modo de trompeta y una alegría que le brotaba de todo el cuerpo, espontánea e inconteniblemente, como un torrente, Germán conseguía sorprendentes imitaciones musicales); en la redacción de Así (donde, en mis esporádicas visitas, supe de su adhesión al peronismo y luego de la actitud que —sin desconocer en absoluto su condición de judío— había asumido en favor de los pueblos árabes ante el conflicto con Israel); finalmente, en la revista Siete Días (en la cual trabajamos escritorio por medio durante más de un año: allí descubrí al gran periodista —no de escalafón, sino de veras—, como lo prueban sus notas sobre la Patagonia, la Isla de Pascua o el Chaco, sus entrevistas, sus críticas teatrales, plenas de pasión y de observaciones agudas, que delinean un programa coherente para la escena nacional; y también volví a encontrarme con ese trabajador de la literatura fervoroso e incansable, que ya conocía). El recuerdo siempre traicionará estos largos meses de trato cotidiano, en los que tantas cosas se pusieron a prueba. Anécdotas: a raíz de un comentario de Tizziani, su arrebatada defensa de la narrativa de Arguedas frente a la de Cortázar; su desconfianza ante mis entusiasmos por Brecht y, en cambio, su enorme admiración por Michel de Ghelderode y Valle Inclán; su beneplácito o tácita aprobación cuando yo creía percibir un clima chejoviano en Tristezas de la pieza de hotel, pero su perplejidad o negativa a admitir parentescos dramáticos con Saverio-Arlt en El caballero de Indias, reconociéndole su descendencia de los grotescos discepolianos; la lectura o discusión —muy lejos de él la petulancia o la suficiencia de los condecorados burócratas de nuestras letras— de sus propias obras o de fragmentos o escenas recién salidas del horno. Pero otros hechos, otras palabras —el trabajo, los hijos— alimentaban tanto como la literatura nuestro trato cotidiano.
Como todos los hombres, este escritor no era perfecto. Como todos los escritores, este hombre tampoco lo era. Sólo que él, como muy pocos, hubiese admitido —sin desdeñarlas ni sobrevalorarlas— sus limitaciones. Indudablemente, cabe juzgarlo ahora como periodista, narrador y dramaturgo. Otros harán ese análisis. Yo sólo sé decir que "El gato dorado" o "Blues en la noche" se cuentan entre las mejores páginas que nos ha deparado la literatura nacional en estos últimos años. También, que su autor era un muchacho “feo, judío, rante y sentimental”; que las escribió en un país subdesarrollado, pero con fieros delirios de grandeza; que vivió hasta las heces sus contradicciones y las del país; que ese muchacho se llamaba Germán Rozenmacher; que era mi amigo; que él ha muerto. Nada más.

Fuente: Revista Macedonio, nº 12/13, Buenos Aires, 1972, pp. 39-41.
 

Blog Template by YummyLolly.com - Header Image by Vector Jungle